La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Jardín, todo un fenómeno social a partir de la década de los cincuenta

La Pondala, el merendero fundado en 1891, fue también un lugar de encuentro fundamental y emblemático en Somió en aquellos tiempos

La Huerta, que se convirtió en El Jardín.

Si el genial arquitecto Luis Moya concibió la décima maravilla del mundo como la ciudad total en la antigua Universidad Laboral, de espaldas a las desastrosas construcciones, los gijoneses sensatos también rechazaron al urbanismo que se nos venía encima. Aunque la reconstrucción se había iniciado en nuestra villa -a la que Gerardo Diego había caricaturizado afirmando que "no tiene dos casas de la misma estatura"- paralelamente la demolición con la piqueta de grandiosos edificios hizo desaparecer nuestro importante patrimonio arquitectónico civil, por lo que también nos hizo volver la espalda ante la pérdida de nuestras señas de identidad arquitectónica. De ahí que siempre hayamos sido muy dados a escapar para ir a comer empanadas, huevos cocidos, tortillas y escalopes a los merenderos de nuestros maravillosos alrededores.

Cuando todavía no se había producido el desmadre especulativo en el barrio del Arenal, hubo tiempos en que hasta se comía en la playa. El diplomático de Somió, el entrañable embajador Julián Ayesta, escribió en su deliciosa narración "Helena o el mar de verano" -publicada en 1952 y calificada por Alfonso Guerra como la mejor novela corta del siglo XX- cómo eran aquellas comidas al atardecer en la playa. Por entonces se merendaba bonito, tortilla y carne empanada. Vamos, las sobras del mediodía.

De los tranvías a los autobuses. En aquellos tiempos en que los coches escaseaban porque todavía no habíamos entrado en la "sociedad de consumación" que diría Salvador Dalí, los tranvías -de los que tanto sabía y dejó escrito el intimista pintor Nani Magdaleno- marcaron inicialmente las sendas hacia el ocio fuera de la ciudad para ir desde los chigres a los merenderos al aire libre con mesas de piedra y helados bancos sin cojines ni respaldo.

El tranvía que iba hacia La Guía y Somió pasaba por Corrida Street y doblaba por la calle de Munuza y hacía un parada -porque allí estaba una taquilla de los Campos Elíseos- y tras atravesar la plaza de San Miguel dejaba a los cinéfilos en el antiguo teatro Obdulia y luego pasaba por delante de El Bibio. En una de aquellas jardineras veraniegas recuerdo que fui con ocho años a ver "El Bombero Torero". Al llegar a La Guía gran parte del personal se bajaba para ir a los merenderos del entorno: El Puentín, El Pinche, Ideal Rosales -donde José Luis Garci rodó algunas escenas de su oscarizada "Volver a empezar" y luego fue reconvertido en la discoteca Tik- y el Jai Alai. Y aquella línea de tranvía finalizaba su recorrido en la redonda plaza de Villamanín. La antigua Quinta Peláez fue reconvertida en el merendero Somió Park -cuando pasó a ser propiedad de la Compañía de Tranvías- y era famoso por su ambiente, gracias a la música de baile que sonaba en las bocinas metálicas de Radio Electra semiocultas entre la hojarasca de los centenarios robles y las atracciones orquestales durante los años cuarenta. Eso fue, claro, antes de que los cortasen para hacer chalés.

La importancia de las bicicletas. Nunca hay nada nuevo bajo el sol: aunque no se habían creado carriles específicos para las bicis, ya entonces se habían puesto de moda como método de transporte ideal. Aquel ambiente de entonces lo definió con su visión plástica el gran pintor gijonés Antonio Suárez. Hace años me contó: "En mi juventud muy pronto descubrí que, además de la pintura, había otras cosas: la bicicleta, el cine y los bailes de verano en Somió Park. Había dos bailes en Gijón, los de La Guía y los de Somió Park. A los de La Guía iban los soldados y las muchachas de servicio. Los que íbamos a Somió Park, lo quisiéramos o no, estábamos más cerca de ser la élite. El ambiente era fantástico en Somió Park porque todas las chicas y chicos subían allí con ganas de disfrutar, de pasarlo bien, de vivir. Subíamos en el tranvía y la vuelta era algo fantástico, hasta que un día se proyectó en el Robledo una película americana que se llamaba 'Anda en bicicleta' y entonces todos subíamos en bicicleta a Somió Park. Aquello era enorme. Había mesas y sillas. La gente paseaba por el prado. Íbamos vestidos a lo último que se pusiera. De verano, muy de verano. Y de invierno con aquellas corbatas que llevaban un alfiler por debajo. Bebíamos sidra y bailábamos música americana y se sabía cuándo se acaba el baile porque ponían como final tres o cuatro pasodobles que nadie los bailaba, pero que servían para despedirse e ir por la bici. Preferíamos la música en disco a las orquestas porque el repertorio de las orquestas no era nada moderno, ni los músicos eran buenos, y los discos, sin embargo, sí".

La Pondala, el lugar de encuentro fundamental. A mediados de siglo los tranvías fueron dando paso a los autobuses en los que se subía a Somió más rápido, pero era menos romántico. La plaza de La Redonda sirvió también con los años para bifurcar hacia otros merenderos que luego también contratarían atracciones, como Las Delicias y El Cañaveral. Allí, uno de los lugares emblemáticos de Somió fue desde finales del siglo XIX La Pondala. El jardín de aquel merendero -fundado en 1891 por María González, apodada "La Pondala" por ser la esposa de José Pondal- fue escenario de bailes, representaciones teatrales y hasta proyecciones cinematográficas. Su nieta Conchita y su esposo José Luis Caso Granda han sido inolvidables personajes que no pudieron vivir uno sin el otro más que unos pocos días.

El Jardín, un gran fenómeno social. Desde la plaza de Villamanín se iba a pie hasta El Jardín, uno de esos fenómenos sociales que surgen de manera espontánea. Los hermanos García-Rendueles -cuyo abuelo fue un potentado que llegó a ser alcalde de Gijón a principios de siglo- tenían al lado otro merendero, La Pipa. Pronto se darían cuenta del negocio que se les venía encima y empezaron a dar sidra, vino blanco de "Los Corales" y unos espléndidos bocadillos de calamares que causaron furor. Así que La Huerta fue reconvertida en un merendero con sala de fiestas al aire libre.

Los hermanos García-Rendueles tuvieron la genial idea de designar todos los veranos a las reinas de El Jardín. En el año 1958 el primer jurado estuvo presidido por Robustiano García-Rendueles y de él formó parte quien años después iba a ser el famoso psiquiatra Rubén Prieto Ponga -de quien, ¡cómo no!, también fui paciente-, además de José Ramón García Rodríguez, Ángel Báscones Isla, Javier Rodríguez García, Indalecio Argüelles, Miguel Villaverde Hatre y Juan Francisco Vázquez. La primera reina elegida democráticamente -en aquellos tiempos dictatoriales tan poco dados a las elecciones- fue Maruja Noval García y sus damas de honor: Montserrat Álvarez Casuso, Herminia Suárez Fernández, Pilar Vázquez-Queipo, Mary-Pili Aznar, Ana María Montamarta y María Josefa Costas.

Por El Jardín pasaron muchas generaciones y allí se daba cita la guapa gente de Somió y las familias bien de toda la vida, además de todos aquellos que tuvimos allí nuestra primavera existencial. Un joven llamado Rodrigo Rato no faltaría entonces durante los veranos a sus citas con su pandilla en El Jardín -en la barra, desde luego, siempre arrasaban ya: hay que reconocerlo- para ver las mejores atracciones del momento a unos precios realmente populares.

Eso aconteció antes de que los ayuntamientos se pusieran a gestionar los festejos y los cachés de los artistas pasasen -por aquello de la gestión municipal- de los suelos a los cielos.

Compartir el artículo

stats