Tras más de una década vendiendo cupones en pleno centro gijonés, Luis Nelson Obaya consiguió por fin repartir suerte en su ciudad. Y la suerte no fue poca: diez de sus boletos vendidos la semana pasada, correspondientes al sorteo de la ONCE del sábado, fueron premiados con un total de 200.000 euros. "Nunca había vendido cupones con un premio tan grande. Los agraciados tocan a 20.000 euros por cabeza, así que ahora ya, por fin, puedo quedarme tranquilo con mi trabajo. ¡Pensé que nunca sería capaz de dar tanta suerte!", bromeó el vendedor. El cupón del número premiado fue el 71.865 y los diez ganadores pagaron dos euros por cada uno.

Obaya era ayer todo sonrisas. Pese a que las nubes que cubrieron el cielo durante casi toda la tarde provocaron que a su pequeño puesto -arrinconado en una esquina de la calle Corrida- no se acercasen demasiados clientes, el vendedor había dado ya por zanjada la semana. "Yo estoy ya más que conformado; no puedo pedir más. Me tomo los martes y los miércoles de descanso, así que ya solo pienso en dormir, y ahora sí, con la sensación de haber hecho bien mi trabajo", apuntó. Y es que a Obaya estos diez últimos años se le habían hecho un poco largos: "Había dado algún que otro premio de 300 euros, cosas así, pero nunca nada parecido a esto. Estoy que no me lo creo. ¡Por fin! Ya pensaba que era cosa mía, que yo no valía para dar suerte a los clientes".

El trabajador de la ONCE, aunque nació en Suiza, se considera cien por cien gijonés. "Hijo de inmigrantes, ya sabes. Pero nos vinimos para aquí cuando yo tenía solo un par de meses. Soy muy de Cimadevilla, muchísimo. Me crié en ese barrio y en esta ciudad. Ya tocaba traer un poco de suerte al sitio en el que crecí", agradeció. Obaya cumplirá 52 años el próximo mes de octubre y, desde su cuarentena, vende cupones de miércoles a viernes en la esquina citada del centro gijonés. Los sábados, se mueve a la otra esquina de la calle, en la plaza del Carmen. Los domingos aprovecha el día de rastro para repartir un poco de suerte por el mercado.

Precisamente fue en el rastro celebrado anteayer cuando el repartidor de suerte se enteró del gran pellizco. "Vino una pareja muy joven arrastrando un carricoche. Me pidieron un cupón, venían muy contentos. Me dieron las gracias y yo no entendí nada. Luego ya me explicaron que les había tocado nada más y nada menos que 20.000 eurazos. ¡No me lo podía creer! ¡Yo les di eso!", exclamó. "Entiendo ahora el dicho ese de que los bebés vienen con una barra de pan debajo del brazo", añadió.

Desgraciadamente, el vendedor reconoció también no tener en su posesión ninguno de los diez boletos premiados. "Juego dos veces a la semana, pero pasan por mis mano tantos números... Eso sí, sé que le vendí uno al padre de un amigo mío. Me alegró mucho descubrirlo. Es la primera vez que me pasa algo así, al menos que yo sepa, porque con los números que repartes con la máquina no hay forma de saber si tocó o no. Lo que sí sé es que después de más de diez años vendiendo cupones en papel, es la primera vez que acierto. Siempre soñé con este momento", sentenció, llevándose el dedo índice de cada mano a la frente.