La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

JORDI DOCE | ASPIRA CON "NO ESTÁBAMOS ALLÍ" AL PREMIO "MELÉNDEZ VALDÉS" AL MEJOR LIBRO DE POESÍA ESPAÑOLA DE 2016

El poeta que no quiso ser ingeniero

Este filólogo gijonés, que fue lector en Oxford y profesa en Hotel Kafka, es ya uno de los nombres fundamentales de la actual poesía española

El poeta que no quiso ser ingeniero

Su documento nacional de identidad dice que se llama Jorge Doce Chambrelán, aunque todo el mundo le llama Jordi por la querencia catalana del padre. Y así es como firma sus libros, ensayos, artículos o traducciones este gijonés de 1967 alumbrado en el antiguo Hospital del Carmen, primogénito de tres hermanos y un enamorado de la lengua inglesa pese a que rompió a hablar en francés muy pronto por el influjo materno. Un asturiano rubianco y de ojos claros, provisto de un cierto "seny" y de una arquitectura mental más bien cartesiana que quizás sean genéticos, herencia familiar. Un tipo, en fin, que ha llegado a autorretratarse como "bastante empírico" pero que es capaz de escribir cosas así: "Todo salía a nuestro paso,/ ahora silencio y luego niebla".

Son dos versos del poema "Suceso", una de las composiciones que han hecho de "No estábamos allí" (Pre-Textos) uno de los libros medulares, imprescindibles, del último curso literario. La mayoría de los críticos han puesto por las nubes un poemario que aspira ahora, a la vuelta de la esquina, a alzarse con el premio "Meléndez Valdés" al mejor libro de poesía publicado en España a lo largo de 2016. No habría injusticia en que se lo llevara.

Jordi Doce, que vive en Madrid, regresa de vez en cuando a su ciudad natal. Nunca ha querido quebrar ese cordón sentimental. En algunos de sus versos hay dársenas con barcas y gaviotas, un paisaje norteño de lluvia gris que ha sido y es suyo. Aunque, a veces, siente que no acaba de vérsele como un poeta asturiano al que los trabajos y los días han llevado por el mundo en busca, si no de la flor azul de los románticos, de una cultura más ancha y abierta, lo que viene a ser lo mismo, con permiso de Novalis.

Pero el más anglosajón de nuestros poetas es un gijonés transitivo que estudió en el Colegio Jovellanos, al pie de la plaza del Parchís, y en el de Begoña, en Viesques. Hizo la Secundaria en el Instituto Calderón de la Barca. Era un buen lector de ciencia ficción y otras páginas, entre ellas las de Cortázar, Marsé o Calvino. Le gustaba el deporte y tenía buena cabeza para las matemáticas, por ejemplo. Por ese amueblamiento racionalista del que hemos hablado, hizo un Bachillerato científico que le llevó a matricularse en Ingeniería, concretamente en Industriales.

Jordi Doce no fue un adolescente versificador. Es cierto que a los 17 años escribía cuentos que fueron adensándose, pero la poesía no estaba aún en su horizonte vital. Un intercambio estudiantil le llevó a Iowa, en Estados Unidos, durante un período largo en el que se hizo con una sólida base lingüística inglesa. Total, que con diecinueve años decidió que no quería ser ingeniero (quizás sí un ingeniero del verso, que dijo Celaya) y se pasó a Filología Inglesa. Por aquellas aulas ovetenses andaban condiscípulos tan ilustrados como Jaime Priede, José Manuel Cuesta Abad, José Luis Piquero, Pelayo Fueyo, José María Castrillón, Fernando Menéndez o Aurelio González Ovies. Letraheridos y poetas con rango. Y una profesora de Crítica Literaria, Magadalena Cueto, que también hizo de faro: clases con miga.

En la senda de esa decantación lírica de Jordi Doce tuvo también una notable influencia el poeta y político mierense Nacho González. Éste daba clases a Eloy Doce, ahora intermitente entrenador de baloncesto allá por Islandia. Y de paso le impartió un curso acelerado de poesía contemporánea al mayor de los hermanos. De esa amistad surgió una colección como "Heracles y nosotros".

Aquellos universitarios se dejaron prender por un congreso de poesía que muñó en Oviedo, en enero de 1989, Leopoldo Sánchez Torre. Por allí pasaron, entre otros, Antonio Gamoneda o Francisco Brines. Una revelación. La afición por la poesía se hizo crónica en Jordi Doce, que en aquellos días anudó afinidades con Priede. Son dos de los grandes traductores al español de algunos de los mejores poetas anglosajones.

El vate en ciernes aprovechó una beca Erasmus y se fue a acabar Filología en Sheffield, en Inglaterra. Allí fungió también como lector de español, un puesto que también desempeñaría desde 1997 hasta el 2000 en Oxford. Hizo la prestación alternativa al servicio militar en el Instituto Cervantes de Leeds. Ocho años ingleses que han modelado la personalidad y muchos de los versos de Jordi Doce. Una experiencia determinante: en Inglaterra nació, por ejemplo, su hija Paula. Hay en él una sensibilidad muy británica, como en cierto Borges, que le inclina hacia el "Beowulf" o la literatura gótica.

Y allí empezó su sobresaliente carrera como traductor: con "Cuervo", de Ted Hughes. Ha hecho versiones de Eliot, Auden, Auster, Tomlinson o Simic, entre otros. Regresó a España y dio clases de inglés en Aceralia, antes de entrar en "Letras Libres" o trabajar, entre 2007 y 2013, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Desde hace una década enseña composición poética en Hotel Kafka. Coordina, además, la colección de poesía de Galaxia Gutenberg. Autor de una docena de libros (poesía, ensayos, aforismos...), un cuarto de siglo después de su vivencia inglesa le van a sacar una antología en Bristol. Su voz es hoy menos cartesiana, menos ingenieril. Es mejor poeta.

Compartir el artículo

stats