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"El Boya", custodio de bañistas

Mariano Sierra, histórico integrante del equipo de salvamento de San Lorenzo, fue hombre de ojo avizor y dueño de un sentido del humor coñón y campechano

Ramonín, "El Chino".

Si Jorge Manrique aseveró que "nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir", no cabe duda de que el alma de Mariano Sierra Rubiera, el popular Marino "El Boya", custodia desde el piélago las vidas de los bañistas de San Lorenzo a quienes dedicó buena parte de su paso por tierra firme como vigilante de salvamento. Un arenal desde el que oteó ojo avizor la bahía gijonesa y que hoy le ahogaría en llanto al contemplar su maltrecha estampa.

Por si su mote no fuera lo bastante explícito, Marino era de estatura media, tirando a bajamar, fornido, robusto, de cabello y tez morena. Siempre metía tripa al posar para las fotos, aunque el caparazón no había quien lo escondiese. Destacó por un notable sentido de la fidelidad hacia sus amigos, por su desparpajo y a veces descaro diluido en el don de la simpatía que le sirvió para repartir carcajadas a oleadas a lo largo de su intensa vida que, en ocasiones, se volvió dura. Paradigma de la diversión, incluso, para muchos, a quien el buen humor le acompañó siempre.

Este hombre a un silbato pegado formó parte del equipo de salvamento de Gijón junto a otros míticos de San Lorenzo. Su jefe Higinio Alonso, Lucio Torrente, Julio, "El Caches", Julián "El Legionario", Pelayo, Pepín "El Matarranes", Emilio Fonseca, Minervino de La Rasilla, Bautista, Manolín "El Guardia" o "Tista", Luis Bericua, Roberto "El Caracuadru", Paquín o Joe, entre otros muchos "salvavidas" de carne y hueso que por los grises años setenta iban enfundados en novedosos y ceñidos "meybas" de color rojo que secaban al instante y tocados con una gorra visera en tonos rojiblancos.

Sus últimos años de vigía los pasó enrolado en una lancha de goma con la que patrullaba la costa de la playa a la que siempre le gustó denominar como "la concha". De vez en cuando atracaba en la arena para darse un garbeo entre los turistas y un día encontró a la altura de La Escalerona a un grupo de jóvenes madrileñas con las que no dudó en acercar posturas acerca del verano. Logró convencer a una de ellas para convertirla en marinera de su nave y así, para que no se echase al mar, puso a tope el motor para intentar alcanzar el horizonte hasta casi perder de vista el Muro. Según narró en estas páginas Dioni Viña, en sus crónicas de la sección "El Nordeste", "El Boya" había ligado y se deshicieron en carantoñas en altamar próximos al Real Club Astur de Regatas. Quiso el azar que ese momento el recinto albergaba un almuerzo con autoridades municipales entre los que se encontraba el concejal responsable de playas, que al percatarse de la presencia de la embarcación solicitó unos prismáticos. A través de los binoculares pudo ver cómo uno de los miembros del equipo de salvamento a sus órdenes era un experto en labores de reanimación boca a boca. Unas dotes de socorrismo que le libraron de la bronca.

Cuentan que una de sus frases preferidas era "Calla la boca ¡cocón!, porque me paez que te tas cañicando en la rama más alta del árbol de la inorancia". Pero son múltiples sus ingeniosas respuestas a preguntas inverosímiles que rozaban el absurdo buscando una contestación proporcional con el sello de "El Boya".

-¿Boyita, en qué ciudad del mundo se respira mejor?

-En Buenos Aires, "caracagá".

-¿Dónde hay minas de mercromina?

-En Noruega (respondió con total rotundidad).

-¿Y minas de llaves inglesas?

-La misma palabra lo diz. En Inglaterra, animal.

Playos, bañistas y turistas surcaban los mares ajenos a que, en muchas ocasiones, la relación entre los propios miembros del equipo de San Lorenzo no era la más idónea. Cuentan que una vez "El Boya" abandonó su puesto dispuesto a dar muerte a otro compañero que todavía vive. El resto de socorristas, alarmados, recorrieron toda la playa en bici o corriendo a galope tendido para evitar el envite y hasta consiguieron alertar al afectado que, por su parte, esperó con una navaja a "Boyita". Éste, al ver las dimensiones de la hoja, sacó un cuchillo de mayor tamaño. Muchos recuerdan todavía el chischás de las espadas al viento.

Y pese a ser verano muchas veces los propios uniformados se calentaban de vaso en vaso. Y estando de servicio. "El Boya" desarrolló en no pocas ocasiones su labor de vigía a cubierto. Justo frente a la rampla o escalera 2, en el bar de la torre donde hoy está el colegio San Lorenzo. Allí se calentaba y vigilaba el aleteo de las olas. No era el único discípulo de Baco. Esa pasión la compartió con Ramón Sánchez Lorenzo, "El Chino", dueño y protector de La Escalerona, que en su caso atisbaba el percal desde el inmortal A Veira do Mar. "Nunca lu vi echar mano al bolsu y pagar un vino", cuenta un testigo sobre otro socorrista que presumía de oficio en su tarjeta de visita.

Fue "El Chino", que se encontró primero que "El Boya" con la parca, hombre también de anécdotas. "Estábamos más pendientes de él cuando nadaba desde San Pedro hasta el Piles, que de la gente", confiesa otro centinela de bañador, consciente de los caldos previos que echaba como si fuera gasolina para zambullirse. Un estado que al nadar a braza le ponía colorada la cara hasta que un día, al ir a socorrer a una señora, ésta, asustada a la par que sorprendida, le dijo, pese a estar ahogándose, "por favor, a mí que me rescate el otru". Pero fue él quien un verano protagonizó una intervención capital para la vida de un famoso industrial de la "city" gijonesa, que desde que le salvó el pellejo convidaba todos los años a un arroz con bugre en La Pondala a todo el equipo de salvamento.

"Hombres de mar, sin lazos que te aten, pero al mar no dejarás, hermosa trinidad que da paz; cielo, hombre y mar, hermosa pero muchas veces sufrida, porque el hombre es para la tierra y tú conquistas el mar". Como si Alberti les hubiese conocido, oigan.

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