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"El Jaja" de la picaresca

Javier García rememora su etapa como vendedor de grillos o recadero con derecho a pasteles y siempre al filo para sacar beneficio hasta del galipote

"El Jaja", en el muro de San Lorenzo, con la iglesia de San Pedro al fondo. ÁNGEL GONZÁLEZ

El Gijón más longevo y curioso se pregunta ¿qué fue del "Jaja"? A sus 65 años Javier García Rodríguez "vive de milagro" y su fama le precede. Se define como un personaje de la villa de Jovellanos, "de toda la vida de Gijón sin falta de salir nunca a ningún lado". Ya no se dedica a nada salvo a disfrutar de su familia y amigos, que no es poco. Entre sus cinco pastillas recetadas al día se permite el lujo de tomar "un par de pintines" diarias, una en la comida y otra, de tarde, por el barrio. "El Jaja" siente el aprecio de los que le rodean porque "en términos generales" la gente le quiere. Atrás quedó la época de las malas compañías en que "comíamos margaritas pensando que eran huevos fritos". Ahora, pasados los tiempos de necesidad y en el ocaso de sus andanzas, se queda sólo con el anhelo de que sus hijos -Mónica, Santi, Felipe y Jonathan-, su nieto y su mujer sepan lo orgulloso que está de todos ellos y con los recuerdos bonitos de su vida que convierten al "Jaja" en una celebridad local.

Nació en la Gota de Leche el 30 de enero de 1952 con un balón bajo el brazo. Desde muy joven comenzó a dar patadas a la pelota y cuentan que era un espectáculo verle manejar la bola en los parques de la "city" y en la playa San Lorenzo. Le hubiese encantado dedicarse al fútbol pero, en aquel tiempo, ni existía Mareo ni "las ventajas de hoy". Era muy chiquillo, la mala cabeza y las peores influencias hicieron el resto. Para que lo entiendan lo explica él mismo: "Lo mío fue tipo Juanele, una cosa parecida al 'Pichón de Roces'". Su sentimiento rojiblanco le permitió encontrar en el Real Sporting un nutrido grupo de amigos que cita con orgullo. La robusta amistad con Cundi, Redondo o Maceda, padrino de su hijo Felipe, combina con su relación con Vega Arango, García Amado o Antonio Veiga, entre otros. Incluso fue durante un año chófer de Ansuriza.

Toda vez que sus pretensiones balompédicas se esfumaron, comenzó a trabajar de electricista de la mano de su padre Antonín "El estropeau". Ponían enchufes por las casas y también trampas para que no corriese el contador, normalmente utilizando un cliché de una película para parar la rueda. "Cuando venían a aforar quitábamos el plástico y venga, no había pasado nada; tou Dios hacía eso", confiesa. Se buscó la vida como pudo y tuvo tantas ocupaciones -vendió melones, tartas, cazó grillos y manzanas, actuó en un guiñol, trabajó para el Ayuntamiento en el Plan Piles y hasta colaboró en el circo- que conviene invertir la pregunta para desvelar ¿a qué no se dedicó "El Jaja"?

Sus andanzas son genialidades para unos, trastadas para otros o tropelías para alguno, según el grado de humor de cada cual. Todas rebosaban picardía y muchas estuvieron protagonizadas al alimón con su amigo del alma, Armando Rodríguez, el del Globo. Ambos trabajaron de pinches en una conocida confitería gijonesa. Repartían los pedidos con destreza y puntualidad. Todos menos uno. Cobraban por el servicio antes de ir a entregar el último pastel del día. Ese nunca llegaba porque se lo comían a pachas. "Pillábamos unes congestiones de la virgen", recuerdan.

Otra tarde, en una extinta confitería próxima al antiguo teatro Arango entraron seis amigos, Armando y "El Jaja" entre ellos. Uno de los otros robó un chicle y echó a correr. La dueña se dio cuenta y antes de apresurarse a ir en su busca instó a los demás a cuidar del negocio en lo que ella volvía. "Cuando llegó la probe sólo-y quedaben les estanteríes".

En el ámbito gastronómico también trabajó al lado de Maruja "La melonera" que despachaba al aire libre por el parque infantil. Le robaban el género -melones y sandías-, luego le pedían un carro e iban a venderlos a cachos por La Arena. La manzana fue otra fruta conocida. Iban a por ellas a una finca próxima a la plaza de toros. Un día mandaron a un amigo subir la tapia, acceder a la pumarada y empezar a apañar. Al llegar el dueño, enfadado, pilló desprevenido al ágil compañero y vertió sobre él un caldero lleno de brea. "Tuvimos que ir a robar gasolina a las motos aparcadas en el Tostaderu pa limpialu y que no nos matasen en casa", confirman. Una acción que iluminó a "El Jaja", que prolongó el saqueo de gasolina para luego cobrar a los bañistas del arenal por un servicio de limpiado de pies para quitar las manchas de galipote.

Claro está que jamás se aburrió de joven. Idearon un guiñol de marionetas. "El Jaja" asiente, Armando recita las crónicas publicadas, en un estilo muy del NODO, de su teatro popular: "aprovechando una de las ventanas que cercaban la antigua fábrica de vidrios un grupo de chavales ha montado un teatro de títeres, y lo hacen tan bien que pequeños y mayores se reúnen ante el original espectáculo y aplauden con entusiasmo después de cada función". Tras 55 años ninguno olvida cómo tergiversaron la historia principal, al punto de que "El gorgorito" quería montar a Caperucita. "Los niños reían porque eran niños pero los mayores nos daban hasta pesetas", aseguran.

Del teatro pasaron al circo, donde vendían caramelos y colaboraban en el cuidado de las fieras. Entre tigres, hipopótamos y primates -antes de que la ciudad se convirtiese en el Gijón de lo prohibido- recuerda el día en que una señora se aproximó en exceso a la jaula de los monos y uno de ellos la agarró por el moño. No la soltaba y los gritos de la víctima se oían a kilómetros. Uno de los trabajadores cogió una estaca para golpear en la mano del mono pero éste la quitó justo en el momento del impacto por lo que la señora, además del susto, se llevó un estacazo. "Parecía una escena de Chaplin pero fue real", relata sin dejar de reír.

Cierto es que, a veces, les incitaban a perpetrar sus tropelías. Por ejemplo, cuando un chatarrero que tenía su negocio cerca del Hotel Begoña, les instaba a ir a robar herraduras viejas al comercio de en frente, a pesar de que eran amigos. "Íbamos a la fragua a darle al fuelle, y venía el chatarrero para llevarse al de la fragua a tomar un vino al bar de la esquina, 'el Faro', para dejarnos el camino libre y recoger varias herraduras".

Otra época les dio por vender grillos, tarea para la que se preparaban a conciencia, bebiendo agua a lo bestia en Casa Paco para llenar su barriga. Cogían el tranvía hasta La Guía y meaban en los agujeros para que salieran los grillos que luego vendían a cinco pesetas a un hostelero que los preparaba en pequeñas jaulas que otrora se ponían en las ventanas. Un día cogieron hasta 20 por lo que se presumía un cuantioso botín. No repararon que entre ellos había una grilla que devoró a todos los demás.

También hacían deporte con las bicicletas que alquilaban a Marina, en su tienda de la calle 17 de agosto. Tres pesetas, media hora y seis pesetas, una hora. Un baremo que no terminó nunca de convencer ni al "Jaja" ni a sus amigos que le pagaban a la pobre Marina tres pesetas y luego iban con ellas hasta Candás. "Hacíamos carreras, y al fin de semana siguiente, fíjate si era buena, nos dejaba otra vez las bicicletas".

Esa es la gente de aquel Gijón que ya no existe, pero que mantiene testigos vivos que puedan recordarlo. Uno de ellos es "El Jaja", que durante un tiempo, del que prefiere no acordarse, y por mediación de un cuñado, experimentó la dureza de una mala elección. Hizo dinero con el trile durante años. Se ponía en el rastro, en la calle Corrida o en la "Acerona". "La técnica puedes ejercitarla, pero hay que nacer con ella", sostiene. Bolita para aquí, bolita para allá, comenzó en un circuito complicado merced al que tuvo varios encontronazos con la ley transformados en detenciones. "Luego me soltaban porque tan ladrón era el que lo hacía como el que jugaba; el que iba a jugar quería ganarte siempre, pero yo era más hábil", relata quien también prolongó durante 2 meses y 27 días unas vacaciones en recinto poco soleado.

Ahora sí brilla el sol para "El Jaja", querido, con pocos pero grandes amigos, en la recta final del guión que sólo, y en compañía de otros, escribió de su vida. "Me ha costado mucho llegar hasta aquí pero me quedo solo con los recuerdos bonitos". Y de esos el "Jaja" tiene muchos que permiten esbozar una sonrisa cuando no una carcajada.

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