"Su amor nació y nunca terminó". Así resumió ayer el sacerdote la vida de Maruja Álvarez y Daniel Suárez, un matrimonio llegado a Gijón desde Carabanzo y Mieres, respectivamente, para llevar en la ciudad "una vida plena de trabajo" en la que siempre estuvieron juntos, "siempre unidos".

Ellos fueron los dos octogenarios que, tras una breve estancia en una residencia de Oviedo, decidieron regresar a su vivienda de la calle Felicidad, en Gijón, y acabar con su vida utilizando para ello una pistola de fabricación casera.

Ante su trágico fin, el párroco oficiante del acto de la Palabra celebrado ayer en el Tanatorio de Gijón-Cabueñes quiso mandar a sus familiares un mensaje de esperanza y amor: "Ellos han querido esta situación y hay que aceptarla, no debemos tener un recuerdo triste sino amable".

Maruja Álvarez y Daniel Suárez no tenían hijos, pero sí sobrinos que han sentido profundamente el trágico final de sus tíos. Todos sus allegados y conocidos coincidían en lo mismo: "Eran uña y carne". Y, a decir verdad, ni la muerte los separó.