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DIEGO MARIÑO | PORTERO DEL SPORTING

"Dieguiño", una estirpe bajo palos

Hijo de un exguardameta del Naranco de balonmano y nieto de un célebre cancerbero vigués, estudia ADE y juega al golf

"Dieguiño", una estirpe bajo palos

"Empezó a jugar a fútbol con apenas cinco años y, los primeros días, el entrenador preguntó quién quería ponerse de portero. "Dieguiño" levantó la mano. Y ahí se quedó". La historia como portero de Diego Mariño Villar (Vigo, 9 de mayo de 1990) comienza así, bajo los tres palos de una modesta cancha del Rápido de Bouzas, equipo del barrio vigués en el que se crió. Aquel niño "inquieto" creció hasta que, a los catorce años, el Villarreal vino a ficharle. El gallego afrontó el reto de vivir en Castellón, a más de mil kilómetros de casa, con la misma seguridad que mostró el primer día. Quería ser profesional y lo consiguió mostrándose como una de las grandes promesas nacionales. Logró tres campeonatos de Europa (sub-17, 2007 y sub-21 en 2011 y 2013); un subcampeonato del Mundo (sub-17, 2007) y participó en los Juegos Olímpicos de Londres. A sus 27 años, una edad temprana cuando se habla de un guardameta, suma ya casi un centenar de partidos en Primera y otros tantos en Segunda División. Villarreal, Valladolid, Levante y Sporting son testigo de ello. En Gijón es ya una pieza determinante para el regreso a la máxima categoría, el nuevo desafío del heredero de una estirpe de porteros.

"Dieguiño", como conocen en casa a Mariño, nunca confesó que se decidió por los guantes por la admiración que profesa a su padre, José Manuel, exguardameta del Ciudad Naranco de balonmano, entre otros equipos, y también a su ya fallecido abuelo, Manuel Villar, exportero del Deportivo Coia, club de fútbol muy popular en Galicia. Sin embargo, la influencia de su familia fue clave. De bien pequeño escuchaba los consejos de su abuelo mientras veía a su padre entrenarse "los viernes, aprovechando que al día siguiente no había colegio". Ahí mamó la portería. El deporte siempre fue un aliado de los Mariño Villar. Su madre, Bego, fue jugadora de balonmano. Incluso llegó a ser internacional juvenil. Todos tenían claro que a aquel chiquillo revoltoso debían apuntarle a alguna actividad para que quemase energía y estuviera al margen de las influencias de una época en que las drogas amenazaban las calles de Vigo. El prebenjamín del Rápido de Bouzas fue su primer equipo, antes incluso de tener la edad mínima para tramitar su ficha en la federación gallega.

"Cambia de puesto. No ves que llueve, hace frío y tú no te puedes mover", le decía a "Dieginho" su madre, pero nadie le quitaba la cabeza al chiquillo lo de ser portero. Su víctima preferida fueron los equipos inferiores del Celta, a los que "amargaba la vida" con sus paradas. El ojeador del club celeste no tardó en ficharle. La mala suerte hizo que, un año después, Horacio Gómez, por entonces presidente del Celta, decidiera prescindir de varios de los equipos de categorías inferiores. Entre ellos, el de Mariño, que encontró acomodo en el Sárdoma. Fueron dos años en los que, en alguna ocasión, llegó a jugar de delantero. Siempre cumplidor, si la tarea era hacer goles en lugar de salvarlos, él respondió haciendo algún tanto. Poco después vivió su segunda etapa en el Rápido de Bouzas. Allí tuvo a su padre más cerca, ya que José Manuel era el preparador físico y también entrenaba a los porteros. Duró poco. La siguiente campaña se incorporó al Areosa, donde uno de sus directivos, Guillermo Troncoso, ojeador del Villarreal en Galicia, avisó al submarino amarillo de que en Vigo había un crío que podría convertirse en un guardameta de Primera División.

La familia le dejó decidir y Mariño inició así nueve años en el Villarreal, donde pegó el estirón como futbolista a costa de estancarse en los estudios, para disgusto de Bego. Sólo hubo un portero en España capaz de discutir su protagonismo en categorías inferiores: David de Gea. Buen amigo suyo y compañero en la selección, le arrebató dos años la oportunidad de ser elegido en el once de oro del "Fútbol draft", premio que reúne a las mejores promesas nacionales. El vigués se llevó, en ambas ocasiones, el trofeo de plata.

Tan ilusionante fue llegar a Castellón como doloroso salir, coincidiendo con la llegada de Marcelino García Toral, que dio prioridad a otros porteros tras conseguir que el submarino regresara a la máxima categoría. Firmó entonces por el Valladolid, en Primera División, donde vivió otro desenlace complicado. El gallego estableció en su contrato una cláusula que le permitía abandonar el equipo en caso de descenso, y siempre y cuando tuviera una oferta de superior categoría. El Levante le llamó pero el club pucelano no dio facilidades, justificando que esa opción había expirado. Llegó a tener que entrenarse solo en un parque, a la espera de resolver su futuro, recibiendo duras críticas de la afición vallisoletana.

Terminó yéndose a Valencia, pero la permanencia en Primera se le volvió a resistir en su segundo año como granota. El Levante perdió la categoría y el Sporting, que sí había logrado mantenerse, le tentó. Mariño, a diferencia de lo sucedido en Valladolid, no tardó en arreglarse con Quico Catalán y llegó a Gijón con el difícil propósito de hacerse con el sitio del que se había adueñado Cuéllar. Le quedó el resquemor de que sus dos buenas actuaciones ante Granada y Real Madrid no alcanzaron para tener continuidad, pero asumió la suplencia con "más tranquilidad de la que se imaginaba". "Es buen rapaz, siempre hace piña y, aunque tiene genio, nunca dice una palabra más alta que otra", comentan quienes viven con él el día a día.

A falta de minutos en el campo, "Dieginho" aprovechó el tiempo en los estudios. El pasado verano aprobó las pruebas de acceso a la universidad y ha comenzado la carrera de Administración y Dirección de Empresas. Bego está más tranquila después de intentar picarle con el tesón con los libros de Rodrigo, el único hermano del meta vigués, cuatro años menor que él, y que está ultimando el doctorado en Matemáticas. Iria Cruz, la pareja de Mariño desde casi los años del instituto y con la que se casará el próximo verano en la parroquia de Bouzas, tras recibir el sacramento de la Confirmación en la parroquia gijonesa de San Juan XXIII, en Viesques, por parte de Fernando Fueyo, capellán del Sporting, también tuvo mucho que ver. Ella, diplomada en Magisterio, le insiste en prepararse para los años que esperan cuando se acabe el fútbol. Con ella comparte el mejor tesoro, su hija, Daniela, de cuatro meses.

Las nuevas responsabilidades no han cambiado el carácter cercano de Diego Mariño, a quien le sigue gustando jugar a la Play Station, los paseos y el cine de acción. No perdona dar unos cuantos palos al golf, su última afición, y tampoco sentarse a comer unas buenas almejas a la marinera o un plato de jamón asado. El niño de Bouzas que soñaba con ser portero de Primera División quiere volver a levantar la mano con idéntica determinación. Esta vez, para celebrar pronto la vuelta del Sporting a la máxima categoría del fútbol español.

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