Con ochenta y cuatro años andados, nada parece ensombrecer el fervor y el entusiasmo que han hecho de ella una pionera del sindicalismo democrático español, entre otras luchas y propósitos que siguen conduciendo su vida hacia la entrega a las causas sociales. La praviana Carmen Garrido González (Folgueras, 1934) demostró ayer en el Club LA NUEVA ESPAÑA de Gijón que su aleación ideológica no cede al paso del tiempo. Y que sigue encontrando motivos para no tirar la toalla de las propias convicciones en la lavadora de la indiferencia, del absentismo: "Todavía nos queda mucho camino que recorrer debido a la mentalidad patriarcal de la sociedad".

Unas palabras que pronunció en la presentación del libro "Compromiso inquebrantable: Carmen Garrido González, una vida de lucha", firmado por Enrique Antuña Gancedo y editado por la Fundación Juan Muñiz Zapico. Uno de esos volúmenes que tratan de rescatar las vidas y las obras de gentes que no están en los manuales de historia, pero sin los que sería difícil explicar la reconciliación de los españoles y la misma actual democracia. Ellos abrieron el camino. Y lo dejaron expedito.

"Su vida y su lucha es ejemplo de una generación", señaló el veterano sindicalista Francisco Prado Alberdi, presidente de la Fundación Juan Muñiz Zapico. Sabe de lo que habla. Él, al igual que Carmina (así la llaman aquí y allá), transitaron un camino similar en el antifranquismo más combativo: desde el cristianismo de base hasta las primeras Comisiones Obreras y el PCE. Escuelas de "rebeldes". Jefa de contabilidad de la estatalizada Ensidesa, Garrido González llegó a ser jurado de empresa. Una de aquellas tácticas de entrismo de CC OO en el entonces "único" Sindicato Vertical. Una mujer entre siderúrgicos sindicalizados: hay pocos precedentes. Para Alberdi, el "elemento guía" de Carmina, que fue concejala en Avilés desde 1991 a 1999, fue el sueño de una sociedad "más libre, justa e igualitaria". No han perdido la pizca utópica. "La suya ha sido una vida dura y ejemplar", subrayó Antuña Gancedo. El autor recordó a la historiadora Claudia Cabrero, de quien tomó el testigo.