Cuando San Pedro escuchó del Señor las palabras, "antes de que cante el gallo, me negarás tres veces", seguro que no le entendió. No sabía lo que le esperaba. Pero entonces se levantó la multitud y Pedro tuvo miedo. Y le negó, como Jesús había vaticinado. Fue entonces cuando oyó cantar al gallo. Se revolvió la conciencia del apóstol y lloró amargamente sus culpas. Nosotros no estamos exentos de lo mismo, aunque no nos amenace la multitud. Cuántas veces pecamos de omisión, de vergüenza, de respeto humano. ¿Y lloramos cómo San Pedro? No, lo dejamos pasar.

Ayer, festividad sacra del Martes Santo, se celebró la procesión de "Las lágrimas de San Pedro." Con la imagen postrada de rodillas suplicando el perdón de Cristo. Cuanta sinceridad, cuánto arrepentimiento? Los santos también pecaron, eran humanos. Pero al ver la humildad del que sería después cabeza de la Iglesia, comprendemos la grandeza universal del perdón de Cristo. Vino a este mundo a perdonar, a todos. A los que lo niegan, incluso a los que le vuelven la espalda, si en el último minuto de su vida imploran su perdón y se arrepienten. Qué grandeza.

Salió la comitiva de la iglesia parroquial de San Pedro, rodeada de una multitud dispuesta a presenciar el desfile de nazarenos. Para recorrer las calles cercanas al templo titular de la imagen. Llevaba colgado del cuello las llaves del Reino de los Cielos y junto a él reposaba el gallo delator. Se avanzaba en silencio para no turbar la reflexión y el recogimiento que exige la sacra celebración. Iba acompañada de los integrantes de la cofradía de la Santa Vera Cruz, la más antigua de las que procesionan en la ciudad. La precedían la cofradía de la Santa Misericordia con los faroles encendidos; acababa de caer la noche. El silencio era total, podría decirse que sepulcral.

Cerraba la procesión el paso de La Flagelación, adornado por una innumerable profusión de flores. Lo llevaban sobre sus fornidos hombros diez y ocho porteadores. Presidía la comitiva el sacerdote Luis López Menéndez acompañado del pregonero de esta Semana Santa en Gijón, Laureano Lourido, presidente de la Autoridad Portuaria gijonesa y los hermanos mayores de las tres cofradías penitenciarias. Daba frío ver la carne malherida de Jesús, Dios nos perdone.

Un viento helado acompañó todo el recorrido.