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Morales anunció que el cambio en la Alcaldía iba a ser muy bueno

El Ayuntamiento de Gijón no encontró una salida al emblemático edificio de la Pescadería Municipal

Una panorámica de la antigua Pescadería Municipal.

Dado que las aguas seguían revueltas en la Agrupación Socialista de Gijón, su secretario general el geógrafo Jesús Morales Miravalles (Langreo, 1951) -quien era hijo de un comisario de Policía de Mieres y procedía políticamente de la Liga Comunista Revolucionaria- anunció en agosto de 1987 la celebración de una "asamblea para la reconciliación" augurando que el cambio en la Alcaldía iba a ser muy bueno. En principio ya lo fue para él dado que, sin renunciar a cargo alguno -la dimisión nunca estuvo en su vocabulario, a pesar de haber sido el responsable directo de aquel asalto al poder en el Ayuntamiento y haber alertado algunos veteranos militantes de la incompatibilidad de ambos cargos- inmediatamente pasó a ser, como primer teniente de alcalde y presidente de la Comisión de Urbanismo y Obras, uno de los grandes protagonistas de la actividad municipal.

Aunque José Manuel Palacio había presentado una demanda judicial contra el PSOE y no había hecho el habitual traspaso de poderes a quienes habían ganado las elecciones, Jesús Morales quitaba importancia al asunto y aseguraba que muchos -sin detallar quienes, claro- de los que habían apoyado la candidatura de Palacio, ya se habían dado cuenta de su error y habían rectificado su posición política al estar muy satisfechos por los primeros pasos dados por Areces, quienes en la opinión del primer teniente de alcalde habían restablecido el clima de diálogo y de participación que tanto precisaba la ciudadanía. Ver para creer.

El incierto futuro de la Pescadería Municipal. Por aquellos tiempos el Ayuntamiento no encontraba un lugar idóneo para ubicar un acuario -idea que había propuesto el concejal Luis Felipe Capellín, como motor turístico para la ciudad- debido a que una empresa bretona había demostrado un cierto interés por el proyecto. Descartada la antigua rula, hasta se pensó en la posibilidad de que fuese instalado en la Pescadería Municipal, cuyas instalaciones estaban obsoletas y no cumplían las mínimas exigencias sanitarias. Debido a ello el consejero de Agricultura y Pesca del Principado, Jesús Cadavieco Hevia había propuesto al Ayuntamiento trasladar los puestos de venta de pescado al mercado de San Agustín, a fin de poder afrontar su necesaria rehabilitación.

Aquella inolvidable pescadería municipal -que había sido inaugurada en la primavera de 1930 con un hermoso proyecto ideado por el prestigioso arquitecto gijonés Miguel García de la Cruz- era todo un espectáculo que se había mantenido generación tras generación, con personajes típicos de Cimavilla como: Ángeles Sánchez "La Tarabica" -todos lloramos la muerte de una nieta electrocutada con las luminarias del árbol de Navidad en su casa-, Consuelo García "Chelo la Mulata" -apodo que era debido al color de la piel de su madre, debido a que su padre había sido un seductor marinero tan negro como el ébano-, Luisa Álvarez Lete "La de Nadie", "La Ita muyer del Reparau", Asunción Álvarez Loché "La Guapita", Olvido "La Candasa", Eladia Santurio "La de Valiente" Avelina Artime "Velina la del Pálido", Milagros "La Picona", Teodora de Blas "Dora la del Chita", Feli "La Montota" , "Las Calderonas", María Luisa y Argentina, Ana María García "La Polesa", Marcelina "La Chichona"? quienes animaban el ambiente con la frescura de su jerga popular y su bien hacer los ciento veintiséis puestos de venta de mariscos y de pescado -que abrían con horarios flexibles en función de las rulas- que frecuentaban habitualmente ídolos como Arturo Fernández, un galán que siempre alborotaba el gallineru.

Pero todo aquello iba pronto a desaparecer, ya que un año después, el Ayuntamiento cambió la calificación del edificio municipal pasando de ser plaza del pescado a bien de dominio público. Las pescaderas fueron indemnizadas con unos dos millones de pesetas, cantidad que aceptaron ya que aplicaron aquello de que más vale pájaro en mano que ciento volando.

De la idea del acuario se pasó a otras ocurrencias como la de instalar allí un balneario, un complejo hostelero, la Casa del Escritor y hasta un casino. Pero ninguna de aquellas iniciativas tuvieron un final feliz. De ahí que acabó siendo ocupado por oficinas municipales, ante el espectacular incremento de la plantilla de funcionarios que se iba a producir en los siguientes años.

Así Gijón perdió -a cambio de nada, dado que habían valorado el edificio en trescientos millones de pesetas- uno de sus puntos de encuentro tradicionales de nuestro Gijón del alma.

La ermita de La Providencia volvió a abrir sus puertas. Otro de los lugares emblemáticos de nuestra historia que padeció incendios y desmanes fue la ermita de La Providencia -dicen que antaño una virgen negra era custodiada por un ermitaño en una gruta existente en la isla de La Tortuga frente al acantilado de la enigmática colina del Cuervo, a quien alimentaban los pescadores- que, posteriormente, durante el siglo XIX fue erigida otra que tomó el relevo a San Lorenzo de la Mar en el alto de La Providencia gracias a Petronila Menéndez Valdés, donde fueron trasladadas las imágenes de San Lorenzo y San Rafael, bajo la advocación de Nuestra Señora de La Providencia, sempiterna guía de los navegantes.

Ese gran mecenas gijonés que fue Dionisio Cifuentes cedió en el año 1946 una propiedad suya en el alto de La Providencia para que pudiera ser reconstruida, tras su destrucción durante la Guerra Civil, de acuerdo con el proyecto realizado por el arquitecto municipal Enrique Álvarez-Sala y Morís. Pero dos décadas después, muy abandonada, de nuevo se vino abajo. Aquella ruinosa virgen negra que allí se encontraba fue adquirida mediante un generoso donativo por la historiadora Matilde García-Mauriño quien sufragó su restauración y ahora es de su propiedad, claro. Pues bien, gracias a las diversas ayudas económicas recibidas, la ermita de La Providencia pudo volver a abrir sus puertas al culto en 1986, con un proyecto del arquitecto Ramón Somolinos -autor también de la reconstrucción de la iglesia de San Pedro- y con otra "virgen negra". Desde entonces todos los veranos de allí sale la virgen negra en fervorosa procesión por parte de quienes nunca olvidan sus orígenes.

Otro cambio en el nomenclátor. Pero el cambio político no cesaba, por lo que no siempre se puede comprender lo que ahora reivindican algunos sobre la "memoria histórica", cuando ni siquiera vivieron aquellos tiempos. Veintisiete años después de haber muerto placenteramente rodeado de su familia en la casa de La Pradera, en Somió, el Ayuntamiento decidió quitar la avenida al general Emilio Esteban-Infantes, quien había nacido en Toledo en el año de 1892 y había sido destinado al Regimiento Príncipe, en Gijón. Aquí se casó con María Concepción Bertrand Fernández-Castrillón. Tras numerosas batallas en diferentes frentes militares publicó sus memorias en el libro titulado "La División Azul. Donde Asia comienza" y falleció en 1962 a los setenta años en Gijón. Así que la avenida que llevaba su nombre pasó a concedérsela a Salvador Allende, muy de moda por entonces en los ambientes progresistas.

Así que la vida seguía igual, por supuesto. La vigesimoquinta edición del Festival Internacional de Cine de Gijón -dirigida por Aladino Cordero- fue inaugurada en el "Teatro Arango" con la película "Proyecto X". Toda una síntesis de lo que iba a ocurrir en el Ayuntamiento de Gijón. A nadie debería de extrañar, por tanto, que la inauguración oficial fuese presidida por el nuevo alcalde accidental de la ciudad Jesús Morales quien para aquella ocasión hasta se puso corbata. Faltaría más.

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