De un tiempo a esta parte, a Sabino García Vallina todo se le vuelven premios y reconocimientos, que el asume con cierto rubor y sonrojo, pues es hombre reservado que huye, en la medida de lo posible, del escaparate público y del ruido mediático. La discreción y la humildad son paradas indispensables de su hoja de ruta diaria, como atestiguamos los que gozamos de su amistad.

Se trata por lo general de galardones que premian una trayectoria profesional intachable; el emprendimiento permanente de un nativo de Celles, aldea del concejo de Siero, que ha llegado a lo más alto en el mundo empresarial, al frente de una empresa, TSK, con un millar de empleados, cuya facturación rondará este año, si no los supera, los 1.000 millones de euros.

Mil millones de euros con mil empleados se antoja el milagro de los panes y los peces en versión asturiana. Es la parábola escrita en balances y números por Sabino García Vallina, de quien cabría pensar que en alguna caja de seguridad secreta de su empresa esconde el santo grial del éxito, el salvoconducto que le ha llevado de jefe de proyectos de la compañía Electricidad Goyarrola Díaz Álvarez en 1969, a presidente de uno de los grupos empresariales más prósperos del país medio siglo después. Pero no se trata de suerte, ni de buena estrella; detrás de TSK hay miles de jornadas de trabajo, de horas perdidas al sueño, de decisiones arriesgadas, de enormes aciertos y seguramente también de algunos desaciertos y muchos sinsabores€ Podría decirse que Sabino es el capitán general de un ejército de profesionales, mayoritariamente nativos de esta región, que parecen los "cascos azules" de la internacionalización empresarial asturiana, puesto que están desplegados por tres cuartas partes del planeta con el cumplimiento de su cometido profesional por bandera.

Pero no es de ese Sabino, cuyos méritos empresariales todos ustedes conocen y otros han glosado y glosarán, a quien quiero dedicar estas palabras. Si no al paisano, al amigo. No al empresario de tiros largos y extensa trayectoria, sino al personaje de carne y hueso, al más cercano, el de las distancias cortas, el hombre desprendido y generoso que te abre las puertas de su casa y que participa, discretamente, en obras sociales. Cuando yo le conocí en persona, hará unos cuatro años, acababa de comprometerse a financiar las becas sociales de comedor del Real Grupo de Cultura Covadonga. Hablo también del compañero de tertulia gastronómica que prefiere el plato de cuchara a las "delicatesen", la carne al marisco. Del patriarca de una saga que va camino al menos de igualarle.

A Sabino le salta un brillo acuoso a la mirada cuando alude a su pasado más lejano, al humilde origen familiar, al territorio de la infancia, al recuerdo de su padre. Quienes le conocemos sabemos bien cuáles son las prioridades de este hombre sereno y a la vez inquieto, las cosas a las que otorga principal relevancia: una es su familia y sus nietas; la otra, la sabiduría de que todo lo que es hoy se lo debe a las enseñanzas de sus padres, Ovidio y Enedina. Todo lo que el enorme empresario ha amasado en estas décadas -no sólo fortuna, también prestigio social, capacidad de influencia, incluso mecenazgo- se antoja un homenaje a sus ancestros, el de aquel niño que antes de ir a la escuela ayudaba en las labores de la tierra; que estudió bachillerato en Pola de Siero y cursó ingeniería especializándose en electricidad, en la vieja Escuela de Peritos de Gijón; al que le inculcaron desde crío la cultura del sacrificio y el esfuerzo.

Un pajarillo que no ha podido estar hoy aquí, seguramente por los achaques de la edad, me ha contado que en Celles, cuando Sabino era niño, había muchos pobres pidiendo por las calles; y que la abuela solía darles posada. Algunos dormían en la tenada y el pequeño les acompañaba hasta allí con un farol de mecha, les hacía compañía y con ellos conversaba. Uno de ellos profetizó que ese niño generoso "sería algo el día de mañana".

Les voy a contar otro secreto. Sabino se ha aficionado, de un tiempo a esta parte, al estudio de la pintura asturiana. Y de entre los artistas pictóricos de la región profesa profunda admiración por Piñole, de quien posee la, sin duda, mejor colección privada de este autor que existe. Cuando Sabino muestra a los amigos su pinacoteca no se detiene en este o aquel cuadro de Piñole, habiendo como hay dónde elegir. De inmediato conduce sus pasos hasta un pequeño "sancta sanctorum", a un discreto altar donde se encuentra enmarcada una vieja foto en la que el homenajeado de hoy aparece junto a su padre, tomada cuando el empresario de éxito tendría a lo sumo siete u ocho años. Esa vieja imagen es su mayor tesoro, es como una muestra en color sepia de ADN, el cordón umbilical que le mantiene unido a unos orígenes que no olvida y de los que nunca ha renegado; más bien al contrario: los reivindica con energía, sin aspavientos.

Sabino, en pantalones cortos y con una chaquetilla como de fieltro, aparece junto a su progenitor, también de chaqueta y con una delgada vara en la mano derecha. En medio de ambos, una vaca lechera. La instantánea está tomada en el mercado de ganado de Pola de Siero y que el protagonista la muestre con orgullo dice mucho de lo que queda en él, hombre de mundo, de buen aldeano. De alguna forma en Asturias todos procedemos de la aldea. ¿Qué es acaso esta región más que unas pocas ciudades en medio de praos? ¿Alguien duda de que sin tetas de vaca no hay paraíso natural? ¿Que el medio rural asturiano más que una ocupación merece preocupación? Ahora que se reivindica con desmedido interés -puede pensarse que por oportunismo político- la oficialidad de la llingua, en las escuelas debería enseñarse términos en desuso, como reciella, andoscas, sextaferia o vecera para que nunca se pierdan, como se están perdiendo rebaños enteros de cabras y ovejas. Cada vez más asturianos saben navegar por internet pero cada vez menos saben elaborar queso. Por cierto, no le pidan a Sabino que les responda a un Whatsapp€

Entre otras muchas cosas, es también hombre de oído atento. Habla menos que escucha, aunque cuando toma la palabra la rotundidad es implacable. De manera que no he querido hablarles de un empresario triunfador, sino de un hombre corriente que se sale de lo corriente, al que ya solo le falta que del TSK Roces, el histórico club de fútbol que patrocina, le salga un Cristiano o un Messi. O al menos un centrocampista de talento que reparta juego y dé tardes de gloria en El Molinón a su también querídisimo Sporting.

Muchas gracias por su atención y disculpe el homenajeado si por exceso de cariño y admiración he pecado de imprudente o de incauto