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Un superhéroe contra el cáncer

El gijonés Borja Balbuena convierte en un libro las notas de su lucha optimista contra un linfoma que sufrió a los 16 años

Borja Balbuena, en el Puerto Deportivo de Gijón, con su libro. FERNANDO RODRÍGUEZ

Maduró desde muy joven porque a los 16 años tuvo que hacer frente a una enfermedad que nadie debería sufrir. Y mucho menos los niños. El gijonés Borja Balbuena Rodríguez -ahora tiene 21 años, prevé estudiar Arquitectura y se plantea toda la vida por delante- se hizo adulto entre las salas del Materno Infantil del HUCA para vencer un linfoma que le tuvo ocho meses sumido en la incertidumbre. A él y a su familia. La suya fue una lucha contra la muerte a base de optimismo. Una experiencia que ha querido plasmar en un libro, "Superhéroes sin superpoderes" -disponible en superheroessinsuperpoderesgmail.com por 13 euros-, por si sirve de medicina a quienes afrontan semejante reto. "El objetivo del libro es que quien está pasando por un cáncer vea que se puede salir; es algo que cuesta, hay momentos buenos, malos y muy malos, pero se puede salir", asegura el joven.

Todo comenzó en el verano de 2013. Borja Balbuena disfrutaba de sus vacaciones familiares en un camping de León cuando comenzó a encontrarse mal, con dolores. Le dijeron primero que tenía una distensión muscular, luego una rotura de fibras, hasta que empezó a toser y el diagnóstico se transformó en neumonía y luego en una posible tuberculosis. Se volvieron a Gijón e ingresó en Cabueñes el 31 de agosto. El 5 de septiembre se detectó un bulto y avisó al doctor. "Recuerdo que el médico salió al pasillo con mi madre, me contaban lo justo, y sólo escuché dos palabras: tumor y TAC", explica. Fue así como se enteró de que tenía un linfoma "bastante extendido".

Fue su profesora de Inglés del IES Rosario de Acuña, y tutora, quien le regaló una libreta y un bolígrafo para que escribiese en ella todo lo malo y, una vez se curase, pudiera deshacerse de ese mal sueño. "Le di la vuelta y opté por apuntar las cosas buenas y positivas de la experiencia", relata el joven. Así lo hizo, anotaba a modo de diario su día a día, mientras lo compaginaba con sacarse sus estudios en el instituto. No obstante, aclara, fue el padre de un niño el que le animó a publicarlo. "Cuando yo ingresé, el chico acababa de terminar, y cuando yo me curé él tuvo una recaída que no superó", describe. "Su padre, Juan, publicó un libro titulado '¿A qué hora viene papá?' y la presentación me animó a terminar de escribir el mío estas pasadas Navidades", añade.

Es su historia de vida de ocho meses que pasó entre los siete ciclos -más otros dos de consolidación- de quimioterapia, a los que tuvo que hacer frente. "Un ciclo eran cinco o seis días en el hospital y otros quince en casa, pero teniendo que ir un día sí y otro no para hacer pruebas y analíticas", explica. Eran los días de desayunar galletas, comer un yogur y cenar media nectarina. "Eso era mucho para mí", recuerda.

Allí, acompañado siempre por su madre, hizo multitud de amigos, especialmente dos compañeras de batallas con las que hizo piña: Cristina de la Torre y Cristina Castaño, a la que "llamábamos 'Crisca' -a ella está dedicado el libro, entre otros- para diferenciarlas". "Ella no tuvo la misma suerte que nosotros y se murió; tuve muchas dudas de si escribirlo o no, pero ella forma parte de esta historia", desvela. "Fue el capítulo más duro de escribir, fue duro recordarlo, pero más cómo enfocarlo para que no hiciese daño", asegura Borja. Fue quizás ese momento el que le hizo ser consciente de que el cáncer "tiene las dos caras de la moneda, la de quien lo consigue superar y la de quien no; por muy fuerte que sea uno mentalmente y quiera seguir luchando, el cuerpo le dice hasta aquí". Por eso donará los beneficios a las asociaciones Deporte vs. Cáncer Infantil, Pequeño Deseo y Kurere, Palabras que Curan.

Además de a madurar de golpe, la experiencia le sirvió para no planificar nada. "Desde pequeño decía que a los 17 años iba a sacar socorrismo, a los 18 el carné de conducir, luego la carrera y a trabajar, y cuando pasó esto me llamaban mis amigos para dar una vuelta al día siguiente y no podía decirles que iba a poder levantarme", relata. Otra gente, en cambio, le decía que por su situación le ponían los exámenes más fáciles que al resto, pero un 8 en la selectividad les cerró la boca de golpe. No obstante, el mejor premio para Borja es estar vivo para contarlo.

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