"Contrastes sinfónicos" se llamaba el concierto ofrecido en la tarde de ayer por la Orquesta Sinfónica del Principado en el teatro Jovellanos Tres cuartos de entrada; no se pasa de ahí. La velada estuvo patrocinada por LA NUEVA ESPAÑA.
La audición se inició con la "Suite de danzas", de Bela Bartok. Una obra complicadísima para el director, porque intervienen en ella muchos contrastes. Los vientos tienen una importancia sustancial, en especial la tuba. En su día, el compositor fue muy criticado: decían que su música destrozaba los oídos y que estaba formada por los sonidos más desagradables que la mente humana podía crear. No es para tanto, respondía el autor. Durante veinte años continuó refinando su estilo y en ese proceso consiguió un par de docenas de las obras más sobresalientes de su siglo.
El compositor Jaques Ibert y su "Concierto para flauta" completaba el programa. Este autor tenía sangre española. Su madre era prima de Manuel de Falla, y presumía de ello. Compuso la banda sonora de infinidad de películas en una época que el cine era mudo y fue además jurado del Festival de Cannes. El concierto que escuchamos ayer tenía como solista a Clara Andrada, una chica joven envuelta dentro de un bonito traje de noche. Ofreció un recital perfecto, con genialidad. Fue muy aplaudida por la concurrrencia.
Tras el descanso escuchamos la "Sinfonia nº6" de Antonín Dvorák, un autor que es grande y encanta. El Adagio se escuchó en un momento de calma, por medio de un diálogo tranquilo entre toda la orquesta que se animaría en el scherzo, ganando fuerza e intensidad para preparar un final contundente.
Dvorák sonó compensado y la OSPA se mostró cómoda en todo momento con la partitura elegida para la ocasión. La cadencia final desató una sonora ovación que se prolongó durante varios minutos.
