Nunca antes Sus Majestades de Oriente tuvieron un recibimiento semejante en Gijón. Decenas de miles personas arroparon ayer a Melchor, Gaspar, Baltasar y al príncipe Aliatar por las calles en la cabalgata más multitudinaria de la última década, tras el caluroso recibimiento de la mañana tras su llegada por vía marítima. Ayer no cabía un alfiler. Las calles de Montevil, Contrueces,

El Llano y Centro por las que pasó el desfile estaban abarrotadas de niños y mayores, de magia y felicidad, de confetis y serpentinas que emanaban desde los balcones y a pie de calle como una prueba irrefutable de que esta cita es toda una institución en la ciudad.

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Los Reyes Magos llegan por mar a Gijón cargados de regalos

No hay evento más multitudinario en Gijón que la Cabalgata, que rivaliza con la Noche de los Fuegos, y como tal hay que cuidarla, mimarla y mantener su esencia, algo a lo que contribuye el lujo de contar con los Magos más longevos de España, inmejorables maestros de ceremonias para una noche mágica. Para experimentos ya está el Antroxu.

Pastores sin animales y arcoíris de grupos bajo una lluvia de confeti

La comitiva real partió cargada de ilusión desde el colegio Montevil. Cientos de personas, puntuales a la cita, comenzaron los vítores que acompañarían a todos los integrantes hasta los Jardines de la Reina. Las aceras estaban llenas de principio a fin del recorrido -sobremanera en el tramo inicial hasta Manuel Llaneza-, con hasta con cuatro o cinco filas de gente tratando de proferir halagos a los más de mil figurantes que tomaron parte en un desfile en el que por primera vez no había animales, algo sobre lo que recapacitar pues mucho lo echaron de menos los niños, únicos protagonistas de esta historia. En lo que a seguridad se refiere, mucho mérito tiene la policía de que la cita se saldase sin incidentes de ningún tipo pese a la gran afluencia de gente.

Una gran bandera de Gijón guiaba a la tropa y precedía a una banda de gaiteros que llenaron de villancicos las calles. Menos mal. Parecía un espejismo al ver llegar a una charanga con aires cariocas más propia para el tiempo de frixuelos y casadielles que en plena merienda de roscón. Otras músicas, por muy en directo que fuesen, entraban con calzador en este tradicional camino hacia Belén. "¿Habéis sido buenos?", pronunció uno de los intérpretes. Ante los síes generales respondió con un "Pues qué aburrimiento". Pues eso, que más "Burrito sabanero".

Fue el tramo inicial donde más deshilvanado fue el desfile, con grandes espacios en blanco que deslucieron por momentos la espera de Sus Majestades. Un año más, el Príncipe Aliatar, Melchor, Gaspar y Baltasar llegaban juntos y no como ediciones anteriores que se repartían a lo largo de la media hora de desfile, con los grupos provenientes de otras partes del mundo. Más de treinta minutos para gritar por alguno de los coronados resulta excesivo e innecesario, por mucho que la música y los bailes de los pasantes amenicen la espera. No hay serpentina o confeti que aguante hasta Baltasar.

Los personajes típicos de la Cabalgata volvieron a vestir sus mejores galas. Los pastores con sus borreguillos aunque sin nada que pastorear; los egipcios con sus potentes túnicas azules y adornos dorados; los romanos, soldados y senadores, este año sin antorchas porque todo se ha vuelto de alto riesgo; los mongoles con sus reconocibles pieles; los moros con sus túnicas y gorros marroquíes de fieltro rojo; las sonrisas y salero de los célebres africanos; la seda y prominentes peinados de los chinos; las finas y elegantes telas azules y blancas de los tuaregs o las divertidas patinadoras llenaban de color las calles y de ilusión y sonrisas los rostros de los más pequeños. Hasta la genial innovación de utilizar los Seat 600 para llevar los regalos con los que los Reyes recompensarán la bondad de niños y grandes durante este año.

Las bandas de música devolvían el espíritu navideño con su buen hacer, haciendo frente a la lluvia de papelillos con profesonalidad y deleitando con sus acordes. Hasta pasodobles se atrevieron a entrelazar durante la ruta por las calles de Gijón.

Lo más aplaudido, a decir verdad, fueron unas jóvenes acróbatas vestidas de negro con cintas de colores que confío en que simulasen serpentinas. Sus exhibiciones, meritorias, se granjearon el favor de todos a la vista de las ovaciones. Pura Epifanía al lado de la carroza con un cohete, un telescopio y varios científicos que salió ayer.

El plato fuerte se hacía esperar. Crecían los nervios. Unos metros más adelante iban ya en su carroza San José, la Virgen María y el niño (un risueño bebé, chupete en boca, muy riquín). Tras ellos, como marca la tradición, iban el rey Melchor, que volvió a lucir su bufanda del Sporting y es todo un maestro en estas lides magas; el rey Gaspar, que bromeaba con los niños diciéndoles que no les oía, y el incombustible Baltasar para cerrar la Cabalgata. Fueron para ellos, junto al querido y autóctono Príncipe Aliatar, las voces felices más fuertes de la tarde. No es para menos, su labor durante todos los 5 de enero, desde por la mañana hasta el discurso en la plaza Mayor, es digno de reconocimiento. Los tres son la mejor seña de identidad de una cita que es toda una institución en la ciudad. En la cabalgata de Gijón todo es tan real que la magia y la ilusión hasta se contagia entre los mayores durante unos segundos. Hasta que el ruido de los silbatos y los anacronismos rompen la burbuja de la magia.