La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Míticos de Gijón

Barra libre de humor playu

Julio Martino, "Turraína", dedicó su vida a echar sidra y a dejar un rosario de frases célebres

Turraína, ya jubilado, escancia en la playa de San Lorenzo.

"Y la sidra buena es la que se orina cada poco, si no resulta así es que es malísima". Pocas veces una frase dijo tanto de su autor como esta declaración de intenciones del célebre camarero Julio Martino García, "Turraína" que dedicó su vida a echar sidra y humor playu. ¿Un ejemplo?

-Que dice mi madre que le cortes diez pesetas en lonchas de jamón.

-Por ese precio, dile a tu madre que baje a chupar el cuchillu.

"Turraína" nació en 1921 en el seno de una familia riosellana con raigambre marinera, por lo que su primera brega llegó enrolándose a bordo del "Rizona", como fogonero del barco, aunque pronto desembarcó para atracar con éxito en la hostelería, que fue su vida. Debutó en el "Hogar del Pescador" y allí aprendió a escanciar en tres meses, con agua, practicando en los servicios. Amplió currículum en Casa Juan del Man, Casa Zarracina, El Retiro -donde según cuentan Nicanor Prendes le dejó encerrado en más de una ocasión en el congelador durante una hora-, Casa Calixto y Casa Argüelles en la época en que el serrín todavía cubría los chigres a ras de suelo. "El camarero siempre tiene que llevar la bayeta en la mano, las manos limpias y saber lo que bebe cada cliente para ponérselo nada más que entra. Tienes que nacer para ello". Con el tiempo, "Turraína" creó escuela.

Convirtió en dogma su técnica para el escanciado y no caer así en el deterioro del ritual que en su etapa de jubilado detectó y padeció cuando denunciaba que "los echadores de ahora, más que echarla, la empujan. Parece un canalón". Era el año 1999, en una conversación con Tino Pertierra en LA NUEVA ESPAÑA, donde cargó las tintas además contra los bebedores menos avezados. "No entienden de sidra, beben aunque sea vinagre". También desveló su secreto más celosamente guardado. "Hay que tomarla fría, pero no se puede poner en hielo, porque se descompone. Sólo en agua. Hay que echarla al canto del vaso y que éste rompa la sidra y el vaso no hay que moverlo". "Turraína" dixit. Y jamás a palo seco. "Es una bebida llambiona, de picar cabrales, higadín, pixín, bacalao, eses coses?", aconsejó.

Pero su cometido excedía de echar sidra. Desde que comenzó a despachar botellas a dos reales "hacía muchas veces de confesor con los clientes", como prueba inequívoca de que el cura José María Díaz Bardales tenía más razón que un santo al erigir la barra de un chigre como el altar del pueblo. Otras veces hacía pedagogía, por ejemplo ante la visita de una familia de Madrid que llegó a deshora a Casa Argüelles -en la calle Melquiades Álvarez- en busca de un "pollito al ajillo", tal como dejó escrito Poblet. Casi sin dejarles terminar les espetó "siéntolo mucho, pero ta el gallineru cerráu". No fueron sus únicas víctimas madrileñas a juzgar por la anécdota que rescató Dioni Viña en este medio no hace demasiado tiempo. Un buen día observó a un matrimonio madrileño que leía y releía atentamente la lista de precios donde el establecimiento anunciaba "el platu del día y otres ofertes". Después de media hora se dirigen al camarero y preguntaron con la intención de saber si las raciones eran abundantes: "¿Oiga, señor, los platos de aquí cómo son?". La contestación de Turraína fue más que contundente: "¡Cojoooona, redondos, como en Madrí!".

Las anécdotas se multiplican. En el Hogar del Pescador, rescata también la "Guía indiscreta de Gijón", le encomendaron acabar con un ratonín que correteaba entre las cajas de sidra pero declinó el encargo y fue reprendido por ello.

-Pero hombre, ¿cómo no lu mataste?

-A ver si nos entendemos: ¿a mí de qué me contrastasteis? ¿De echador, o de gatu?

Ítem más. "Soy camarero, o sea, que me llamen camarero o 'Turraína', pero de chistame, nada". O el recuerdo del periodista Daniel Rodríguez, en el obituario que le dedicó en LA NUEVA ESPAÑA, que durante un tiempo trabajaron muy cerca, uno en el Argüelles y el otro en el Disco Pub Daniel -antes y después el Maracaibo, en la calle Trinidad-. "Danielín, cáesme muy bien pero caíenme mejor les putes", le espetó. Por no hablar de los hilarantes momentos con su buen amigo Garciona. A estas alturas ya nadie duda de la coña de un riosellano reconvertido a "playu" que nunca se casó aunque tenía mujeres "maconaes" pero sin tiempo para ninguna ni perres para mantener a nadie, aunque eso no impidió "alguna ñalgadina".

"Turraína", que empezó a beber anís y "Veterano" a los doce años, recetaba aspirina o un optalidón contra la resaca de sidra para quedarse uno como nuevo. Se ganó el respeto de todos los clientes al punto de ser convidado después de cortarse la coleta y cambiar la bandeja por la baraja. Mantuvo una salud de hierro -ni siquiera una aspirina "en toda mi vida"- por lo que repetía con asiduidad y socarronería que "la Seguridad Social ganó muches perres conmigo". Incluso recibió elogios de sus colegas como el homenaje de la Asociación Costa Verde en 1995 donde encendía cigarros negros con un mechero del que salía la canción "Cumpleaños feliz", según relatan las crónicas del ágape. Cuentan además que cuando se jubiló quiso ir a llevarle su chaquetilla de camarero a la Santina de Covadonga como agradecimiento por ayudarle a trabajar tras la barra.

Encontró en "El Molinucu" y "La Posada del Mar" su "beatus ille" particular. Un refugio donde echar la partida de mus y tomar un cafetín para descansar sus piernas llenas de varices después de más de catorce o quince horas diarias de pie. Así, se mantuvo durante más de medio siglo dignificando su profesión, y sin perdonar una botellina en sesión matinal cada domingo -no más porque le producía ardor-, hasta que la parca le requirió el 9 de enero de 2005 a los 82 años. Entonces, "Turraína" ya era leyenda.

Compartir el artículo

stats