Una hora antes de que diese comienzo el desfile, la joven Aitana Raya, de 11 años, ya estaba esperando la salida de los Reyes Magos -sobre todo de su favorito, Melchor- a la puerta del Colegio Público Montevil, punto de partido de la cabalgata gijonesa. "He pedido una agenda para el colegio, un reloj y algo de ropa", confesaba, ansiosa por que comenzase el pasacalles.

Y lo hizo, a las 19 horas, de manera absolutamente puntual, cuando la banda de música de Gijón comenzaba a tocar sus primeras notas. Tras ella, la primera de las grandes carrozas, la que reproducía un Nacimiento. A bordo de ella iba el pequeño Asur Díaz, que a sus 7 años era la primera vez que formaba parte de la comitiva. "Estoy muy contento y emocionado, tengo muchas ganas de que empiece ya", aseguraba con un deje de vergüenza de quien se sabe ante las miradas de todos, sobre el vehículo. Sus peticiones para Sus Majestades, pocas, para que se puedan cumplir todas: "dos espadas láser de Star Wars".

Precisamente, el primero de los Reyes Magos de Oriente, Melchor, hacía acto de presencia un cuarto de hora más tarde de que sus predecesores comenzaran el recorrido. Ataviado con sus elegantes galas y su imponente barba blanca, hizo las delicias de los presentes a lo largo de todo el recorrido. No está claro cuál de los tres Reyes Magos es el más querido, pero sí cuál de ellos transmite un infinito chorro de ilusión en el recorrido por las calles gijonesas. Melchor no dejó de lanzar serpentinas, confetis y millones de besos a los asistentes.

Cinco minutos más tarde, era Gaspar el que comparecía, en una bonita carroza con aires egipcios, precedidos de los primeros villancicos de la tarde, interpretados por algunas de las diez agrupaciones musicales que animaron el desfile.

Tras él, Baltasar era el último de los tres en subirse a su carroza, la más animada, al ir acompañada de los percusionistas africanos, formados por integrantes de las diferentes charangas gijonesas, como aperitivo para el carnaval que se avecina.

Ni Melchor, ni Gaspar, ni Baltasar, la primera gran ovación de la tarde se la llevaron sus tres camellos, a los que se les dio algo de descanso para el recorrido, ya que no iban cargados de Sus Majestades, sino de decenas de regalos para repartir entre los niños gijoneses. El desfile lo cerraba el Tren Navideño de la Asociación de Vecinos de Contrueces, que se adhirieron a la cabalgata oficial, renunciando a la suya propia, al pasar la principal por las calles más reconocidas de su barrio.

Al filo de las 19.25 horas, todas las cartas estaban ya sobre la mesa y daba comienzo de forma oficiosa el desfile, recorriendo las atestadas calles del barrio de Contrueces, para tomar luego la avenida de Schultz, Manuel Llaneza, avenida de la Costa, calle San Bernardo y las habituales vías céntricas para desembocar en los Jardines de la Reina.

Por el camino, el numeroso público asistente combatía el frío de la mejor manera posible: bailando al ritmo de las distintas agrupaciones musicales. De villancicos a los clásicos más reconocidos de la factoría Disney, sin olvidar algunas de las canciones que copan las listas de éxitos durante el verano.

Para cuando llegaban las carrozas de Sus Majestades, el pavimento ya era una alfombra de confeti que había regado a egipcios, hebreos, romanos, tuaregs y a los príncipes Aliatar y Adledadid, acompañados de su numeroso séquito. Las provisiones llegaban a su fin y reciclar munición del asfalto era la mejor de las opciones.

A un lado y a otro, los Reyes Magos podían vislumbrar abuelos ilusionados como los que más, padres y madres con sus hijos al hombro, mascotas asustadas por el revuelo y niños que parecían más abrigo que persona para evitar ponerse malos en la noche más mágica del año.

Otra cabalgata distinta era la que se vivía en las alturas. Ventanas, ventanales, balcones, y terrazas, hacían las veces de palcos para la congregación que se agolpaba en ellos. Desde allí, todo valía: pancartas con el nombre del Rey Mago preferido en cada casa, otras con mensajes intencionados -del orden de "aquí hemos sido muy buenos"-, bufandas sportinguistas, luces de colores, árboles de navidad e incluso algún que otro Papá Noel despistado, o serpentinas lanzadas con más intención que puntería, que acababan colgadas de farolas o señales de tráfico. Todo, con tal de llamar la atención de Sus Majestades.

Los más despistados podían anticipar la llegada de la carroza de su rey mago favorito con el estruendo que se formaba entre gritos ilusionados y risas nerviosas, acompañados de cañones de confeti que creaban una estampa navideña digna de postal. Hubo quien incluso pudo acercarse a besar o dar la mano a su ídolo navideño.

Pero de todo ello, ¿qué fue lo que más gustó a los pequeños gijoneses? "¡Todo!", respondía convencido Ángel Grande, de 10 años, "pero lo que más, ver de cerca a Melchor y chocarle la mano a los romanos", añadía, mientras su hermana pequeña, Sara, de 6 años, se decantaba más por "los granjeros con los animales", sobre todo porque pudo tocar "un cerdito pequeño". A su lado, Óskar Cortázar, de 11 años, apostaba por "los camellos y el Rey Baltasar", enfatizaba en el último tramo del recorrido, en los Jardines de la Reina.

Tras la llegada de toda la comitiva, los Reyes Magos dejaron atrás sus carrozas para montarse en los coches descapotables que les trasladaron a la Plaza del Ayuntamiento, donde se dieron el último baño de multitudes antes de ofrecer el tradicional discurso, ataviados dos de ellos con bufandas sportinguistas.

"Obedeced a vuestros padres, abuelos y maestros", enfatizaba Melchor, "que siempre os aconsejarán las cosas buscando vuestro bien", algo que, de cumplirse, tendrá recompensa. "Venimos con las alforjas cargadas y podéis estar seguros de que todos tendréis vuestro premio", completaba, dando paso a Gaspar, quien como cada año, manifestó su sportinguismo. "Este año hemos traído poción mágica para los jugadores, pero ya se nos está acabando, no sé si podremos hacer más milagros", apuntaba, aunque confió en que, "sólo los directivos, técnicos, jugadores y afición, pueden lograr la proeza".

El último turno de palabra fue para Baltasar, quien quiso apelar a "respetar y tolerar aunque la procedencia de vuestros amigos sea distinta", para terminar recordando a los más pequeños que había que "ir pronto a la cama".

De este modo se dio por finalizada la cabalgata gijonesa, aunque el trabajo de los Reyes Magos no había hecho más que comenzar. Por delante, una ajetreada noche en la que dejaron a cada niño su regalo en casa.

Tras ello, el viaje de vuelta a sus hogares, previa parada para descansar y reponer fuerzas, tanto ellos como sus camellos, cansados después de una agotadora pero satisfactoria jornada de trabajo.