La odontóloga María Argentina de Arriba Peral falleció en su Gijón natal el pasado 15 de noviembre, a los 100 años de edad. Un siglo de vida que dio para mucho a esta "madre coraje", como así la definían sus hijos, que hizo de la odontología su profesión cuando muchos ni siquiera sabían de sus virtudes.

De Arriba nació en Gijón en el año 1918. Como ella misma confesaba, fue el ojito derecho de su padre, un afamado garajista de la ciudad. Ya de joven, Argentina de Arriba hizo muestra de su carácter indómito. Así, a los 18 años, el estallido de la Guerra Civil española la pilló en Francia, donde había acudido a aprender el idioma, en un curso de verano.

Con gran esfuerzo pudo cruzar la frontera de vuelta a España y asentarse en Vitoria para acabar el bachiller. Finalizados los estudios, comenzó a preparar la carrera de Odontología. "Según llamé a mi padre para decirle que había aprobado la última asignatura de la carrera fue corriendo a Oviedo a colegiarme", recordaba siempre de Arriba. Fue en el año 1944.

Haciendo prácticas laborales en Madrid coincidió, en la misma clínica, con el que a la postre fue su marido, el también odontólogo Paulino Sierra Rico, fallecido en el año 1998 tras haber cosechado grandes réditos en su carrera profesional que le valieron numerosas distinciones del Colegio de Odontólogos.

Junto a Sierra montó, en 1946, su propia clínica odontológica, en el número 1 de la plazuela de San Miguel. Fue esa una de las primeras clínicas del sector que se crearon en Gijón y, con el paso del tiempo, una de las más afamadas. De Arriba siempre recordaba cómo, para montar la consulta, trajeron instrumental directamente de Filadelfia, con las complicaciones que ello tenía. Fueron pioneros en colocar prótesis u ortodoncias. "Hacíamos cosas que los demás ni siquiera sabían qué eran", rememoraba.

Quienes más conocieron a de Arriba aseguran que era "muy cariñosa y cercana", aunque "cuando tenía que sacar la zapatilla, la sacaba". Bastaba una simple conversación con ella para corroborar las virtudes de su carácter. Su mente lúcida la acompañó hasta el momento de su muerte. Deja siete hijos, once nietos y seis bisnietos y una ristra de recuerdos y enseñanzas imborrables: "si se quiere, se trabaja, se educa y se enseña".