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Un año en el que hasta dinamitaron la iglesia de los Carmelitas

En 1975 desapareció el cine Avenida y empezaron los despidos de trabajadores en los astilleros

A la derecha, el edificio del cine Avenida, en la calle de Álvarez Garaya.

Nadie pondrá en duda que 1975 fue el año del inicio de los inevitables grandes cambios políticos en este país, como consecuencia de la natural muerte en la cama de Francisco Franco el 20 de noviembre. Curiosamente feneció el mismo día en que fusilaron a José Antonio Primo de Rivera, porque quienes mandaban no lo quisieron intercambiar por otros prisioneros para que no pudiera hacer sombra a nadie, aunque después pusieron su fotografía como mártir de "la cruzada" en todos los colegios. Y en Gijón también desaparecieron entrañables paisajes religiosos, industriales y sentimentales que formaban parte de nuestras vidas, con lo cual algo también se nos fue de las retinas existenciales.

La iglesia de los Carmelitas fue dinamitada para hacer un nuevo templo. En el paseo de Begoña -donde antes se celebraban los fuegos artificiales- se puso punto final a aquella histórica capilla que desde el siglo XVIII fue testigo de los grandes cambios de regímenes políticos en este país: repúblicas, monarquías y dictaduras. Si uno echa la mirada hacia atrás en el tiempo a través de las páginas de las implacables hemerotecas, como siempre recordaba el maestro Juan Ramón Pérez las Clotas -uno nunca muere si hay alguien que siempre le recuerda-, los historiadores nos cuentan que cuando se fundó se encontraba ubicada en lo que se consideraba las afueras de Gijón. Allí estuvo el gremio de zapateros -artesanal oficio que ya ha desaparecido lamentablemente, como los salones de limpiabotas, dado que ahora, hola y adiós, lo de la vestimenta parece que es secundario para muchos- que veneraba a San Crispín. Crispín fue en el siglo III mártir cristiano que las mañanas las dedicaba a predicar el cristianismo y por la noche se dedicaba a hacer zapatos para poder sobrevivir porque estaba claro que en aquellos tiempos no se podía subsistir con las limosnas de los escasos devotos hacia la nueva religión. Tal como cuentan los versos "San Crispín nunca estudió, ni tampoco fue a la escuela, toda la vida pasó sentado en una tayuela". La gran persecución contra los cristianos ordenada por Diocleciano motivó que lo encarcelaran, lo azotaran para que renegara de su religión y lo clavaron a los postes por las pies y las manos. Aunque después lo tiraron al río milagrosamente sobrevivió, por lo que finalmente Maximiano optó por decapitarlo. Los siglos pasan, pero las costumbres de quienes nunca respetan las ideas de los demás siguen tan vigentes a la hora de degollar a los que no piensan igual.

En el antiguo templo del paseo de Begoña -que luego pasó a ser la iglesia de los Padres Carmelitas- también veneraban a la Asunción de Nuestra Señora -imagen atribuida a Luis Fernández de la Vega- y en el entorno de la ermita se celebraban todos los años populares fiestas y ferias de ganado. El altar de la iglesia tenía pinturas de la mierense de alma artísticamente conocida como Concha Mori (Concepción González Mori y Martínez (Oviedo, 1883 Gijón, 1972) que triunfó en Madrid en tiempos en que no era algo frecuente entre las mujeres de la época, tras ser discípula del asturiano Luis Menéndez Pidal, taller en el que conoció al gran pintor gijonés Manuel Medina Díaz.

La antigua iglesia de los Padres Carmelitas en el paseo de Begoña fue dinamitada, tras comprar el solar adyacente a la hoy avenida de la Costa, a fin de construir un gran templo con capacidad para un millar de personas.

El cine Avenida tampoco supo renovarse. También desapareció uno de los primeros cinematógrafos de la ciudad -en la esquina entre las calles de Álvarez Garaya y de Donato Argüelles- porque no supo renovarse para encarar nuevos tiempos, ya que sus propietarios no solamente no fueron capaces de competir ofreciendo una programación competitiva de grandes estrenos, sino que tampoco lograron hacerse un atractivo hueco con reestrenos de verdadero interés para los cinéfilos. Con él se fueron aquellos olores a pipas de girasol, a chicles como recurso para paliar los complejos de adolescencia al disimular el mal olor de las bocas y aquellos primeros besos en los labios a escondidas en la ardiente oscuridad del siempre vigilante acomodador con su implacable linterna que rompía nuestras intimidades. Quien no sabe renovarse siempre muere, aunque su recuerdo siempre quede en nuestras meninges.

El comienzo de la desaparición de los astilleros. También aquel año de 1975 un hachazo histórico se iba a dar a una de las grandes actividades industriales señeras de Gijón: los astilleros. En enero fueron despedidos ochocientos ochenta y seis trabajadores pertenecientes a las empresas de montajes contratadas por S. A. Juliana Constructora Gijonesa, tras haber protestado ante su incertidumbre laboral con una jornada de brazos caídos tras haber cumplido la suspensión de empleo y sueldo con que habían sido castigados por aquellas empresas que empezaban a perder sus horizontes.

Debido a ello también los trabajadores de Talleres Ordieres y Segundo Álvarez Muñiz, empresas contratadas por Marítima del Musel, S. A., se quedaron sin trabajo. No les dejaron reunirse en la Casa Sindical de la calle de Sanz Crespo -no les reconocieron sus derechos ni para eso, porque entonces cualquier reunión ya era muy peligrosa para la continuidad del régimen franquista- por lo que optaron por iniciar un encierro indefinido en la iglesia de San José, que así iniciaba -gracias a la benevolencia del progresista párroco, el inolvidable José Luis Martínez- su acogida como punto de encuentro intocable para las autoridades a todo tipo de manifestaciones reivindicativas.

Joaquín Alonso Bonet, "Periodista de Honor". Ya entonces hubo sus más y sus menos en la Asociación de la Prensa de Gijón -entre los periodistas conservadores y los progresistas, que éramos minoría- para proclamar a su candidato como "Periodista de Honor", galardón que concedía la Federación de Asociaciones de la Prensa de España. Pero al final, el liberal republicano Joaquín Alonso Bonet -quien era secretario perpetuo del RCAR dejándonos unas actas que son un impagable testimonio de las vicisitudes históricas que vivió Gijón- logró la prestigiosa distinción gracias a la experta maniobrabilidad política de Lucio del Álamo. El Centro Asturiano de La Habana en Gijón le organizó un multitudinario homenaje -al que, desde luego, no fueron algunos periodistas afines al régimen- y el Ayuntamiento tuvo a bien concederle su nombre a una calle de la ciudad. Joaquín Alonso Bonet también fue Cronista Oficial de Gijón.

Franco, partidario de fomentar los deportes náuticos. En una de sus visitas oficiales a Gijón, Francisco Franco -presidente de Honor del RCAR- había dejado su firma de apoyo a la náutica: "Hay que fomentar mucho los deportes de la mar para familiarizar a todas las clases sociales con este elemento. Algo se ha hecho ya en este sentido, pero es necesario intensificarlo. Los clubes náuticos deben de ensanchar su ámbito, ceder algo de su carácter de círculos de fiestas para ampliar la parte deportiva poniendo al alcance de todas las clases españolas los medios necesarios para estos deportes". En eso, desde luego, no le faltaba razón.

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