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Crítica

"Fangoria", en otra Movida

El conformismo de Alaska choca con un animado cuerpo de baile que hizo disfrutar al público gijonés

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Fangoria en Metrópoli

- "Cari", has de hablar con el "repre" para que nos consiga diez o doce bolos de esos que están bien pagados, porque esta mañana he visto en una revista un hotelazo en Dubai con unas vistas impresionantes para irnos de vacaciones.

-Pero "Olvi", ¿no prefieres ir a otra ciudad más underground y perdernos por los suburbios para empaparnos de las alternativas culturales que se cuecen?

-No, yo ahora estoy en otra Movida.

Podría ser perfectamente una conversación mantenida entre Alaska y Mario Vaquerizo en momentos previos a la última gira. O a la gira de hace un par de años. O quizás de una década atrás. Más o menos el tiempo que hace que "Fangoria" no presenta nada nuevo.

¿Qué fue de aquella Alaska de corta y rasga, transgresora y capitana de varias generaciones en los ochenta y en los noventa? No sabía bailar y tampoco sabía cantar pero la adorábamos. Se subía a un escenario y arrasaba, nos impactaba su vestuario, sus pelos y sus comentarios en revistas o en televisión. Nos incitaba, siempre con sutileza, a arremeter con cortes de manga contra las posturas machistas y contra todo lo relacionado con el establishment. Esa era nuestra Alaska.

Llegó a Metrópoli para presentar su último álbum "Canciones para robots románticos". Tiró de viejos éxitos como "Rey del Glam", "Ni tu ni nadie", por supuestísimo "A quién le importa" o "Bailando", y disparó uno tras otro gran parte de los temas "nuevos". Pero nuevo de verdad no hay nada. Algún título prometía, como "Fiesta en el infierno" o "Manual de decoración para personas abandonadas" y la promesa se queda sólo en el título porque las letras están vacías de contenido. Respecto al sonido, lo de siempre: ritmos machacones en compases binarios o tirando del cansino dubstep, estructuras repetitivas hasta la saciedad, sonidos de sintetizador noventeros y recubiertos de potentes distorsiones para subir la adrenalina, la voz milimétricamente doblada por Rafa Spunky y la puesta en escena sosa y trasnochada. Lo más "transgresor" (por llamarlo de alguna forma) es cuando se toca sus pechos mientras entona "No sé qué me das". A estas alturas de la película.

El otro cincuenta por ciento de "Fangoria", el señor Nacho Canut, en su línea: parapetado entre sintetizadores sin pestañear y sin mover ni un solo dedo. Para qué, si está grabada hasta la más ínfima nota y allí no toca nadie. Lo mejor de la noche los bailarines, que se ganaron el sueldo a base de volteretas y contorsiones para animar un poco la hierática puesta en escena.

Camino de la salida, a paso de tortuga por la gran multitud presente, un par de veinteañeras comentaban y definían perfectamente lo acontecido, -"¡Ay Mari, me lo pasé superbien, canté y bailé mucho muchísimo!, ¿Nos comemos una hamburguesa?"-. Y punto pelota con el tema, porque el concierto de "Fangoria" no deja poso para más comentarios. Una vez concluido se olvida, como se olvida el sabor de las hamburguesas de un Mcburguer de esos, te sacian cuando tienes mucha hambre y a otra cosa mariposa.

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