Hijo del destacado compositor asturiano Vicente Cueva, este brillante violinista se siente un privilegiado. Está muy agradecido al matrimonio Dubois. Dueños del grupo industrial quebequés Canimex, canalizan su filantropía con la adquisición de singulares instrumentos de cuerda que ceden a muy escogidos músicos de excelencia acreditada. Es la primera vez que lo hacen con un europeo. Y fue gracias al luthier Laurent López. Sólo otro español que vive en Berlín, el chelista Pablo Ferrández, tañe otro Stradivarius.
Vicente Cueva, que "sufre" con las derrotas del Sporting, estará el próximo día 25 en la sinagoga del Tránsito, en Toledo, con su "Auer" de 1691. Un lujo para la presentación de la grabación "Partita Shoah para violín solo y templo sagrado". Una composición que Jorge Grundman, profesor de la Politécnica madrileña, ha dedicado a la memoria del Holocausto. "Vamos a hacer una gira por varios países", dice el violinista. Hay actuaciones previstas en el Museo del Prado y en el Guggenheim.
El músico recuerda aún cuando recibió su "Auer": "Fue un acontecimiento; tiene un timbre especial que lo distingue y hay que tratarlo como lo que es, una obra de arte". El contrato que firmó le obliga a no separarse de su Stradivarius, a controlar con un higrómetro el nivel de humedad y a adoptar medidas especiales de seguridad. Sabe que un día u otro tendrá que devolverlo. Teme el momento. "Fue como si me quitaran la voz", contó hace un mes Frank Peter Zimmerman. Llevaba más de diez años con su "Lady Inchiquin" de 1711.