El ministro de Fomento, que pasó junto a la estatua de Augusto de camino al Hotel Asturias, donde le esperaba para desayunar parte de la cúpula local y regional del PP, no pudo ser César en Gijón: llegó, vio pero no venció ni convenció. O no del todo, pese a su buena disponibilidad. Acompañado de su jefe de gabinete, Ángel Fernández, y de Manuel Niño, secretario general de Infraestructuras del ministerio de Fomento, Íñigo de la Serna fue agasajado con un opíparo desayuno en el céntrico hotel por Mercedes Fernández, a la que acompañaban Luis Venta, Fernando Goñi y los cargos locales del PP Mariano Marín y Pablo González. Sobre la mesa, zumo de naranja, pinchos de tortilla y abundante bollería. Y también café: la jornada iba a ser maratoniana.

Terminado el primer encuentro, a eso de las diez y media, el ministro y su séquito accedieron al Ayuntamiento para tomar asiento junto a la alcaldesa, Carmen Moriyón, y el Teniente de Alcalde, Fernando Couto, en una reunión a puerta cerrada, a la que no se invitó a la representante del gobierno asturiano. Belén Fernández y su director general de Infraestructuras, José María Pertierra, tuvieron que esperar de pie derecho durante media hora a ser llamados a la reunión institucional. En el PP y en el PSOE sorprendió la cercanía del ministro con la alcaldesa forista, que viene de los tiempos del municipalismo compartido.

A las once y cuarto, Carmen Moriyón, con semblante serio, tomaba el ascensor para acudir a la sala de reuniones del Consistorio, mientras que el titular de Fomento prefirió subir a pie, por las escaleras. A partir de ahí, una hora larga de reunión. A la salida, Moriyón ni siquiera dio la cara: dejó que fuera Couto quien valorara públicamente el resultado de un encuentro del que salió "moderadamente optimista".

Cuando el ministro dejó Gijón, lucía el sol. El único que consiguió de De la Serna lo que quería fue el cazaautógrafos Ander Azcárate, que se llevó a su colección la rúbrica del político santanderino.