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Gijón en retrovisor

El pueblo se tiró a la calle para recuperar los Carnavales

La plaza Mayor fue el punto de encuentro de los primeros Carnavales en 1981. ARCHIVO LNE

Nada fáciles fueron aquellos complejos tiempos de la transición de la dictadura a la democracia, como el sobresalto de los progresistas tras el intento de golpe de Estado del 23-F, noche en la que muchos temieron por sus vidas y no durmieron en sus casas. Así que toda aquella presión contenida estalló con la explosión festiva de los primeros Carnavales de los nuevos tiempos donde el pueblo quiso demostrar en las calles la recuperación de las libertades.

Este país es intrínsecamente así: un pueblo al que le encanta ponerse sus máscaras y cambiarlas de la noche a la mañana. Una España que era monárquica y al día siguiente se levantó republicana. España es un país que siempre ha sido de máscaras -desde el motín de Esquilache hasta nuestros días, donde el ocultista cinismo político impera- y así lo han dejado muy claro excepcionales dramaturgos que supieron sintetizar con sus magistrales obras nuestro eterno drama existencial como: Ramón del Valle-Inclán con sus geniales esperpentos cuya vigencia es total, Enrique Jardiel Poncela con su teatro del absurdo en tiempos de censura cuando había que leer entre líneas y Fernando Arrabal con irreverentes espectáculos pánicos. Tal vez no haya mejores adjetivos para interpretar la España de hoy en día que nos reflejan los medios de comunicación en este cotidiano escenario: esperpéntico, absurdo y pánico. El que quiera entender que entienda, por supuesto, pero a nadie se le puede obligar a cerrar los ojos y los oídos ante este desolador panorama que nos ha tocado vivir.

De Gifesa al entoldado de la plaza Mayor. Desde que desapareció la sociedad de festejos gijonesa Gifesa -el funcionario Mariano Setién hizo todo lo que pudo, hasta organizó conciertos y ballets en la plaza Mayor, pero los vientos del cambio no estaban a su favor- la verdad es que la ciudad adolecía de grandes festejos populares. De ahí que la llegada a la Corporación Municipal del joven Daniel Gutiérrez Granda -tras la dimisión del concejal Luis González Fernández, quien a su vez había sustituido a Alfredo Liñero- dinamizó todo aquel decaído ambiente, gracias al apoyo de los concejales María José Ramos y Francisco Villaverde, sin olvidarnos tampoco del eficaz funcionario Miguel Rodríguez Acevedo, quienes constituyeron un equipo que fue fundamental para abrir nuevos horizontes al mundo del espectáculo. Ellos fueron quienes pusieron en la plaza Mayor en 1980 el rupturista entoldado rojiblanco -los mayores aforos los lograron el Ballet Nacional y los cantautores asturianos- dado que trataban de encontrar nuevos escenarios para la movida local. Y un año después, sin grandes dudas, se lanzaron a la recuperación de los Carnavales, tal como ya se había hecho en otras ciudades españolas, sin que hubiese incidente alguno, a pesar de lo que algunos timoratos temían.

Los orígenes del Antroxu gijonés. Tiempos atrás, el Antroxu se iniciaba con la recepción al dios "Momo" -al que denominaban "Mono del Mar", por aquello del léxico pesquero- en el nuevo muelle local. En él se personificaba la burla y la ironía, características típicas de los "playos" que, quizás debido a las influencias marineras también dominaban el "vesre" -lenguaje consistente en la permutación de sílabas muy utilizado por los arrabaleros tangueros uruguayos- y que todavía hablan algunos privilegiados del antiguo barrio de pesquerías. Aquel prepotente y pretencioso dios diletante pasaba de todo y tenía como prioritaria tarea la de criticar siempre como norma lo que hacían los demás tanto si estuviese bien, como si no. Vamos que, más o menos, como en la actual vida política en los quienes están en la oposición nunca reconocen los aciertos de quienes gobiernan. Al dios "Momo" se le enmascaraba y portaba un cetro en la mano con una grotesca cabeza, como símbolo de la locura.

Y los Carnavales, claro, ya finalizaban con el entierro de la Sardina, cuyo legendario origen se remonta a un siglo antes, durante la época del rey Carlos III -a su lado tuvo el acierto de contar con grandiosos intelectuales ilustrados asturianos- quien así celebraba con el pueblo matritense el final de las fiestas antes del comienzo de la Cuaresma con una sardinada popular. Los sabios pescaderos maragatos llevaban siempre en sus recuas de mulos un cargamento de sardinas desde Betanzos hasta Madrid, pero en aquellos días se padeció una atorrante ola de calor por lo que las sardinas no llegaron en buen estado -entonces todavía no había ni hielo, ni cámaras frigoríficas, claro- y tan pasadas estaban que para evitar su fétido olor una comitiva las enterró en la Casa de Campo. Por el camino los plebeyos no cesaban de llorar lastimosamente al haber perdido aquella comida gratuita y tener que afrontar, a partir de entonces, la abstinencia cuaresmal. Todo tiene su explicación, desde luego.

De Cimavilla a Begoña, con pregón ante la Casa Consistorial. Si las carnestolendas gijonesas nacieron -¿dónde si no?- en Cimavilla, entre farolillos y guirnaldas, chirigotas y fanfarrias, el 3 de marzo de 1981 -ocho días después del intento del golpe de Estado- el pueblo de Gijón se tiró a las calles para su recuperación, sin complejo alguno.

Aunque las decimonónicas musas Terpsícore y Talía habían quedado definitivamente atrás, aquel incipiente Carnaval comenzó con una concentración de niños disfrazados en el paseo de Begoña, la actuación del grupo teatral "Quiquilimón" y una fiesta en una plaza Mayor abarrotada de público, donde el inolvidable Fernando Poblet Vega-Arango dio lectura a su sarcástico pregón -él fue el primero, aunque luego hasta siguió la tradición José María García- ante la Casa Consistorial y actuó "La banda del tren", mientras el personal danzaba y comía frixuelos. Por allí apareció el simpar Bonifacio Ortiz Cabello -quien había iniciado su aventura teatral en "La Máscara" del Ateneo Jovellanos- disfrazado de guardia civil con tricornio y todo montando un artesanal caballo de cartón.

Nadie se esperaba aquel entusiasta respaldo popular, pero la Corporación Municipal demostró tener grandes reflejos al declarar, a partir del año siguiente, fiesta local el Martes de Carnaval, lo que trajo consigo una gran polémica ya que no se cortaron un pelo para erradicar la tradicional festividad de San Pedro. El éxito del Antroxu fue tal que hasta llevó al contrasentido de que Oviedo, por ejemplo, retrasase una semana sus Carnavales para celebrarlos en tiempos de Cuaresma, a fin de no entrar en competitividad con Gijón, ya que tenían muy claro que tenían todas las de perder. Tradicionalmente Gijón siempre ha sido una villa marinera más dada a la espontánea participación popular. Una buena prueba de ello es que en Oviedo, en aquellos tiempos -a excepción de "La Herradura"- no había grandes salas de fiestas, mientras que Gijón era una de las grandes plazas musicales españolas para multitudinarios conciertos. O sea que con los Carnavales no iban a ser menos.

La vida y sus vueltas con máscaras de Carnaval. Las vueltas que da la vida. Un singular personaje muy imaginativo quien según contaba la leyenda urbana pasó de rapar las cabezas de las mujeres rojas a -después de casarse con una niña bien de Somió- financiar "Mundo Obrero" -los ejemplares eran distribuidos en Gijón en los bajos del cochecito para bebés de la argentina de origen alemán Marta Cora Steer Book y del oficial de notaría Andrés Álvarez Costales, a quien califiqué como el virrey del Ayuntamiento, porque sin el apoyo de los comunistas el PSOE no tenía mayoría- iba a ser nombrado dinamizador del Museo Etnográfico del Pueblo de Asturias que había sido creado gracias al respaldo institucional del número dos del Opus Dei en Gijón.

Las máscaras así son: se ponen y se quitan. Pero, al final, siempre seguimos siendo los mismos. La vida para muchos siempre es un Carnaval.

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