La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Manuel Sánchez Dindurra, "ejemplo de energía y tesonera voluntad"

El empresario gijonés edificó el teatro de la ciudad en sólo diez meses y fue el primero que ofreció corridas de toros en El Bibio

Dindurra, en la barrera de El Bibio.

Fue Manuel Sánchez Dindurra un hombre entregado a su ciudad natal prácticamente desde que nació el primero de abril de 1859. Este popular empresario gijonés, quizás el más destacado del siglo XIX, se ganó el prestigio y reputación fruto de su entrega y compromiso con la villa porque derrochó "inteligencia y dinamismo" para todas sus aventuras empresariales. Con apenas 40 años edificó el teatro Dindurra, el teatro-circo Campos Elíseos, colaboró en la construcción de la cárcel de El Coto, de buena parte del Muro de San Lorenzo y hasta el muelle de Luarca, además de ser el primer empresario taurino de El Bibio. Fue, decían en uno de sus obituarios, "ejemplo de energía y tesonera voluntad".

En sólo diez meses logró inaugurar el teatro Dindurra, el antecesor del Jovellanos, un 28 de julio de 1899 -once años después de la plaza de toros- con la actuación artística de la compañía de ópera italiana del maestro Giovanini. Sobre el patio de butacas se levantaban cinco pisos: platea, entresuelo, principal, segundo y galería. La entrada más barata costaba tres perrines, lo mismo que entonces valía desde una botella de sidra, un chorizo de Sabadiego o un viaje en tranvía a La Guía, según relató entonces el cronista J. Manuel Lorenzo Fernández. Dindurra -tan admirado como poderoso y conocido también por "Manolito", "Boroñero" o "Banduria"- fue el artífice de la mayoría de actividades lúdicas en la ciudad en aquella época.

En su periplo taurino dos anécdotas reunió Dindurra que sobresalen por encima del resto. Una fue fruto del infortunio y otra a iniciativa propia. La primera ocurrió el 11 de mayo de 1913. Era de noche y llegaban en camión varios novillos que estaba previsto lidiasen una semana más tarde varios matadores, el gijonés "Praderito" entre ellos, a iniciativa del empresario local. Pero poco antes de llegar al coso de la carretera de Villaviciosa, dos de los animales se escaparon. Uno de ellos emprendió el recorrido hacia el Centro. Pasó por el barrio de La Arena, sembró el pánico en la calle Marqués de Casa Valdés, tomó Capua y llegó hasta la plaza Mayor, donde corneó a un sereno. Luego siguió por el Campo Valdés y caminó hasta Cimavilla, donde vivía Severino Díaz Busto, el popular Praderito. Su intervención fue trascendental para evitar males mayores. Agarró un mandil para centrar la embestida del novillo mientras hacía ir a su hermano a por un estoque. Antes de ejecutar la suerte suprema, la Guardia Civil abatió al morlaco de un disparo. Pero quedaba otro novillo por ahí suelto. Este otro tomó rumbo a Santurio y Castiello por la carretera a Viesques y llegó a la iglesia de San Miguel. Eran las diez de la mañana y la parroquia rebosaba de feligreses. Muchos de ellos, al menos media docena, resultaron heridos por asta del otro toro que también fue abatido, a escopeta, por un vecino.

Otro episodio popularmente conocido ocurrió al año siguiente, el 27 de julio. Salió al ruedo un astado, negro zaíno de capa, fue devuelto a corrales por su mansedumbre. Poco después, el hombre de confianza de Dindurra le espetó al empresario:

-Don Manuel, no tenemos otro toro. ¿Qué hacemos?

-¡Píntalu!

El peón siguió instrucciones y vertieron pintura blanca sobre el lomo del animal que regresó al ruedo en último lugar. El público pronto se percató del engaño y, además de romper varios asientos, hubo alguno que hasta trató sin éxito de quemar la barrera. Pero al margen de anécdotas mucho se debe en lo taurino a Dindurra, que llevó las riendas de El Bibio hasta en cuatro ocasiones: desde su inauguración, en 1888, hasta 1903, de 1905 a 1910, de 1913 a 1918 y en 1922. Gracias a sus contrataciones llegaron a hacer el paseíllo nombres como Mazzantini, "Guerrita" y hasta el propio Juan Belmonte.

Lejos ya de los ruedos, en los últimos años de vida, llegaron para Dindurra múltiples homenajes y reconocimientos. La más importante, concedida por el Gobierno central en 1929, fue la Medalla del trabajo. Se organizó una recepción en el Ayuntamiento de Gijón en el que por aquel entonces mandaba Emilio Tuya. "Supo simultanear el beneficio propio con el de su pueblo, contribuyendo al progreso urbano de Gijón", apuntó el regidor durante su discurso en el que se rindió ante un hombre de tan provechosas actividades y entusiasmos por las cosas gijonesas. Dindurra, por su parte y tras una rehíla de agradecimientos a los presentes, aseguró que "quisiera que mi vida fuera larga para seguir trabajando hasta el último día con toda constancia y mucha fe en el progreso de Gijón; para la ciudad tengo mis mayores afectos".

Dindurra contrajo matrimonio con María García-Rendueles, con quien tuvo tres hijos: Bernardo, Lucía y Manuel. Tras la muerte de su esposa tuvo segundas nupcias con Dolores Rodríguez Cienfuegos. Una enfermedad le fue deteriorando poco a poco hasta el "exitus", que no pilló a nadie por sorpresa. Dindurra murió lejos de su tierra. Lo hizo en Madrid, de madrugada, a los 74 años un 3 de mayo de 1933. Su teatro suspendió ese día y los siguientes todas las funciones programadas. La ciudad estaba de luto.

Compartir el artículo

stats