La detención de José Manuel S. M., el presunto responsable de la muerte de Lorena Dacuña, pasó casi desapercibida para buena parte de los vecinos del entorno del parque de Zarracina. Los cuatro agentes de la Policía Nacional que lo arrestaron en su habitación de la calle San Luis este miércoles iban vestidos de paisano y el hombre no opuso ningún tipo de resistencia. "Para mí que ya sabía que venían a por él y solo estaba esperando a que le llegase la hora", aclaró ayer uno de sus compañeros de piso, aún asustado. "La puerta de su habitación está totalmente precintada; nos han dicho que no toquemos ni el marco", añadió.

El presunto criminal se mudó al número 21 de la calle San Luis en enero. Había roto con Lorena Dacuña en noviembre, pero la mujer le había dejado quedarse con ella en su piso de la calle Callao, en La Calzada, durante otra semana para hacerle un último favor porque él le había dicho que no tenía ningún otro sitio en el que dormir. Lo había echado de casa tras ver que, en un arrebato de celos, José Manuel Sánchez Merino le había cortado con unas tijeras buena parte de su ropa interior y un vestido de noche negro que, creía, se había puesto para salir con sus amigas.

Tras alojarse durante unos días en el domicilio de un camarero de La Calzada con el que había trabajado, el hombre alquiló una habitación en el 21 de la calle San Luis, en el segundo derecha, donde también residían otros cuatro arrendatarios. "Estábamos a gusto siendo solo cuatro y ahora nos vemos con este marrón", lamentaron ayer los otros habitantes de la vivienda, tres mujeres y un varón. Desde que se mudó al inmueble, explican, el investigado no llegó a hacer "vida normal" con ellos, así que no habían visto motivos para sospechar. "No sabíamos que le buscaban porque casi no le veíamos. El resto llevamos viviendo aquí ya tiempo e intentamos comer o cenar juntos en el salón, pero él no. Él iba por su cuenta, pero nunca dio problemas", matizaron.

Las alarmas saltaron este miércoles cuando, alrededor de las 18.30 horas, en el edificio empezaron a sonar, de golpe, todos los timbres. Una vecina fue la primera en abrir y vio a dos agentes en su puerta que le preguntaron en qué plantas se alquilaban pisos por habitaciones. El pequeño tamaño del bloque redujo bastante las opciones, porque en régimen de alquiler solo se mantienen dos pisos: el primero y el segundo derecha.

Los cinco inquilinos del primero derecha, según explicaron ellos mimos -y que nada tienen que ver con lo sucedido-, fueron ajenos a toda la intervención policial porque tienen el timbre roto. Pero en el otro piso sí había un residente en casa. Cuando un agente le enseñó una foto en el móvil, se quedó helado: reconoció sin dudas a ese compañero de piso que había llegado hace apenas un mes. "Ahora está algo más desmejorado, pero es él, sin duda", les dijo. Este testigo se limitó a señalar a los agentes cuál era la puerta de la habitación donde dormía José Manuel Sánchez Merino. Y, con ese gesto, puso fin a una estresante búsqueda de alrededor de 48 años. El presuntos asesino estaba en casa, tranquilo, y se dejó detener sin oponer ningún tipo de resistencia. "Creemos que se pasó los últimos tres días casi encerrado ahí, porque ya no lo escuchábamos al volver de trabajar. Apenas salió", aclararon.

No obstante, los agentes ya tenían bastante claro que el presunto homicida andaba por la zona desde el mismo lunes, porque a lo largo del último mes fue visto en varios bares de la zona. El citado miércoles, por ejemplo, acudió alrededor de las 17.00 horas a un local de la misma calle. "Se dio la vuelta y me dio la espalda, así que no sospeché nada. Llevaba una cazadora beige, pero por las fotos se le veía más fuerte", aclaró Flor Fuertes, responsable del local, que recuerda haberle servido una cerveza. "Me preguntó si me molestaba y le dije que no, y poco después salió del bar. No lo reconocí", añadió.

En otro bar de la misma calle San Luis lo recuerdan como un cliente habitual. "Desde que abrimos este mes venía a tomar café a diario desde las seis y hasta las siete de la tarde, pero no lo veíamos desde el domingo", asegura la dueña de este otro establecimiento, que añade que el varón hacía bromas tanto con ella como con sus empleadas, muchas relacionadas con que también él trabajaba en la hostelería, y que llegó a darles una tarjeta de contacto de la sidrería de La Calzada en la que él había sido camarero, en la calle Luis Braille, para que fuesen a cenar. Tras el crimen, pese a pasar horas en casa, salía de vez en cuando. Hasta que el miércoles fue pillado.