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La ciudad más bombardeada del norte de España

La Virgen de Covadonga fue guardada y expuesta en el Ateneo Obrero tras su traslado desde Cangas de Onís

Las ruinas del cuartel de El Coto. CONSTANTINO SUÁREZ

Mientras el Ayuntamiento hacía todo lo que estaba en su mano para resolver los graves problemas de abastecimiento a los que se enfrentaba la hambrienta población, en una de las reuniones del Consejo Soberano de Asturias y León se adoptó el acuerdo de retirar del escudo municipal la figura del rey Pelayo sustituyéndola por el dibujo de una barca antigua; así como también reformar los protocolos suprimiéndose los tratamientos de señor y don por la palabra ciudadano. No había problemas más acuciantes para ellos, desde luego, con su política del avestruz. Con la destrucción de templos durante aquellos quince meses que duró la Guerra Civil desapareció importantísima documentación histórica existente en los archivos parroquiales. Todo lo religioso era objetivo prioritario de los milicianos republicanos y hasta la estatua del Sagrado Corazón en "La Iglesiona", hecha con mármol de Carrara y que pesa treinta y dos toneladas, fue desmontada y bajada a la calle porque algunos pretendían convertirla en una efigie de Lenin.

La Virgen de Covadonga estuvo guardada en el Ateneo Obrero. Si en Gijón pasaba eso, la basílica de Covadonga fue utilizada como cinematógrafo y salón de baile por los incontrolados milicianos. Menos mal que el comandante republicano Manuel Sánchez Noriega "El Coritu", que era de Cangas de Onís, salvó de la profanación a la Virgen de Covadonga al guardarla en el "Hotel Pelayo" -que había sido reconvertido en hospital- hasta que la fueron a recoger.

En un minucioso estudio hecho por Silverio Cerra se cuenta que informado de esa circunstancia el consejero de Propaganda, el profesor y escritor Antonio Ortega fue quien encargó al escultor Goico-Aguirre -Antonio Goicoechea Aguirre- que recogiese la imagen de Covadonga y la trasladase a Gijón. Hay que reconocer y elogiar que Antonio Ortega y Goico-Aguirre hicieron todo lo posible por preservar de los desmanes el patrimonio arquitectónico asturiano. Así fue como Goico-Aguirre viajó hasta Covadonga en un Ford negro y recogió el voluminoso paquete que protegía la imagen de la virgen de Covadonga para trasladarla a Gijón, siendo guardada en un armario del Ateneo Casino Obrero. Allí estuvo hasta que fue organizada una exposición por el departamento de Propaganda. Pero ante la imparable avanzada del frente Norte de las llamadas "fuerzas Nacionales" se responsabilizó a Eleuterio Quintanilla -anarcosindicalista muy respetado por los cenetistas, quien era profesor de francés en el Ateneo Obrero- de sacarla de Gijón, lo que hizo en un barco inglés que salió de El Musel en septiembre de 1937 con un cargamento de valiosos objetos artísticos procedentes de León, Santander y Asturias. Aunque inicialmente el rumbo era hacia el puerto de Valencia, al final la Virgen de Covadonga acabó en la Embajada de España en París. El heterodoxo Víctor Guerra siempre recuerda con cierta ironía que La Santina fue custodiada y salvada por los masones.

Los recuerdos de Clotas sobre aquellos meses. De aquellos últimos meses de la guerra, Juan Ramón Pérez las Clotas dejó estos recuerdos: "El último mes de la guerra lo pasamos en Contrueces y desde allí presenciamos los bombardeos de la aviación sobre la ciudad cubierta de humo. Recuerdo perfectamente el incendio de los depósitos de Campsa, en el puerto de El Musel, a las ocho o nueve de la mañana del día 20 de octubre de 1937, víspera de la entrada de las tropas nacionales en Gijón. Ciento y pico personas de varias familias nos habíamos acogido a la generosidad de doña María Teresa Ruiz-Gómez, viuda de Alfredo Pérez Las Clotas, primo de mi madre, y bisnieta del ministro liberal Servando Ruiz-Gómez. Vivimos en un edificio llamado impropiamente Palacio de Las Clotas en Contrueces, que en realidad era el Palacio del Obispo durante los veranos. En la tarde del día 20, mi hermano y yo bajamos con nuestro padre desde Contrueces a Gijón cruzando por el barrio de El Llano. Aún había milicianos por las calles y algunos preparaban puestos de ametralladoras a la altura de la fábrica de Orueta. Mi padre iba con su sombrero, que había desempolvado y nosotros vestíamos unos trajes que había hecho el sastre Torga, pero que no habíamos estrenado, naturalmente, porque durante la guerra andábamos con un mono".

La ciudad del Norte más bombardeada. Como riguroso resumen de lo que supuso la Guerra Civil en Gijón, José Luis Argüelles publicó en LA NUEVA ESPAÑA que "los gijoneses no volverían a mirar el cielo con tranquilidad en mucho tiempo, durante los quince meses que duró la contienda en el Norte, hasta la entrada de las tropas franquistas el 20 de octubre de 1937. Quince meses de muerte y destrucción. Gijón fue la ciudad del norte español más largamente bombardeada. No llegó a ser arrasada como Guernica, que se convirtió en un símbolo internacional cuando Picasso decidió hacer de aquella infamia una de las obras más tremendas de la historia de la pintura; tampoco las imágenes de sus cascotes fueron tan divulgadas como las de Oviedo, con uno de los frentes de guerra más duros; ni siquiera ha entrado en la lista de comparaciones con otras localidades asturianas, como Cangas de Onís, minuciosamente devastada por el fuego aéreo. Y, sin embargo, los gijoneses sufrieron el mismo terror, los mismos rigores, las mismas inquietudes y desazones que millones de víctimas en aquellos y posteriores años? Un miedo justificado que se acrecentó a partir del verano de 1937, cuando la temible y venenosa Legión Cóndor incluyó en su particular mapa de la destrucción española las coordenadas de Gijón, una ciudad que entonces tenía unas sesenta mil personas. Los ataques aéreos sobre la población y El Musel fueron casi diarios desde la toma de Santander por el ejército sublevado. Tras los acuerdos entre Franco, Hitler y Mussolini, la aviación nazi hizo de los cielos y las ciudades españoles el gran ensayo general para la estrategia de destrucción aérea que ejecutaría poco después, en la Segunda Guerra Mundial. Gijón fue uno de los campos de pruebas. Por primera vez en la historia se firmaron órdenes sistemáticas de bombardear a la población civil. El terror de los no combatientes se convirtió en un arma de desmoralización, en una nueva y eficaz trinchera".

El Consejo Soberano ordena la evacuación inmediata. La última reunión del Consejo Soberano fue el 20 de octubre de 1937, a la que asistió el coronel Adolfo Prada Vaquero. El Consejo -que estaba presidido por Belarmino Tomás y del que formaba parte quien iba a ser su yerno, Rafael Fernández, que décadas después sería el presidente de la preautonomía asturiana- ordenó la evacuación inmediata por vía marítima. En uno de aquellos pequeños barcos que no fueron hundidos por la "Legión Cóndor" huyó el alcalde de Gijón, Avelino González Mallada, y aunque fue interceptado por el "Almirante Cervera" logró finalmente pasar el control y llegar a Francia.

Las "fuerzas nacionales" tenían muchos más medios que las republicanas. Ni los cazas gubernamentales -con sus "chatos" o "moscas" de fabricación soviética- podían hacer frente con demasiadas esperanzas de éxito a la superioridad tecnológica de los cincuenta aparatos de la "Legión Cóndor", con sus "Messerschmitt 109", los "Dornier 17" o los "Heinkel 111". Aunque algunos aviones sí se estrellaron sobre Gijón.

Todavía recordamos las placas en memoria de los pilotos alemanes en el paseo de Begoña y otra a la entrada del parque de Isabel la Católica. Los ataques de los aviones de la "Legión Cóndor" se centraron en el puerto de Gijón para impedir que llegase ayuda a las tropas republicanas y hundir a los grandes buques para evitar su huida. La última bomba que cayó sobre Gijón fue contra el barco "Luis Caso de los Cobos" -que era una cárcel de presos, entre los que se encontraba la abogada Carmina Manjón- que ocasionó muchas muertes, por lo que los cautivos salieron a cubierta para advertir a los aviadores de que se habían equivocado de objetivo.

La explanada del Musel se llenó de coches abandonados por ciudadanos que precavidamente tiraron su documentación a las aguas antes de embarcar y después de tanto terror volvieron a aparecer por las calles rostros pálidos de personas que habían tenido que esconderse para salvar sus vidas.

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