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Gijón en retrovisor

El ministro de Cultura inauguró el Museo Evaristo Valle sin discurso

La oscarizada película "Volver a empezar" marcó el camino, porque de eso se trataba en aquella etapa de decadencia industrial

Jesús Fernández Valdés, con sus directivos, en las instalaciones de Crady. M. D. C.

En aquella época de naufragios empresariales y encallamientos de barcos en la bahía de San Lorenzo, nos vino muy bien que José Luis Garci pusiese por título a su oscarizada película "Volver a empezar", ya que de eso, en definitiva, se trataba. Era necesario abrir nuevos horizontes y en aquel año de 1983, la iniciativa privada dio un paso adelante para crear en Somió uno de los museos más importantes del país y Jesús Fernández Valdés que no hallaba salida para "Crady", lo que sí encontró en un almacén fueron moldes de barcos y así se lanzó a la incipiente aventura de fabricar veleros de poliéster.

La provincia de Oviedo pasa a ser de Asturias

Aquel año la hasta entonces provincia de Oviedo pasó a denominarse oficialmente como Asturias -después de mucha oposición y avatares diversos- lo que fue algo así como poner una pica en Flandes para erradicar el caprichoso nombre que le dio el granadino Javier de Burgos, a quien el ministro Francisco Cea Bermúdez le encomendó en 1833 -al principio del reinado de Isabel II, bajo la regencia de María de Cristina de Borbón- la división territorial por provincias y que, sin rigor alguno acometió ciscándose en innegables realidades culturales y sociológicas. La publicación de la ley en el Boletín Oficial del Estado acabó definitivamente con el localista nombre que durante ciento cincuenta y cinco años padecimos, aunque todavía se mantengan rémoras como la denominación de los vuelos hacia el Aeropuerto de Asturias, ya que muchos viajeros despistados creen erróneamente que está en Oviedo.

La concesión del primer "Oscar" netamente español a la película "Volver a empezar" de José Luis Garci -quien había utilizado algunos decadentes escenarios de Gijón, porque el panorama industrial ciertamente era ése y no otro; con la excepción del Molinón, claro- motivó una ola de alegría y el entusiasmo fue tal que el concejal comunista Luis Felipe Capellín propuso que se hicieran carteles para potenciar el turismo hacia nuestra villa marinera. De una y otra manera se quería volver a empezar para lograr otro futuro para Gijón.

Se inicia la temporada de naufragios de barcos

Y como la autonomía asturiana empezaba a soltar amarras, algunos barcos la imitaron iniciándose una extraña temporada en que los barcos empezaron a encallar en nuestras costas. El primero de ellos fue el carguero de pabellón liberiano "Newcrest", que embarrancó en los bajos del Cerro de Santa Catalina el mes de febrero cuando llegaba remolcado y sin tripulación para ser desguazado en San Esteban de Pravia. El barco procedía del puerto de Falmouth, remolcado por el "Faneca", de la compañía Remolques y Servicios Marítimos de Santander. Cuando intentaron buscar abrigo en el puerto de El Musel como consecuencia del fuerte temporal, en la madrugada del 7 de febrero rompieron las amarras y el mercante, a la deriva, se estrelló en una barra próxima al cerro de Santa Catalina, debajo del lugar conocido como el "Apagaderu". Tras su naufragio, la expectación de la ciudadanía fue muy grande -sabido es que nos va la marcha desde aquello de ir a ver la ballena- y se mantuvo mientras realizaron las complicadas tareas del desguace. Dos años después su ancla de respeto o de la esperanza -es decir, aquellas que son colocadas a popa para ser utilizadas en casos de emergencia- fue localizada por el genial marinero Maximino Canteli, el primero que vio las grandes posibilidades de realizar pequeños cruceros turísticos por la hermosa bahía de Gijón. Es una lástima que aquella iniciativa no haya ido a más después.

"La primera" navegó por la bahía

El imaginativo economista Jesús Fernández Valdés -que había iniciado su carrera laboral en Dragados y que ahora se mantenía a flote con una consultoría- se había puesto al frente del barco de "Crady", cuya fuga de agua cuando se encontraba en alta mar nadie era capaz de tapar, por lo que se creó una empresa que quería liberarse de tanto lastre: "Aplicaciones Eléctricas Asturias" (AEA) que absorbió otros pequeños negocios como "AMV", por el que luchaba Ángel Maldonado Vita en el barrio de La Arena. En una de sus andanzas por los almacenes, un día se encontró con una treintena de moldes de barcos y allí vio una vía de futuro -porque por aquí a nadie se le había ocurrido de que podía haber futuro en los deportes de navegación- por lo que constituyó la empresa "Veleros del Principado Sociedad Anónima Laboral" con un capital social de 260 millones de pesetas y la participación de 420 trabajadores que sí creyeron en las ideas de Jesús Fernández Valdés. De esta manera se aprovechaba la experiencia de "AEA Crady" en la utilización de poliéster para la fabricación de aparetajes eléctricos. Tres de aquellos emprendedores trabajadores fueron al Salón Náutico de Barcelona y allí contactaron con la empresa Keltic Marine que se interesaron por asesorarles, por lo que se fueron a aprender las técnicas al astillero que tenían en Vannes en la Bretaña francesa. Y así se logró que "La Primera" -cuyo modelo Kelt 24 fue presentado en los jardines del Molino Viejo promocionando a la vez el disco "Barcu veleru" de Carlos Rubiera- navegase airosamente por nuestra bahía. Superada la facturación de mil millones de pesetas aquel primer año, la luz se veía al fondo del túnel.

La inauguración del Museo Evaristo Valle

También por el acantilado de Santa Catalina, Evaristo Valle tiró su primera novela "Oves e Isabel", tras considerarla un fracaso volvió a empezar centrándose, a partir de entonces, a, en los lienzos y pinceles para plasmar toda la literatura que había dentro de él en sus maravillosas obras pictóricas. A la muerte de la glamurosa María Rodríguez del Valle -por voluntad testamentaria suya- fue creada la Fundación Museo Evaristo Valle, en homenaje a su tío, en la finca "La Redonda", en Villamanín (Somió) -que está rodeado de unos dieciséis mil metros cuadrados de jardines con la mayoría de los árboles de origen alóctono- en cuyo palacete de finales del siglo XIX había residido desde 1914 hasta su fallecimiento.

A ese incomparable marco llegó el mes de marzo el ministro de Cultura, Javier Solana Madariaga, a fin de proceder a su inauguración oficial, a la que además de los miembros del patronato de la Fundación asistieron su amigo biógrafo Enrique Lafuente Ferrari y el escultor Joaquín Rubio Camín. La grandiosidad de este museo privado -que como consecuencia de la desidia cultural que padecemos, no es habitualmente visitado por la mayoría de los asturianos- sería reconocida oficialmente muy pronto al concedérsele la Medalla de Honor de la Real Academia de San Fernando y dos años después fue declarado Bien de Interés Cultural.

Como buen físico, las pituitarias de Javier Solana le dieron una señal de alerta ante los pestilentes olores provenientes de los abonos de las huertas circundantes, por lo que optó por no pronunciar su anunciado discurso "Evaristo Valle, pintor de lo cotidiano" -cuya copia nos facilitó a los periodistas un cordial Rafael Murillo poniendo cara de circunstancias- pero el ministro hizo, no obstante, su brindis al sol: "el gobierno que nos gobierna no quiere que se repitan casos como el de un Evaristo Valle que, siendo gran genio, pasó necesidad. Queremos que haya una clase dirigente, incluso una burguesía, que entienda la problemática del Arte".

El tiempo pasa, pero seguimos padeciendo las mismas miserias y eso que hemos tenido varios gobiernos bipartidistas en La Moncloa. Pero aquí seguimos sin dar valor a la Cultura.

Todo esto y mucho más pasaba hace treinta y cinco años.

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