El mundo de la empresa es ciertamente complicado. Qué decir, si como es este caso del fútbol, el límite entre el éxito y el fracaso lo marcan el capricho de un balón que no quiso entrar, el error vamos a suponer que bienintencionado de un linier que vio un fuera de juego inexistente o un árbitro que no vio un penalti que sí era. Para enjuiciar una decisión con un mínimo de justicia hay que retrotraerse al momento en que ésta se tomó. Decir ahora que el presidente Javier Fernández se confundió es de perogrullo. A toro pasado todos somos infalibles.

Sin embargo, si queremos ser honestos, debemos retrotraernos al final de la pasada temporada cuando el Sporting se salvaba de carambola, no sin polémica, en el último partido. El milagro se repetía si bien con tintes menos dramáticos pues de esta y no de otra manera había conseguido el equipo de Gijón el ascenso: subió de milagro y se mantuvo de milagro. Pasado el susto, el reto de afianzar al equipo en la élite se complicó por la salida de tres jugadores que habían formado parte de la columna vertebral del equipo: Bernardo, Luis Hernández y Jony. Jugadores estos que no quisieron renovar en el ejercicio de su derecho. Pretendieron hacerlo, también en el ejercicio de su derecho, con retribuciones muy por encima, tanto de lo requerido para el sano equilibrio del vestuario, como del nivel deportivo que finalmente exhibirían los exrojiblancos en sus clubes de destino.

Fernández no permaneció impasible a la espera de un tercer milagro. Se aseguró la continuidad de Abelardo, el gran timonel, el entrenador de los milagros y un semidiós en Gijón. La renovación fue exigida de manera abrumadora por los aficionados. Los mismos que luego vociferarían "Abelardo vete ya!" en Facebook y Twitter. Para repartir responsabilidades se había incorporado a Nico como secretario técnico. Un hombre de fútbol, con trayectoria y prestigio, y además vinculado a la casa. No recuerdo, en su momento, haber oído siquiera una tímida objeción a su fichaje. Luego Fernández hizo lo que un buen presidente tiene que hacer: dejar trabajar a los técnicos.

Aunque las decisiones que se tomaron resultaron equivocadas - el equipo está en Segunda- poco más pudieron hacer los responsables. Si no se hubiera reforzado el equipo, si no hubiera habido fichajes, las pañoladas ante las derrotas hubieran sido de verdadero escándalo. Podemos decir, y con razón, que no se acertó en las incorporaciones. Pero hay que ser consecuentes con lo que se pide. El Corte Inglés, Zara o McDonald's tienen una altísima efectividad a la hora de acertar con los emplazamientos de sus tiendas y sucursales. Compran las mejores esquinas con independencia de lo que cueste. Pero con las gangas no es así. El porcentaje de error crece de manera exponencial.

En su momento, el Sporting se reforzó bien. Jugadores contrastados como Amorebieta que podía dar un plus de experiencia al joven Meré, un cedido del nivel de Burgui y otros con un perfil tipo: futbolistas de calidad contrastada, muchos internacionales en categorías inferiores, que por una u otra razón, una lesión inoportuna, falta de confianza de un entrenador... no habían podido dar el salto a la élite. La apuesta no era mala (aunque resultara ser peor): un último tren para Víctor, Xavi Torres y compañía. La oportunidad de sacar todo el fútbol que se les supone en el decano de los campos de España, ante una de las mejores aficiones y con el reto de consolidar Real Sporting en la liga de las estrellas. Que tengo razón lo demuestran las hemerotecas. En su momento todos coincidimos en que la plantilla había dado un salto de calidad. Tras el buen inicio y jaleados por la prensa nacional que de aquella aplaudía sin fisuras las hechuras del nuevo proyecto, todos nos frotábamos las manos ante una temporada, que si no Europa, prometía por lo menos una permanencia tranquila.

No se acertó y nadie lo discute. Pero de aquí a exigir al consejo de administración una varita mágica va un mundo. Yo he querido defender en público la gestión de Fernández. Confío y espero que se respete mi derecho a hacerlo. Me asiste el mismo que el de otros a criticar. Sé también, y me consta, que hago mío el sentir de muchos socios por más que no se dediquen a incendiar las redes sociales con descalificaciones e insultos.

No veo tampoco a qué tanta envidia relativa a otros equipos que han caído en manos de capitalistas chinos, árabes, o de dónde quiera que sean (y lo digo con todo el respeto del mundo). Si pienso en los motivos que podrían inducirles a invertir en el Sporting no encuentro más razón que la de ganar dinero. Además, no a todos estos equipos propiedad de grupos de inversión, millonarios y capitalistas les va tan bien. Refiriéndome directamente a los vecinos de al lado no siento ninguna envidia. La tarde del domingo en mi villa de Llanes, a lo que me cuentan también en Oviedo, tiraron voladores celebrando el descenso del Sporting. Grande es la miseria de los que no teniendo nada que celebrar se consuelan con la desgracia ajena. Lo dicho: envidia, ninguna. ¡Fernández, quédate!