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El Festival de Cine para Niños triunfa y desaparecen los entrañables tranvías

El arzobispo Tarancón hizo su primera parada ante las ruinas de Santa María de Veranes

La Universidad Laboral, donde se celebraba el Festival Internacional de Cine para Niños, como anuncia el cartel.

Mientras el Festival de Melodía de la Costa Verde echaba el telón al cuarto año de ruinosa existencia, en 1963 le tomaba la alternativa -esta vez con todo el respaldo institucional del Ayuntamiento y el apoyo financiero de la Caja de Ahorros de Asturias- el I Certamen Internacional de Cine y TV Infantil, gracias a una genialidad del gran creativo artístico Isaac del Rivero y de la Llana (Colunga, 1931) quien sí puso el nombre de Gijón en todo el mundo, debido a que fue el primer certamen cinematográfico especializado en la temática infantil y juvenil. La inauguración oficial se celebró en el Salón de Recepciones de la Casa Consistorial y a ella asistieron el subdirector general de Cinematografía y Teatro, el gijonés Florentino Soria, el alcalde Ignacio Bertrand, el rector de la Universidad de Oviedo José Virgili y hasta el rector de la Universidad Laboral, el jesuita Antonio Albuquerque.

La innovadora iniciativa de crear una especialidad hasta entonces inexistente en los demás países europeos motivó un gran éxito de participación durante una veintena de ediciones. Aunque inicialmente se utilizaron algunos cines céntricos, el gran éxito popular hizo que fuese trasladado al espectacular marco de la Universidad Laboral. Por Gijón pasaron importantísimos creativos de cine para niños -como el imaginativo director de dibujos animados Cruz Delgado- y jóvenes críticos como Carlos Pumares, que ya entonces empezaba a destacar por sus conocimientos cinematográficos, además de fascinantes personajes que me causaron una honda impresión como la maternal Gloria Fuertes o el irreverente Manuel Mur Oti. Lo curioso del caso es que el equipo organizador -que disponía de una pequeña oficina en el "Ateneo Jovellanos" - era mínimo: el director Isaac del Rivero, el directivo Paco Quirós -siempre impecable con sus sobresaliente puños blancos perfectamente planchados con sus correspondientes gemelos- y el austero tesorero José Antonio Presedo Vázquez, quien controlaba hasta la última peseta. No faltaba, no obstante, el toque de la farándula que aportaba el crítico de "As", el simpático Juan Manuel Montes Jovellar quien -en aquellos tiempos en que yo todavía era un primavera- me aconsejó que le mandase un gran ramo de rosas rojas a Nati Mistral, que se alojaba en el "Hotel Hernán Cortés". Cuatro décadas después todavía me pregunto porqué fui tan estúpidamente ingenuo al encargar a "Casa Múgica" el envío del susodicho ramo de flores que, dicho sea de paso, me costó un pastón y todo para nada. Ni me dio las gracias.

Todo aquello que estaba bien organizado y que había dado a Gijón un indiscutible prestigio internacional -en la especialización siempre está el éxito- se tiró también por la ventana cuando al concejal Aladino Cordero -quien era muy aficionado a otro tipo de cine- no se le ocurrió mejor idea que erradicarle el nombre y olvidarse de lo de la temática de la infancia y la juventud, para iniciar un difícil camino por la senda del cine alternativo y de autor. Craso error personalista ése que tienen algunos de cambiar el rumbo de las cosas cuando todo va bien.

La televisión llegó a Gijón a principios de los sesenta. A aquel Gijón de los principios de la década de los sesenta ya habían llegado las primeras imágenes de televisión -gracias a un novedoso invento que con el paso de los tiempos iba a revolucionar nuestra vida familiar- que pudieron ser vistas en el número 11 de la calle de Menéndez Valdés donde estaba ubicado el establecimiento "Radio Ortega", en dos aparatos que su gerente Méndez había conseguido: Un "Inter" y un "Philips", ambos de veintiún pulgadas que captaron a través de una gran antena que pudo conectar con una emisora en Bilbao. Las primeras imágenes que los espectadores -entre ellos Marcelo, famoso por sus potarros en su popular bar de la plaza del Parchís, los dueños de "Almacenes Tritón", María Luisa Vallina y Lorenzo Díez, además de Conrado Sabugo Calderón, quien años después nos daría clases de dibujo en el Colegio Corazón de María- pudieron ver en el escaparate desde la calle fueron dos documentales: uno sobre imágenes del fondo de los mares y otro sobre el empleo de los metales en la era interplanetaria. Así empezó todo.

Denuncias de torturas a los mineros en "Le Monde". De lo que no informaba entonces la televisión era de los graves conflictos laborales en las cuencas mineras, con la paralización de los trabajos en los chamizos, que motivaron que en mayo de 1962 fuese declarado durante tres meses el estado de excepción en las provincias de Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa. El detonante fue una denuncia sobre torturas a los mineros y a sus familiares que publicó "Le Monde" en un valiente artículo de José Antonio Novais , que firmaron nada más y nada menos que Vicente Aleixandre, Pedro Laín Entralgo y los asturianos Valentín Andrés Álvarez y el poeta Ángel González.

Una vacua pastoral del Arzobispado de Oviedo que autorizó Francisco Javier Lauzurica demostraba la falta de conexión social y pastoral con el entorno. El púlpito se alejaba de la feligresía obrera y el Concilio Vaticano II iba a marcar nuevos horizontes eclesiásticos. Al año siguiente hizo su triunfal entrada en Gijón el nuevo arzobispo de Oviedo, Vicente Enrique y Tarancón -un hombre progresista que iba a ser fundamental en la transición hacia la democracia en España- siendo recibido en la Venta de Puga por el alcalde Ignacio Bertrand. Su primera parada quiso que fuese ante las ruinas del monasterio de Santa María de Veranes debido a que -según ha dejado escrito el párroco de la Abadía de Cenero, Manuel Valdés Gutiérrez- allí estuvo la primera sede de los obispos de Asturias.

La desaparición de los tranvías. Si el Festival de Cine Infantil había tomado el relevo al lamentablemente hundido Festival de Melodía de la Costa Verde, nuestros románticos tranvías -que habían iniciado sus trayectos hacia La Guía y El Musel allá por el año 1890- también dieron paso en mayo de 1964 a los autobuses urbanos, aunque los raíles han quedado enterrados bajo las vías urbanas. En estos tiempos en los que prima el ecologismo, tal vez algún día vuelvan a circular por nuestras calles, como ya lo han hecho en otras ciudades españolas.

El primer bikini en "El Tostaderu". Aunque el concejal delegado de la playa de San Lorenzo, Francisco Barreda -quien su familia llegó a ser propietaria de la casa donde vivió y murió Rosario Acuña- desmentía tajantemente los rumores de que se iban a tolerar los bikinis en la playa, lo cierto es que la primera mujer que lo lució en Gijón fue Erika Karr -una joven sueca que veraneaba en casa del prestigioso empresario Dimas Menéndez Magdalena, según el testimonio personal que me transmitió en su momento- y lo hizo en el verano de 1964, en la zona de "El Tostaderu", con el consiguiente revuelo social sin que la Policía Municipal interviniese, dado que no había órdenes escritas al respecto. Por entonces se hacía famoso el eslogan de "Haz el amor y no la guerra", Mary Quant inventaría la minifalda por lo que la reina Isabel II la nombró miembro -que no miembra- de la Orden del Imperio Británico y el emblemático libro "La mujer mistificada" de Betty Friedman se publicaría en nuestro país.

Los tiempos estaban cambiando.

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