Desde que llegó a casa, el gato "Golín" no se separa de él, todo el día en su regazo. "¡Quita!", le balbucea al minino, que ni por esas se separa de su amo. "Le echaba de menos", comenta su madre. Y no es para menos. Ocho meses y medio después del incidente que le mantuvo cincuenta días en coma, tras recibir un golpe en una trifulca nocturna en la zona de Fomento, Germán Fernández Fernández volvió esta semana a su casa. Aunque no a dormir en su cama: "con mamá", confirma, sonriente.

El joven gijonés de 25 años nunca deja de sonreir. Atrás queda esa época de internamiento en el HUCA, donde la cara de Germán denotaba tristeza, incomprensión por lo que ocurría. Ahora hace bromas y "pica" a su madre y sus hermanas. Solo se le borra la sonrisa cuando se concentra en escuchar lo que se habla en casa. "Hablan de mí", confirma con una pícara sonrisa señalándose el pecho. Porque Germán se entera de todo, es consciente de cuanto acontece a su alrededor, razona. Ni siquiera tiene pérdidas de memoria de lo acontecido antes del incidente, aunque sobre el momento del suceso una nebulosa inunda su mente. No recuerda qué sucedió.

"Es igual que la vieja del visillo", bromea Marta, su hermana mayor, "se quiere enterar de todo, siempre está mirando, atento", analiza Yolanda Fenrández, la madre, quizá la más contenta de volver a su domicilio tras cuatro meses en Barcelona, durante los cuales Germán estuvo ingresado en la clínica Guttmann -para la que la familia únicamente tiene halagos-, tras cuatro meses previos en el HUCA.

Más de dos decenas de fotografías recuerdan su paso por la ciudad condal. En ellas, el joven sale posando con los trabajadores de la clínica barcelonesa. Camareros, médicos, personal de administración, "enfermeras", añade Germán. "Esa es guapa, ¿eh?", le pica Yolanda. "Sí", se ríe. Siempre se ríe. "Iba por el pasillo y todo el mundo le saludaba, a la mayoría yo ni les conocía". Otra vez el dedo al pecho. "Todos me conocían", dice su sonrisa.

"Desde que llegó, no calla". Ese es el mayor cambio que ve su hermana Marta tras semanas sin verle. "Había días difíciles, en los que los echaba mucho de menos", recuerda. Yolanda viajó a Barcelona para estar junto a Germán en su recuperación. Y junto a ella, la pequeña de los tres hermanos, Marina, que aparcó temporalmente los estudios para seguir a su hermano en su periplo.

"No calla", repiten todos. Y es verdad. "Habla por los codos, es como un lorito". Índice al pecho y sonrisa. Es que llevaba mucho con ganas de hablar, parece decir Germán. Porque la realidad es que Germán no construye frases enteras, pero dice las suficientes palabras sueltas para construir un relato. El paladar y la campanilla siguen atrofiados, pero a fuerza de uso, recuperan su razón de ser. Al principio, solo eran sonidos guturales, luego balbuceos, ahora palabras. "En el último mes se soltó mucho, antes solo hablaba lo que le mandaba el logopeda, pero ya perdió el miedo, ahora no calla", explica su madre. No dudan que llegarán las frases completas. Y si no, ahí está el móvil, en el que Germán -que no tiene problemas de movilidad en las manos- escribe las expresiones que los oídos aún poco entrenados de sus familiares no captan.

"Cuéntale qué vas a hacer el domingo", le insta Yolanda. "Fabada y Play". Concisión. Irá a casa de un amigo, a comer otro de sus platos favoritos y jugar a la consola. El viernes ya tuvo el aperitivo. Fartura a base de carne poco hecha, como más le gusta, embutido y croquetas. "¡Tenía que vigilarlo, porque cuando no miraba...!", explica Yolanda. "Está más gordo ahora que antes, no le valen los pantalones", cuenta la madre.

La noche del viernes una docena de amigos fue a visitarle a su casa. Con los que creció y también los que aparecieron después. Ninguno le dejó en este periplo. Las fotos del momento reflejan la constante sonrisa de Germán. Y la del resto. De felicidad y de alivio. Fueron meses duros para todos, pero nunca dejaron de apoyarle. Mensajes, manifestaciones, colectas. "Todos somos Germán" se convirtió en un mantra para ellos y muchos otros que se sumaron. Gente anónima, famosos, políticos, deportistas, incluso Quini, quien le regaló una camiseta firmada. Un mensaje que ahora refrendan más que nunca, con su vuelta.

Sin embargo, no estará mucho tiempo en Gijón. A mediados de mes, Germán y su familia pondrán rumbo a Madrid, al Centro de referencia estatal de atención al daño cerebral, para seguir con su rehabilitación. Quiere "andar", apostilla Germán -mientras mueve sus pies sobre la alfombra, sentado en el sofá tras desayunar, como una marioneta que lucha por soltar sus cuerdas- "y hablar", remarca.

Pero hay algo que echa de menos por encima de todo. "Escanciar", confirma, mientras se ilumina la sonrisa más grande de la mañana. "Enséñale cómo escancias", le reta Yolanda. Igual que cuando le obliga a ir andando al baño, o al dormitorio, o al salón, la silla de ruedas aparcada a la entrada. Brazo enhiesto, mirada al frente. Solo le falta un poco más de fuerza para hacer lo onírico real, un último esfuerzo. Y cada día está más cerca. La sidra ya espalma contra el vasu y Germán sigue sonriendo, ofreciendo un culín. El más prestoso para todos aquellos que han sufrido junto a él este parto. Nueve meses de lucha y sacrificio resumidos en un culín goteante de sidra. "Pronto", dice su sonrisa.