Con este reportaje se resumía, en la edición del 10 de mayo de 2015 de LA NUEVA ESPAÑA, las dramáticas historias que se cruzaron en el atropello del día de la madre de Gijón

Una serie de circunstancias inesperadas y adversas y de imprevistas fatalidades confabularon el primer domingo de mayo a la altura de un cruce situado entre las calles Eleuterio Quintanilla y Río de Oro, en el barrio de El Llano, para componer el relato de una tragedia que conmocionó a Gijón. Los relojes de cinco personas se pararon a las tres menos diez de la tarde de ese Día de la Madre. Tres de ellas perdieron la vida: dos mujeres, madre e hija, y un hombre, sin relación con las anteriores, aunque señalados por una cruel coincidencia: encontrarse en el peor momento en el lugar más inoportuno.

A primera hora de la tarde del pasado domingo cambió para siempre la vida de cinco familias: la de un matrimonio ovetense que viajaba en un Mercedes rojo recién estrenado y cuyo conductor movía el volante de su auto con la contrariedad de, a esa fatídica hora, haberse confundido de calle; la de un repartidor de pan que apuraba los minutos posteriores a la jornada laboral en su furgoneta para llegar a la avenida de El Llano a disfrutar de una comida familiar; la de dos vecinas de la zona -madre e hija-, que se dirigían a pie a la casa de una de ellas a celebrar el Día de la Madre; la del conductor de un todoterreno que circulaba delante de la pareja del Mercedes y que, en las proximidades del citado cruce, vio acercarse a un conocido y decidió estacionar su coche en doble fila; y la de un septuagenario leonés afincado en Gijón desde hace décadas que acababa de tomar un mosto en un bar próximo y que aguardaba a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar la calle, desplazarse a su casa y comer algo rápido para llegar a tiempo al partido de el Sporting con el carné de abonado que le había prestado su hijo. Ninguno de los cinco implicados en este relato llegó a su destino.

El primer protagonista de la trágica historia, y casualmente el último en prestar declaración ante los agentes de la Policía Local, fue el conductor del todoterreno. Vecino del barrio y habitual de la zona, este gijonés aguardaba en el semáforo que da acceso al cruce de Río de Oro a eso de las tres menos cuarto. De pronto, a lo lejos, ve a un conocido y decide parar. Avanza sin llegar a invadir el cruce y se hace a un lado para no obstaculizar el tráfico. Aparca casi encima del paso de peatones. El conductor del Mercedes había accedido unos segundos antes a la calle Río de Oro. Según se pudo saber después por el testimonio de una hija, circulaba por la calle equivocada. Las primeras hipótesis que baraja la Policía Local en el atestado del suceso apuntan a que la maniobra apresurada para intentar cambiar de dirección llevó al ovetense a no fijarse en el color del semáforo. Vio que el vehículo que le precedía, el todoterreno, avanzaba y decidió continuar en dirección a Contrueces.

El conductor de la furgoneta llevaba toda la mañana repartiendo pan por bares y comercios de la zona. Había adquirido el vehículo hacía sólo unos meses "para poder seguir trabajando", tal y como explicó en el lugar del trágico suceso su hermana, intentando contener las lágrimas. Tampoco este repartidor llegó a casa a la hora acordada. La mala fortuna quiso que el Mercedes en el que viajaba la pareja de Oviedo le golpeara en la parte trasera. El repartidor perdió el control de la furgoneta y el vehículo acabó invadiendo la acera, segando tres vidas.

En el paso de peatones aguardaban el cambio de semáforo los tres últimos protagonistas de esta historia, los que llevaron la peor parte. Ana María Vega Peña, de 61 años, se encontraba a pocos metros de su casa. Iba acompañada por su madre, Felicita Natividad Peña Rodríguez, de 86 años, y por su marido. El hombre fue el único que resultó ileso tras la invasión de la acera por la furgoneta. Se encontraba en segunda fila y pudo esquivar el golpe. Las dos mujeres fallecieron. La octogenaria perdió la vida nada más ingresar en el Hospital Central de Asturias como consecuencia de la gravedad de sus heridas. Su hija Ana falleció en el lugar del accidente mientras su marido aguardaba el resultado de la asistencia sanitaria a la puerta de la UVI móvil desplazada a la zona. "Mi mujer está dentro, a mi suegra se la acaban de llevar, yo estoy bien", acertó a relatar, visiblemente nervioso, a LA NUEVA ESPAÑA. Lo primero que hizo fue avisar a su hijo. El joven, vecino de La Calzada, trabaja desde hace meses en una empresa de mantenimiento. El chico se encontraba de guardia en el Hospital Central cuando recibió una llamada que le heló la sangre. Llegó a Gijón en menos de media hora. Al conocer, por sus propios ojos, el alcance del fatal accidente, se derrumbó. Buscó refugio en un garaje cercano, hasta donde los sanitarios de emergencias le llevaron una silla de la ambulancia para que se pudiera sentar. La noticia del fallecimiento de su madre pilló al joven en plena calle. Su grito de angustia se escuchó en toda la manzana, y entonces se hizo el silencio. Dos médicos tuvieron que trasladarlo en volandas hasta el cercano centro de salud de El Llano para intentar poner freno a una crisis de ansiedad.

El último protagonista de la tragedia fue Francisco García Sánchez, de 74 años. A las tres menos cuarto había abandonado el bar situado en la calle Eleuterio Quintanilla al que acudía prácticamente a diario a chatear con otros clientes habituales, como su amigo "Pipo", al que conocía desde hace más de dos décadas. Desde el otro lado de la cristalera del local presenció, estupefacto, el trágico suceso. No fue el único. Otro vecino que se encontraba a apenas 20 metros del cruce se percató de la gravedad del atropello y se apresuró en ir a socorrer al septuagenario. Varias personas intentaron auxiliar a Paco, que era como le llamaban en el barrio, pero nadie pudo hacer nada por él. Las últimas palabras que pronunció en vida fueron para explicarle, agonizante, a un agente de la policía local su versión del suceso.

Cinco minutos después del triple atropello mortal, a las tres menos diez, en la zona ya se había desplegado un enorme dispositivo de seguridad y se habían arremolinado en el lugar decenas de vecinos de El Llano. "Menos mal que sólo son heridos, que si llega a pasar algo más le da algo...", acertaba a pronunciar la hermana del conductor de la furgoneta. Pasadas las tres y cuarto de la tarde, el grito desgarrado del hijo de Ana María Vega rompió la tensa calma: acababa de fallecer la primera víctima. A lo largo de las siguientes dos horas, se certificaría la defunción de las otras dos víctimas a las que embistió la furgoneta de un repartidor del pan.

Todo parece indicar que, por culpa de esa serie de fatalidades, el conductor del Mercedes se saltó el semáforo en rojo, ya que la investigación policial descartó como causas del siniestro el exceso de velocidad de los vehículos implicados o el consumo de alcohol. Desde Guadalajara, la hija del conductor apuntado como supuestamente responsable del suceso, intentó defender a su padre, que permaneció las primeras veinticuatro horas tras el suceso tendido en la cama, sin parar de sollozar, presa de una fuerte depresión. La mujer argumentó que su padre no se había saltado el semáforo y que el conductor del todoterreno podría verificar esa versión. Pero no fue así. El testigo, que acudió a la Jefatura de la calle San José tras conocer por las páginas de LA NUEVA ESPAÑA que la familia de uno de los conductores del siniestro reclamaba su declaración, aportó la luz que faltaba para resolver las causas de un triple atropello que ahora queda en manos del dictamen de un juez.