El impactante asesinato de la gijonesa Milagros Fresno, de 54 años y conocida como "Marimí" en el barrio de Monteana donde residía, a manos de su hijo de 32 años, Iván González, mientras dormía, supuso el triste colofón a un violento mes de noviembre en Gijón, donde se registraron tres sucesos vinculados a enfermedades mentales según los informes policiales.

Una sucesión de casos que, si bien entra dentro de la casualidad, según sostienen varios expertos en psiquiatría consultados por LA NUEVA ESPAÑA, no se descarta un efecto llamada. La terna de especialistas coincide en asegurar que las personas con enfermedades de estas características son protagonistas de menos episodios violentos con respecto al resto de la población. En concreto, tres veces menos, aunque sí resultan más llamativos al estar tan alejados de una explicación lógica.

"Un mes es un periodo de tiempo muy corto, es una ilusión que estudian los matemáticos como falsedad estadística", confiesa el doctor Guillermo Rendueles. No obstante, deja la puerta abierta a que, del mismo modo que ocurre con personas que atentan contra su propia integridad, exista un efecto llamada, "más que achacarlo a un cambio de estación". "Las violencias se arraciman como las uvas, que alguien con problemas mentales que tenga la idea por ahí rondando en la cabeza se entere de un hecho similar puede precipitar los sucesos", defiende Rendueles que apela a la responsabilidad de los medios para huir del sensacionalismo. Pero concatenación de hechos sí que la ha habido en el último mes.

El primer episodio violento registrado en los últimos días en Gijón tuvo lugar el pasado 12 de noviembre en el barrio de El Natahoyo. Allí, un hombre que atravesaba una profunda depresión habría intentado matar a martillazos a su pareja después de asestarle una puñalada con un punzón en la garganta en su domicilio de la calle Luis Braile. La señora, de 65 años, logró salvar la vida al pedir auxilio. Roberto A. P., el acusado de 63 años y natural de Piloña, declaró entonces que atentó contra la vida de su compañera al sospechar que ésta pretendía divorciarse de él. Esta versión no la mantuvo en el juzgado de violencia sobre la mujer de Gijón pues aseguró ante la jueza que no recordaba nada de lo sucedido antes de ingresar en prisión. Cabe señalar que Roberto A. P. había abandonado el área de psiquiatría del hospital de Jove unas horas antes de cometer presuntamente la agresión.

Unas semanas después, el miércoles 23, agentes de la Policía Local se personaron en una vivienda de la avenida de Shultz alertados por unos vecinos que escucharon pedir auxilio a una mujer. Al entrar en el domicilio se encontraron a una señora de 62 años que defendió que su hija, que responde a las iniciales E. R. R. y tiene de 38 años, la había agredido a base de patadas y puñetazos después de haber tirado la televisión al suelo y quitarle el teléfono móvil. Un episodio que según los vecinos del inmueble no es la primera vez que sucede. Ni siquiera la presencia de las fuerzas del orden calmó a la presunta agresora que intentó seguir pegando a su madre, por lo que fue detenida y trasladada a Comisaría acusada de un delito de violencia doméstica. En este caso, E. R. R. padecía trastornos de personalidad desde hacía ocho años.

Y por último, el más reciente, ocurrido en Monteana, donde Iván González asfixió a su madre con la almohada y después se entregó en Comisaría. Allí y en su declaración en el Juzgado de instrucción número 2 sostuvo que sufre "un trastorno psicoafectivo, no tengo afecto ni sentimientos", además de reconocer los hechos y negar cualquier tipo de arrepentimiento. Ahora permanece en prisión a la espera del juicio o de que se determine si sus trastornos mentales permiten o no encausarle, algo en lo que trabaja el abogado de oficio encargado de su defensa.

Pero ante estos casos conviene ser cautos e incluso, como expresa el psiquiatra Marcos Huerta, especialista en trastorno bipolar, hacer pedagogía. "No tiene nada que ver un trastorno de personalidad con alguien con nula capacidad de empatía con los demás con alguien con un trastorno psicótico. Decir sólo enfermedad mental es como no decir nada", señala. "Desde la sociedad se funciona más a base de prejuicios que con datos reales", apunta. Huerta, con veinte años de trayectoria profesional, tiene claro que en el ámbito de los trastornos mentales "hay menos violencia que en la población en general; es más, si me dan a elegir entre encerrarme con 100 personas al azar de la población española o con 100 personas con un trastorno mental, me inclinaría por la segunda", asegura.

En esa línea se pronuncia el catedrático y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, Julio Bobes. "El potencial agresivo es tres veces menor en personas con enfermedades mentales que en la población normal", argumenta. No obstante reconoce que sí resultan más llamativos y causan un mayor impacto social porque son cometidos por personas que "no tienen la razón de las personas normales; son inexplicables, sin raciocinio y a veces absurdos".