Se dice con frecuencia que Gijón es una ciudad de pintores. Una frase que está justificada por la enjundiosa nómina de artistas que viene dando la ciudad generación tras generación: de Valle o Piñole a Orlando Pelayo, Antonio Suárez o Rubio Camín, por darsólo algunos nombres de los más conocidos. La lista es amplia. Esa afición al arte tiene su correlato en un cierto cultivo ciudadano: se aprecia en la renovada y meritoria labor de las galerías o en la atención de aficionados y coleccionistas. Los fondos artísticos estrictamente de propiedad municipal superan las cinco mil piezas, incluidas colecciones tan notables como el "Legado Lledó-Suárez" , por no hablar de las de Navascués o Juan Botas. Un patrimonio relevante que permanece desde hace años, sin embargo, convenientemente archivado. Está a buen recaudo, pero lejos de la mirada de los ciudadanos. Una situación que es conocida y ha sido denunciada. Siempre sin éxito. Los sucesivos gobiernos locales se han acostumbrado a que la anormalidad de esa circunstancia (la invisibilidad de un acervo que permanece oculto en una cámara especial en la antigua fábrica Piti, en la parroquia de Leorio) se perciba como asunto normal. ¿Qué hacer con más de cinco mil obras de arte si no es tenerlas bien guardadas, lejos de la vista de todos?

Una política cultural así se puede aguantar durante un tiempo, pero no durante demasiado tiempo. Abundan los discípulos del desaparecido ministro Pío Cabanillas. Aquel ilustre gallego tenía para él que los expedientes problemáticos se solucionaban haciéndolos dormir en un cajón durante largo tiempo. Escuela de Pontevedra. ¿Cuántos años más seguirán los fondos artísticos de los gijoneses en el plano oscuro de esa cámara archivadora? Hay quien ha empezado a cansarse del remedio de no poner remedio. Y a partir de la contundente comparecencia en comisión de la directora de Bellas Artes de Gijón, Lucía Peláez Tremols, no resultará ya aceptable ese hacer como que no pasa nada.

Vaya si pasa. Nos hemos enterado, tal y como ha publicado este diario a lo largo de esta semana, que ni siquiera el mínimo espacio expositivo que tiene la ciudad en el Museo Casa Natal Jovellanos, en Cimavilla, reúne las condiciones necesarias para "garantizar" la conservación de las obras. Por ejemplo: el mal aislamiento y la humedad del edificio, sometido a una desafortunada reforma a principios de los años setenta, son un permanente "riesgo" para las colecciones por la posible aparición de hongos y otras plagas. El inmueble, principal referencia museística municipal, tiene además evidentes barreras arquitectónicas que suponen una discriminación para una parte de la ciudadanía y hasta carece de salida de emergencia.

Ante esa descripción, hecha por quien conoce mejor que nadie la situación museística de la ciudad, no es de recibo la contumacia en la inactividad. Y más cuando los primeros conocedores de su prolijo informe fueron los concejales de los distintos grupos municipales, incluida la responsable de Cultura, la forista Montserrat López. El plan para el futuro no puede seguir siendo la falta de un plan, como ha ocurrido hasta ahora.

El Museo Casa Natal Jovellanos cumple una doble función: rendir recuerdo y homenaje al gran ilustrado asturiano y servir de sala de exposiciones de los fondos artísticos gijoneses, so pretexto de la gran afición de Jovino a las Bellas Artes. Las limitaciones de espacio impiden hacer bien una y otra. Sólo se pueden exponer un centenar de piezas, cuando los fondos museográficos de las instalación están formados por 4.690 obras. A esta cifra hay que añadir otros 2.824 documentos escritos, 9.535 documentos gráficos y 50.000 registros de libros. Sólo de pintura asturiana hay 813 obras. Los fondos de dibujos y esculturas son de 2.082 y 578 piezas, respectivamente. Al legado de Lledó-Suárez, antes mencionado, hay que sumar el del Nobel Severo Ochoa, que incluye muestras arqueológicas, por no hablar del conjunto de artes industriales y el de fotografía o grabado.

El otro museo municipal de Gijón es el de Nicanor Piñole, en la plaza de Europa. Es una instalación monográfica dedicada al pintor gijonés. Alberga unos cien óleos representativos de las distintas etapas del artista, así como más de cinco mil dibujos. Tiene unos 15.000 visitantes al año, mientras que Casa Natal Jovellanos llega a los 40.000, 15.000 durante el verano (14.000 de fuera de la ciudad). La red museística de Bellas Artes gijonesa se completa con el Museo Barjola, en la calle Trinidad, y el Museo Evaristo Valle (también monográfico), en Somió. La gestión de estos dos últimos depende de la Administración del Principado, en el primer caso, y de una fundación privada en el segundo. Dicho de otra manera, pese a la interesante oferta museística local no hay manera de exponer el nutrido patrimio artístico gijonés sin apostar por un nuevo inmueble de mayor amplitud que Casa Natal Jovellanos y sin las deficiencias y carencias de este vetusto edificio.

Superado el ecuador del segundo mandato de la forista Carmen Moriyón, la ciudad sigue sin una alternativa clara. El anterior Gobierno socialista de Paz Fernández Felgueroso había apostado por hacer del antiguo edificio de Tabacalera, también en Cimavilla, un museo de Gijón que incluyera una importante muestra de los fondos de Bellas Artes. Foro llegó a aceptar esa idea, que parece querer recuperar ahora vista la alarma desatada tras el insoslayable informe de Lucía Peláez.

Alguien debería explicarlo mejor, porque hasta hace sólo unos días estaba sobre la mesa un plan de usos para Tabacalera, pergeñado a partir de unas 1.300 consultas. Incluía un centro vecinal, entre otros equipamientos, pero con un mínimo perfil museístico. La Plataforma de Tabacalera, constituida para hacer de este inmueble un revulsivo a la vida social y económica del barrio alto, ha vuelto a dejar claro su rechazo a que se haga ahí un museo de Bellas Artes. "Está para resolver problemas y no para dar continuidad a un modelo cultural fracasado", ha dicho Carlos Varas, uno de sus portavoces.

Son manifestaciones con mucha tela que cortar. Plantear el debate sobre lo que es antiguo y lo que es moderno, como quieren hacer algunos, es falsificar los términos de un problema del que se empiezan a conocer los pormenores: ¿puede la ciudad hacer caso omiso a las indicaciones de su directora de Bellas Artes y mantener, además, fuera de exposición pública su patrimonio de cinco mil obras? Perdida la oportunidad tras la rehabilitación de la antigua Escuela de Comercio, en la calle Tomas y Valiente, estaría bien que las decisiones sobre Tabacalera se fundaran tras un análisis serio de lo que necesita realmente la ciudad, no sobre ocurrencias o sueños de una noche de verano.

Al calor de las explicaciones de la directora de Bellas Artes han surgido algunos propuestas a un lado y otro del arco político, del PP al PSOE, Xixón Sí Puede o IU. Los populares quieren llevar al próximo Pleno de la Corporación la gestión municipal del Palacio de Revillagigedo, el histórico edificio del siglo XVII que es emblema de la ciudad. Es hora de que los representantes de los gijoneses digan qué van a hacer con uno de sus patrimonios más sensibles e importantes. Después del aviso de Lucía Peláez, el silencio sería incompetencia.