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Plácido Rodríguez Guerrero abrió una etapa renovadora en el Real Sporting

El Rey Juan Carlos recibió al equipo rojiblanco - en la Zarzuela, y Sabino Fernández Campo fue premiado con la máxima distinción del club

La primera pintada en el "Elogio del horizonte".

Si durante los últimos años de la dictadura ya se habían echado pulsos al poder imperante en el Ateneo Jovellanos y en el Colegio Oficial de Abogados, durante el año 1989 también hubo dos grandes batallas en nuestra ciudad: las de los comunistas y su galaxia para hacerse con la Alcaldía y la de la renovación del control del Real Sporting de Gijón.

Así como el siniestrado "Vakis Tsakiroglou" fue rescatado del embarrancamiento por el ingeniero Galo Baizán y llevado hasta El Musel donde fue embargado, unos meses después y tras tres operaciones de compraventa volvió a navegar con el nombre de "Spirit of Phoenix" para su reparación en un astillero, nuestro Sporting del alma que se encontraba en momentos críticos tanto en cuestiones deportivas como económicas, lo que le llevaba también hacia el despeñadero, también tuvo que poner un punto y aparte en su historia.

Todos contra Plácido Rodríguez Guerrero. En aquellos momentos el Sporting se encontraba de colista con solamente cinco victorias en veintiocho partidos y la situación económica era calamitosa con un déficit de treinta millones de pesetas, por lo que su presidente Ramón Muñoz, a punto de tirar la toalla, tras recibir una gran pitada de las gradas en El Molinón exigiendo su dimisión declaró aquello de que "lucharé para que el club no lo lleven cuatro arribistas". Aunque despidió a Aranguren y fichó a Carlos García Cuervo quien, como tiene que ser porque es el único camino factible para la debilitada economía del Sporting, no dudo en hacer una apuesta decidida por la cantera y no pidió ningún refuerzo, las aguas no se calmaron. Aquel gran presidente con visión de futuro que fue Ángel Viejo Feliú, el creador de la Escuela de Fútbol de Mareo, no dudó en advertir con su habitual clarividencia que "se requiere una persona que esté capacitada".

Tras dimitir Ramón Muñoz abrumado por una de las mayores pitadas que se recuerdan en El Molinón fue abierto un proceso electoral. Placido Rodríguez Guerrero, un joven profesor de la Universidad de Oviedo que entonces contaba treinta y seis años fue el primero que dio el paso adelante presentando los avales correspondientes para optar a la presidencia, lo que motivó todo un tsunami entre los del Gijón de toda la vida. Ni el constructor Octavio Alonso -quien dejó bien claro que lo primero eran sus negocios- ni el "tapado" Juan Fernández-Nespral se atrevieron a encabezar una candidatura alternativa. Porque de eso, en el fondo, se trataba: el Sporting tenía que seguir en las manos de los de siempre.

Los mensajes que daba Plácido Rodríguez Guerrero eran tajantes: "El Sporting necesita la figura de un gestor" -por entonces el gerente era el bienintencionado José Manuel Fernández- o "el resorte para afrontar el déficit es el espectáculo deportivo". Palabras nuevas que como grandes verdades desconcertaron a todos. Así que finalmente a quien utilizaron para enfrentarse en las urnas a Plácido Rodríguez Guerrero fue a José Luis Hevia Junquera, nacido en Pinzales que tenía sesenta dos años y trabajaba como jefe de la sucursal en Gijón de neumáticos Firestone. Pero cuando las urnas hablaron todo quedó meridianamente claro: 3.889 votos para Plácido y 1.052 para Hevia.

Desde entonces, todas las fuerzas conservadoras gijonesas fueron abiertamente contra él y su ilusionante equipo directivo en el que una mujer Margarita Díaz Braña se hizo cargo con rigor de la cuestión económica y del que formaron parte, entre otros, Paulino Tuñón, Miguel Cabanellas y José María Suárez Braña. Solamente tres años pudo durar el mandato de Plácido Rodríguez Guerrero quien abrió una nueva era con nombres como Abelardo, Luis Enrique, Juanele o Manjarín. A Manjarín, todo un auténtico ídolo, hasta el gran confitero Manolo Helguera le dedicó uno de sus geniales postres a base de pastel de bizcocho de almendra forrado de mazapán con crema de avellanas.

Un li bro entregado al Rey Juan Carlos. El imaginativo Plácido Rodríguez Guerrero buscaba fondos de todas partes y entendió que la cultura podía ser todo un filón que era oportuno mezclar con el fútbol. Así que llegó a un acuerdo con el periodista Vicente Verdú y el pintor Miguel Ángel Lombardía para hacer el libro "El Sporting con el fútbol", ilustrado con originales de litografías que se vendió en una edición limitada a doscientas cincuenta mil pesetas.

El número uno se le entregó en mano en la Zarzuela al Rey Juan Carlos. Un autobús fue contratado para llevar a todo el equipo a Madrid y se alojaron en el Hotel Mindanao respetando el tradicional alojamiento de la época de Manuel Vega-Arango. La comitiva tuvo su respaldo con la presencia institucional del presidente del Principado, Pedro de Silva y el rector de la Universidad, Juan José López Arranz. El alcalde Areces no fue invitado, lo que nunca le perdonaría a Plácido Rodríguez Guerrero. ¡Cuál fue la sorpresa cuando al detenerse el autobús en la garita de control los guardias se abalanzaron a pedir autógrafos y fotografías a Quini!

Unos meses después el Sporting le concedió a Sabido Fernández Campo la medalla de oro y brillantes del club en un acto en El Molinón y el jefe de la Casa Real -quien iba acompañado por María Teresa Álvarez- preguntó, tan humilde como siempre, a qué se debía el honor, le explicaron que él había abierto al Sporting las puertas de La Zarzuela. Que conste que el Sporting le homenajeó antes que el Oviedo, por lo que también en eso fueron unos adelantados.

Con Plácido Rodríguez Guerrero se inició la reconstrucción, pero luego los que mandaban impusieron la deconstrucción.

El pintor Antonio López y los gijoneses. Las protestas por el "Elogio del Horizonte" -que antes de su inauguración sufrió su primera pintada de la que se responsabilizó UNA que decía "Equi yacen 100 millones de pesetas del pueblu Xixón"-motivaron una contraofensiva del alcalde Areces -muy crispado por lo allí se denunciaba desmintiéndolo porque el Ayuntamiento solamente había pagado una parte, aunque lo que nunca dijo es que todo se había hecho sin el correspondiente control de los órganos municipales, dado que el sonrojante expediente para su legalización no se inició hasta cuatro después- quien no dudó en calificar a sus autores como bárbaros por lo que invitó al pintor Antonio López a venir a Gijón y sentar cátedra. Tras afirmar que el Elogio del Horizonte era la mejor obra de Chillida también hizo frente a las críticas de muchos con dos sorprendentes declaraciones: "hay que remontarse a Miguel Ángel para hallar algo superior" y "los gijoneses son buena gente, pero no entienden de Arte".

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