Una deuda de gratitud. Es lo que siente Salvador Gutiérrez Ordóñez (Taballes de Bimenes, 1948) hacia Miguel de Cervantes y su obra más universal, "El Quijote". "Con ellos aprendí a leer, a pensar y a divertirme", aseguró ayer el académico (ocupa el sillón "S" de la RAE) y catedrático de Lingüística General de la Universidad de León. Una confesión de partida que incluye una historia de novela: aquel libro en el que el filólogo empezó a comprender las relaciones de las palabras, editado por Sopena y desaparecido extrañamente del medio familiar, aparecería años después -en el bolsón de un viajero yerbatu, o sea, paisano- en la buhardilla belga en la que vivía su padre. Un ejemplar amado y robado que el azar del tiempo devolvía a su legítimo dueño, que lo había hecho suyo durante la Guerra Civil.

El académico empezó así, y con los agradecimientos a los elogios que recibió su talante humilde, su charla "Animales cervantinos". Una de las dos conferencias anuales que la Fundación Ramón Álvarez Viña, que preside el también catedrático Jesús Menéndez Peláez, dedica a recordar las fechas del nacimiento y muerte de Cervantes. Qué hace un lingüista hablando de un asunto así, vino a preguntarse Gutiérrez Ordóñez, que desplegó sin embargo un arsenal de erudiciones para repasar la muestra faunística que puebla la obra del genio alcalaíno. Antes defendió, aunque sólo fuera de pasada, una muy sugestiva tesis: "Cervantes es ciego para el paisaje".

Un aserto que puede parecer atrevido a quienes saben de las fatigas del autor del "Quijote" por los caminos españoles. Hay que escuchar algunos de los argumentos del filólogo: "Cervantes habla, por ejemplo, de hayas que no hay en los paisajes por los que van sus personajes; igual ocurre con los castaños, los robles o las encinas". Curiosamente, el padre de la novela moderna ignora en sus historias un árbol como la sabina, tan propio de esas tierras.

En la charla del académico, que fue nombrado "Asturiano del mes" por LA NUEVA ESPAÑA en julio de 2007, hubo referencias a decenas de animales, reales o quiméricos, sobre los que Cervantes sí demuestra conocimientos: caballos, mulas, machos, asnos ("tienen constante presencia en la obra cervantina"), perros (Cipión y Berganza), toros, bueyes, ovejas, cabras, toros, puercos (el término que usa el escritor)... Y también sabogas o cabial (caviar; hubo esturiones en el Guadalquivir), además de atunes. Y hay referencias al tiro al pichón con ballesta, a las engatadas o algunos animales monstruosos: endriagos, hipogrifos, vestiglos, quimeras, sierpes, sirenas, malandrines o unicornios. Y animales de mal y buen agüero.

"Podríamos seguir hablando hasta mañana de animales cervantinos", aseguró Gutiérrez Ordóñez, autor de libros como "Lingüística y semántica. Una aproximación funcional", "De pragmática y semántica", "Forma y sentido en sintaxis" o de varios manuales de enseñanza. Discípulo del fallecido Emilio Alarcos Llorach, es uno de los grandes "funcionalistas" españoles. Preside la Fundación Sierra-Pambley y es director del Departamento de "Español al día" de la RAE.

Uno de sus alumnos, el consejero de Educación y Cultura del Principado, Genaro Alonso, que es doctor en Filología, fue el encargado de la presentación: "Un sabio". Destacó también la "generosidad" y "bonhomía" del profesor que dejó excelentes recuerdos tras su paso por las aulas del viejo edificio de la Facultad de Filología, en la ovetense plaza de Feijoo. "Es un gran lingüista del ámbito hispánico y está en lo más alto de la pirámide filológica", señaló, por su lado, Menéndez Peláez al hablar de Gutiérrez Ordóñez. El presidente de la Fundación Álvarez Viña pidió que la Biblioteca Cervantina se inaugure al término de la vigente campaña política (el acto fue paralizado por la Junta Electoral) y antes de entrar en la liza de las municipales y autonómicas. La Escuela de Comercio acoge ya el singular legado del fallecido empresario.