El sol otoñal del primer día de octubre lucía en todo su esplendor sobre Las Mestas, que acogió a miles de personas que quisieron acompañar a los setecientos jurandos de la bandera de España. En los jurandos hubo de todo: desde el joven que lucía coleta más larga que la de Pablo Iglesias a señoras de edad que cerraron la jura llevadas en silla de ruedas.

El acto, con el susto inicial de la indisposición del comisario-jefe de Gijón, se desarrolló con la admirable precisión castrense que siempre exhibe un Ejército de la solvencia y profesionalidad del español. Pero la masiva jurada de bandera, más de setecientos jurandos, fue más allá de ser puramente castrense; fue un día en el que la sociedad civil y el Ejército se unieron de forma natural, sencilla y emocionante.

Porque fue emocionante ver cómo civiles de todas las edades, con traje y corbata casi todos los varones, con vestidos de media gala y hasta mantillas españolas las muchas señoras, se acercaban a la bandera que esperaba en el centro de la pista de Las Mestas con el aire marcial que reclamaba la música que tocaba la banda del regimiento "Príncipe", el segundo más antiguo de Europa, como recordó con orgullo su coronel. Una banda que fue más allá de la pura interpretación de marchas militares entre las que incluyó alguna pieza popular asturiana.

Los jurandos formaban en filas en el amplio pasillo existente bajo la tribuna de Las Mestas bañada por el sol. La espera la refrescaron con botellines de agua que repartían soldados del regimiento, también preocupados por que todos saliera bien.

Fue emocionante ver la marcialidad de los civiles, muchos de ellos con la cabeza cubierta por la gorra de su brigada o vestidos con chaquetas de sus cuerpos militares. A los jurandos se les veía desde la tribuna felices, saludando a los suyos después del beso a la bandera y de vuelta a la fila que ocuparon durante el acto que duró más de una hora y que, sin embargo, quedó corto para las ansias de los representantes de una sociedad civil que, por fortuna, sabe que el Ejército español viene desde muy atrás y que no es ninguna invención de éste o aquél.

El de ayer fue un acto sencillo, cerrado con un atinado discurso del coronel del "Príncipe", un homenaje a los caídos por España ante el cruz situada en el centro de la pista de saltos y un desfile de la tropa presente en el acto en el que ésta mostró una admirable marcialidad. Fue por ello un paso en la unión de Gijón con el regimiento que tiene su sede en el Cabo Noval, más cercano a esta ciudad de lo que pueda parecer.

Estaba claro que muchos de los jurandos, y de los espectadores, recordaron sus días en el servicio militar desaparecido del que sin duda se sentían orgullosos, pero la jura de bandera de ayer en Las Mestas fue mucho más allá de servir de emocionados recuerdos; fue una apuesta de futuro por la implicación de la sociedad civil en la defensa, tantas veces olvidada por autoridades y políticos de todo pelaje; fue una apuesta por la unión entre el mundo civil y el militar. Fue, por todo ello, un acierto la iniciativa municipal que se saldó con un éxito indiscutible que ha hecho felices a organizadores, participantes y testigos en unas pobladas gradas.

Había, como ya se dijo, jóvenes con largas coletas; ciudadanas de color, guardias civiles de uniforme, señoras de edad, acompañadas muchas por lo que parecían sus nietas. Había testigos que lamentaban no haberse inscrito para repetir la jura de bandera que habían realizado en sus lejanos tiempos de mili y a quienes les cayeron lágrimas por las mejillas cuando entonaban el "Himno de Infantería", tantas veces escuchado y siempre nuevo.

Al final del acto, un matrimonio se detuvo a la entrada del hipódromo gijonés para disfrutar de los últimos tramos del desfile de la tropa. La señora le dijo al marido: "Cómo disfrutas"; él replicó: "Lo mamé". No fue ayer mal día para mamar el amor a la bandera de España.