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Un sabio silencioso y prudente

Durante más de ochenta años Vital Aza visitó la playa de Estaño todas las mañanas de todos los veranos

Un sabio silencioso y prudente

La playa de Estaño guardaba ayer su dolor en las profundidades submarinas. En apariencia todo seguía igual, pequeña y recogida sobre sí misma, esperó durante horas a su amante. Aquél que la visitaba todas las mañanas de todos los veranos, a lo largo de más de ochenta años. Era un hombre, un sabio silencioso y prudente, se llamaba Vital Aza, y siempre era el primero en hollar su arena a despecho de la meteorología. Pero ayer no llegó. Y yo vi a las olas lamer suavemente la orilla, buscando sus huellas. Y sentí el llanto de la marea salpicándose sobre la joroba del Camello, mientras las espumas, tan blancas, agitaban su orfandad en temblores; habían perdido su punto de interrogación.

Vital Aza formaba parte del paisaje de Estaño, era la simbiosis del hombre y el mar, representaba la confianza y el respeto de la inteligencia frente a la Naturaleza. Nunca la temió, y ella lo bendijo. Muy temprano, bajaba andando desde Somió para saborear en paz su belleza de catedral, y cuando aquélla quedaba rota se iba, después de haber sentido sobre su piel las reiteradas caricias de la marea. Bandera roja. "Hay un hombre allá lejos, en el agua". Y la angustia se distendía al saber que era Vital. Nadaba como un pez, y puede que tuviera alma de tritón.

Desde ayer, el espíritu de la playa de Estaño luce la bandera gris de su viudedad. Nunca será la misma, por mucho que lo aparente. Debería erigirse un monumento, de cara a la rompiente, al hombre que tanta la amó. Un recuerdo, un homenaje a la fidelidad. Que perdure su memoria a través del tiempo. Con palabras del poeta: "Si mi voz muriera en tierra / llevadla al nivel del mar / y dejadla en la ribera".

"Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar".

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