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El laberinto bajo Cimadevilla

Un grupo de expertos está recuperando el refugio antiaéreo del barrio alto, que llegó a albergar a 1.200 personas en la Guerra Civil

Por la izquierda, Antonio Huerta a la entrada del refugio, y acompañado por Pablo León y Paula Bartolomé. A.G.

Se calcula que la ciudad de Gijón, una de las más bombardeadas en el norte del país durante la Guerra Civil, contó con unos 190 resguardos de protección antiaérea; en su mayoría, garajes y portales privados. De todos ellos, no obstante, unos 30 eran refugios propiamente dichos, compuestos por túneles laberínticos, estrechos y de poca altura para acoger a los por entonces 60.000 habitantes de la ciudad. El más grande era el de Cimadevilla, que mantiene intacto su acceso por la calle Claudio Alvargonzález y que, según el geógrafo Antonio Huerta, podía albergar a unas 1.200 personas. Gracias al experto y a la Asociación Lázaro Cárdenas, en los últimos días han transitado más o menos por la mitad de esta instalación. "La intención es que esto se pueda abrir al público, además de por su obvio interés turístico, por su clarísima relevancia histórica", comentó ayer el geógrafo.

Las expediciones de estos últimos días -la de ayer fue la tercera- ha servido para descubrir que el refugio está prácticamente intacto gracias, según Huerta, a las obras de reforma que se produjeron a finales de la década de 1940. "Se impuso un decreto que obligaba a las ciudades con más de 20.000 habitantes a habilitar refugios antiaéreos. En Gijón se aprovechó el de Cimadevilla y se recubrió con hormigón la estructura original de madera que habían levantado los mineros en el 36", explicó el geógrafo. Huerta visitó ayer la instalación acompañado por la arqueóloga Paula Bartolomé, el historiador Héctor Blanco y Pablo León, técnico de la Dirección General de Patrimonio.

De los aproximadamente 500 metros cuadrados de superficie que tiene el recinto, se han despejado ya cerca de la mitad. A falta de mayores obras de acondicionamiento, para acceder al recinto es necesario sortear una pared de cemento de un metro de altura y un pasillo estrecho con barro que cubre unos veinte centímetros de altura sobre el suelo. Después, exceptuando algunas zonas en las que el nivel del agua y el barro espeso vuelven a entorpecer un poco el paso, se puede deambular por todos los túneles sin mayor problema. Tampoco es posible salir por los otros dos accesos que figuran en los planos: el del Palacio de Revillagigedo y el de la plaza del periodista Arturo Arias.

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