Cuando María de los Ángeles Rodríguez y su marido, Javier Iglesias, entraron en la joyería de su propiedad en la calle Roncal, de Pumarín, la noche del pasado domingo, después de que la Guardia Civil se llevara arrestados a los seis butroneros que intentaron desvalijarla, la gran herida realizada en la puerta de la cámara acorazada aún humeaba. Para realizar el boquete, los atracadores usaron una lanza térmica. "Venían preparados como para la guerra", explica Iglesias, "tenían tres o cuatro bolsas enormes de herramientas, y todo nuevo", relata el joyero. Mazas, destornilladores, ganzúas, ganchos para forzar puertas, una bombona de oxígeno, baterías o incluso máscaras antigás. "Sabían a lo que venían".

Ángeles y su marido se pasaron la noche en vilo, dentro del establecimiento. "No podíamos dejar el local solo, sin ningún tipo de seguridad y ese agujero ahí", apunta Iglesias, dirigiendo su dedo al butrón que asoma debajo de las escaleras de la trastienda. Una jornada en vela que aprovecharon para ir limpiando el local, "que estaba todo manga por hombro" y realizar un primer inventario. "Aún no sabemos si nos falta algo", señala el joyero, pero lo que es evidente es que los ladrones no lograron acceder a la cámara acorazada. Ya habían sufrido un intento similar hace años, cuando al frente de la joyería estaban aún los padres de Rodríguez. Por fortuna, ninguno de los dos llegó a consumarse.

Los asaltantes entraron en la joyería a través de un butrón desde el local contiguo, un bazar de objetos del hogar y decoración. La abertura, por la que a duras penas podría pasar un hombre fornido, comienzó en la mañana de ayer a tapiarse, merced al hacendoso trabajo de unos albañiles: tres ladrillos de ancho por otros tantos de alto. Los mismos que habían atravesado los atracadores en su acción criminal. Un pared de ladrillos y azulejos.

La Benemérita sabía desde la principios de la pasada semana que la banda estaba preparando un golpe, gracias a una minuciosa operación en la que participaron la Comandancia de Gijón y una unidad madrileña, que siguió a los ladrones hasta la ciudad. Sabían cuándo comían -lo último, una ración de croquetas en un local cercano, el mismo domingo-, en qué momento dormían y, lo más importante, cuándo tenían pensado actuar. Les dejaron hacer, sentirse inmunes, para finalmente darles caza con las manos en la masa la noche del pasado domingo, merced a un espectacular despliegue que obligó a cortar la calle Roncal, donde vecinos y curiosos pudieron presenciar una operación "de película".

El operativo había comenzado días atrás. El Instituto armado tenía sus coches aparcados frente a la joyería desde la tarde del domingo. No es casualidad. La Guardia Civil sabía que los atracadores habían entrado la madrugada del sábado en el negocio anexo a la joyería, gracias a un vídeo que grabó la cámara de seguridad del bazar, en el que se puede ver a uno de los atracadores, encapuchado. El hombre se quita la capucha y, al ver que la cámara le está grabando, corre a moverla, para tapar su visión, según relatan los dueños del bazar. La Benemérita ya sabía dónde iba a darse el golpe, ahora solo faltaba esperar.

La banda de atracadores tenía todo concienzudamente preparado. Entraron en el bazar de madrugada, retiraron cuidadosamente todos los objetos que podrían romperse y colocaron unos tablones para tapar la visión del lugar donde iban a trabajar para realizar el butrón. Colocaron prendas de ropa y flores para no llamar la atención desde el exterior.

El empeño delictivo era tan minucioso que el inquilino del local aparcó enfrente alrededor de las seis de la tarde del domingo y no se dio cuenta de nada anormal en el establacimiento. En ese momento, mientras el Sporting.

Fueron varias horas de trabajo minucioso realizando el butrón. La Guardia Civil encontró incluso restos de comida que los atracadores habían llevado al bazar y que consumieron mientras realizaban el agujero. Sin embargo, su plan perfecto tuvo un fallo: no calcularon bien. El primero de los butrones lo realizaron unos metros más lejos de su objetivo, yendo a dar con un tabique lleno de tuberías y cables. El segundo fue el bueno, justo debajo de la escalera de la trastienda de la joyería.

Una vez dentro del establecimiento, los delincuentes accedieron a la tienda, giraron la cámara de seguridad hacia arriba y se pusieron a trabajar para intentar abrir la caja acorazada, donde se encontraba el botín principal. Nunca llegaron a su interior. Antes, la Guardia Civil accedió al local y los atrapó sin escapatoria.

Según las primeras investigaciones se trata de seis integrantes de una banda delictiva itinerante especializada en el asalto a joyerías. Todos sus miembros son de nacionalidad española y todos también cuentan con antencedentes policiales.

"Ahora ya pasó lo peor. Casi tenemos que dar las gracias", reconocen los joyeros que ayer procedieron a cambiar la alarma, destrozada a golpes. Más difícil será sustituir la cámara acorazada, muy antigua y de características muy concretas.

La joyería Canteli cumple el año que viene medio siglo, pero en la madrugada del domingo al lunes sus propietarios estuvieron a punto de perderlo todo. "Si llegan a llevarse todo lo que querían, era como empezar de cero cincuenta años después. No quiero ni pensarlo", asegura su dueña, María de los Ángeles Rodríguez que ayer, tras unas horas de mucha tensión, cambió el vaso de tila que sujetaba en sus manos la noche del domingo por un sorbo de tranquilidad. "Casi que tenemos que dar gracias. No fue nada con lo que podía haber sido", reconoce la joyera, que no puede evitar pensar en que, además de los daños materiales en el local, ella y su marido podrían haber estado allí: "¿Y si hubiera saltado la alarma y hubiéramos llegado nosotros antes que la Guardia Civil? Igual hubiera sido peor", rumia la mujer con voz trémula.