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ADOLFO GARCÍA MARTÍNEZ | Antropólogo, presenta hoy "Alabanza de aldea"

"Creo que una de las especies en vías de extinción es el paisano, la persona de campo"

"No hago una propuesta de conservar tal cual la aldea, sino sus valores, e incorporarle los avances del desarrollo"

Adolfo García Martínez. ÁNGEL GONZÁLEZ

Doctor por la Universidad de Oviedo con una sobresaliente tesis sobre los vaqueiros del alzada, Adolfo García Martínez (Tineo, 1944) lleva cuatro décadas estudiando la transformación del medio rural. Su "Antropología de Asturias" es una referencia. Profesor universitario, licenciado en Filosofía y Sociología, presenta hoy en el centro de la UNED, en Gijón, (18,00 horas) su último libro, "Alabanza de aldea" (KRK).

-¿Esta obra se inserta en esa ya centenaria tradición que procede del "Menosprecio de corte y alabanza de aldea?

-El título me lo sugirió el editor y me pareció bien. Toma, en efecto, la segunda parte del título de fray Antonio de Guevara, del siglo XVI, aunque no se ajusta del todo. Es cierto que en mi libro se alaban algunas cosas de la aldea, pero se proponen una serie de mejoras tanto en el plano conceptual como en el de la realidad de la aldea. Se dice en la contraportada: no hago una propuesta de conservación tal cual de la aldea, sino que parto de los valores que esta última posee para incorporar los avances que la civilización y el desarrollo han traído. A lo largo del libro defiendo la tesis de una combinación de tradición y desarrollo o modernidad, que es donde está el verdadero progreso. Para mí, progreso no significa el enterrar el pasado, pero tampoco amarrarse de manera ciega a la modernidad. Continuidad y cambio; defiendo la tesis de que se puede seguir siendo lo mismo aún cambiando, por decirlo así.

-En las páginas de presentación del libro explica que la obra responde, de alguna manera, a los debates anuales que tiene el jurado en la elección del "Pueblo ejemplar" de Asturias, que concede la Fundación Princesa de Asturias...

-Sí, lo digo al principio. El libro es un trabajo sencillo, publicado en Cuadernos de pensamiento, una colección de KRK para monografías breves. Ahora bien, en "Alabanza de aldea" abordo temas que vengo tratando desde hace mucho tiempo, con trabajos que he venido publicando a lo largo de los últimos casi cuarenta años. Voy incorporando nuevos datos y observando sobre el terreno las situaciones también nuevas que se producen; también las respuestas. Es cierto que en la presentación subrayo que fue a partir de esos debates para elegir el "Pueblo ejemplar"; fue la ocasión, pero hace ya mucho tiempo que vengo estudiando desde un punto de vista antropológico, como ya he dicho, las sociedades campesinas, fundamentalmente en Asturias y en Europa.

-Asegura que hay dos preguntas sustanciales que deberíamos respondernos para entrar en esa problemática de lo que son hoy los pueblos: ¿qué demanda hoy la sociedad a los pueblos y qué esperan los pueblos de la sociedad?

-Son dos preguntas fundamentales. Es evidente que si los pueblos no tienen nada que ofrecer es mejor que sigan extinguiéndose como está sucediendo. He defendido siempre, y lo hago de nuevo, que los pueblos han venido siendo la gran reserva. ¿Qué demanda la sociedad a los pueblos? Después de la Guerra Civil, pues población y productos de primera necesidad. Había que recolonizar el país. Más tarde, mano de obra. Y ahora se sigue demandando a los pueblos productos y espacios de calidad. Lo resumiría en dos palabras: conservación y producción. ¿Qué demanda el campesino a la sociedad? Aquí el asunto es más complejo. En primer lugar, pide que se le escuche. Yo creo que una de las especies en vías de extinción es el paisano, el hombre de campo. Hay que pagar con precios más justos esos productos que vienen del campo. Y, al mismo tiempo, compensar como se pueda la labor de conservación que hace el campesino. A medida que la población rural disminuye, el paisaje se está deteriorando. Por consiguiente, el campesino quiere que se le tenga en cuenta por lo que produce y por lo que conserva. Hay que acabar con la burocracia que se sigue practicando con las gentes del campo.

-A veces, tengo la sensación de que vamos haciendo de los pueblos algo para la persona de ciudad y no para los que viven en ellos. Pienso, por ejemplo, en un fenómeno como el de los neorrurales.

-Sí, pero no acabamos de entender que si el pueblo no es acogedor para el hombre de campo, tampoco lo será para el de la ciudad. Un pueblo en el que no hay campesinos, tampoco ofrece atractivo para el hombre de ciudad. El neorrural no construye pueblo, más bien lo disfruta. Y muchas veces va con pensamientos y actitudes contrarios a la vida en el pueblo, cuya sustancia es la vecindad, la sociabilidad. Nací en una aldea, pero soy en cierto modo un neorrural, pues paso media semana en un pueblo cerca de Oviedo. Voy analizando esos casos de neorrurales. Algunos logran convertirse en unos paisanos más, pero otros perjudican la convivencia hasta el extremo de que he visto como se producen denuncias porque una vaca manchó de boñiga un camino o un coche.

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