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El alcalde de la luz encendida hasta la noche

Se cumplen hoy cuarenta años del inicio del mandato municipal de José Manuel Palacio, el político que emprendió el gran cambio urbanístico de Gijón

El alcalde de la luz encendida hasta la noche

Hace cuarenta años, el 19 de abril de 1979, tuvo lugar un acontecimiento político de especial trascendencia: la investidura de José Manuel Palacio Álvarez como alcalde de Gijón por la primera corporación municipal elegida democráticamente desde la II República. Formaron parte de ella 27 concejalas y concejales: trece del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) -entre ellos el nuevo alcalde-, nueve de Unión de Centro Democrático (UCD), cuatro del Partido Comunista de España (PC) y uno de Coalición Democrática (CD).

Aunque no fuese perceptible ese día, la toma de posesión de Palacio traería como consecuencia que, desde el punto de vista urbanístico, Gijón entrase en el siglo XXI.

Muchos cambios se sucedieron durante los ocho años y dos meses en los que José Manuel Palacio fue alcalde, acometiendo una gestión que supuso el inicio del fin del caos en el que se había convertido la ciudad. Lo más visible, el desorden de alturas tras décadas de conchabeo entre munícipes, técnicos y promotores inmobiliarios, no era el único problema. Gijón era un desastre desde todos los puntos de vista -tráfico, servicios públicos, seguridad ciudadana, contaminación- pero estaba claro que era capital plantear un nuevo modelo de ciudad y también atender al control del resto del concejo, donde la moda de las parcelas "fin de semana" había iniciado un proceso de construcción indiscriminada próximo en algunas zonas al chabolismo.

Junto a los evidentes cambios políticos, económicos y sociales que se solaparon, en los años finales de la década de 1970 y los inmediatamente siguientes fue cuando se diseñó el Gijón actual.

El mérito de Palacio como alcalde y de las corporaciones que presidió fue tanto entender que la actuación en este ámbito debía de ser inmediata como el acierto de encomendar aquel proceso al arquitecto Ramón Fernández-Rañada, un técnico que supo aglutinar a un equipo de excepcional solvencia y que ante todo tenía claro lo que debía de ser Gijón.

Un lustro largo se invirtió en ello, siguiendo un proceso en el que -como en Medicina- se sucedieron análisis, diagnóstico y propuesta de tratamiento con el objetivo de revivir una ciudad que urbanísticamente estaba en coma.

La prensa periódica nos muestra al detalle lo épico de aquellos años en los que el alcalde caminaba sobre arenas movedizas con paso firme sobremanera durante su primer mandato, un periodo duro que incluyó un intento de golpe de Estado en lo político y una situación crítica en lo económico por la suma de crisis mundial y reconversión industrial que minaba todos los sectores de Asturias.

Pero, en paralelo, comenzaban a pasar otras cosas en la recién estrenada década de 1980. El cerro de Santa Catalina volvió a ser accesible para la ciudadanía a la vez que se preparaba como parque la ladera de Los Pericones. Se negoció la reversión al dominio público de los terrenos de la Sociedad de Fomento y con ello se apuntaba a la transformación del puerto local en deportivo. Se adquirieron terrenos industriales para nuevos barrios y equipamientos... Lo que era menos perceptible es que Rañada y su equipo iban a la par desarrollando un plan urbanístico en el que se introducían por vez primera criterios medioambientales, se apostaba por integrar adecuadamente todos los baldíos existentes en el casco urbano en vez de favorecer su expansión o se señalaba la necesidad de conservar el patrimonio arquitectónico de valor histórico artístico. Conceptos hoy tan asumidos como peatonalización, rehabilitación, política ambiental y participación ciudadana surgieron entonces. Fue el inicio del fin de la dualidad centro / suburbio, de la división de Gijón entre infierno -barrios del oeste y sur-, purgatorio -centro- y cielo -La Arena y Somió-, referentes con los que entonces se describían las diferencias de habitabilidad de la ciudad.

Como era de esperar las embestidas vinieron de todos los frentes, pero los mecanismos de presión no funcionaron de acuerdo a lo esperado. El Plan General de Ordenación Urbana de Gijón -conocido popularmente como el Plan Rañada- se aprobó a finales de 1985 y entró en vigor con el año 1986.

Aunque José Manuel Palacio dejó la alcaldía en 1987, en ese momento las directrices a seguir ya estaban marcadas y sobre ellas pudo después desarrollarse toda la transformación urbana acometida durante los mandatos de Vicente Álvarez Areces. Años de grandes inversiones -muchas de ellas costeadas con fondos estructurales y de cohesión provenientes de la Unión Europea-, de capacidad de negociación, de aciertos y avances que dieron la falsa impresión que todo había comenzado en 1987 cuando precisamente mucho de lo realizado a partir de ese año se encontró como sustento con la gran labor hecha previamente desde 1979.

Al alcalde Palacio se le ha venido recordando intermitentemente durante los años posteriores a su fallecimiento, ocurrido en 2005, incluyendo la colocación de un monolito en su memoria en el parque de Los Pericones ya en 2006. No obstante se han sucedido varios intentos de poner su nombre a alguna vía pública de la ciudad como reconocimiento, el último en 2015 con un planteamiento poco acertado.

Por suerte aún hay en Gijón espacios a los que poner el nombre de "Alcalde José Manuel Palacio" sin anular ninguno de los ya existentes en el callejero y sin que afecte a vecinos ni a comerciantes. Uno de ellos es la travesía que comunica la plaza Mayor con la calle de Cabrales, emplazada entre el Ayuntamiento y la antigua Pescadería Municipal. Un espacio además al que daba una de las ventanas del despacho de la antigua alcaldía en tiempos de Palacio y que por ello resulta más que oportuno. Una ventana que aún hay quien recuerda que era habitual ver con la luz encendida bien entrada la noche. Una ventana tras la que se gestó parte de nuestro mejor presente.

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