Conozco a un hombre que se hace pasar por reputado novelista. Escribe artículos y columnas de opinión en los principales periódicos, pero sólo para que otro los firme, cobre el cheque y se lleve la gloria. Es lo que comúnmente se conoce como negro o escritor fantasma, y puede que en su estantería tengan más de un libro escrito por él, pero con otro nombre en la portada. Se reúne con amigos del gremio, y charlan sobre lo mal que está todo y lo bien que se pagaba antes. O de la última biografía que un presentador les ha encargado. O de las malas ideas que tienen sus dueños.

Históricamente siempre ha estado aceptada su figura, como si de un pacto tácito se tratara. Su mayor cultivador fue Alejandro Dumas (padre), que tuvo hasta seteinta y seis escritores en nómina y del que se cuenta que en una ocasión le preguntó a su hijo si había leído su última novela, a lo que éste respondió: "No. ¿Y tú?" Caso aparte es el de Edward Stratemeyer, con más de mil quinientos libros, y ni Shakespeare ni Cornaille se libran de alguna teoría conspiranoica. Otro motivo para que existan es el de la muerte repentina de un autor de éxito, que deja libro a medias y público expectante. Lo vimos recientemente con David Lagercrantz, que escribió ese desastre que es la cuarta entrega de Millenium, de Stieg Larsson.

En el caso de mi amigo, se hizo con algún premio y tuvo su momento de gloria. Una de las principales editoriales de nuestro país apostó por él, y acudió a programas de televisión, y le entrevistaron en los suplementos culturales. La gente le reconocía, hay quien dijo que era un referente. Pero la vida, que es puro capricho, quiso que un cambio en la dirección provocara una nueva apuesta. Y le desterraron. Hoy pueden ver su nombre en cualquier librería, incluso en la mesa de novedades. Es un autor al que, creo, Cela brindaría su mano. Hablamos, casi todos los días. Y cuando entre algún sarcasmo alguien le pregunta si ve lícito ser el negro de alguien, sí entiende que no es ético y debería mirar menos el bolsillo, él siempre repite la misma frase, como si de un mantra se tratara: "Alístate, verás mundo".