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Los fumadores rebajan su ansiedad

Los estancos advierten un desplome de ventas tras la avalancha de clientes antes del estado de alarma

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Los fumadores de Gijón rebajan su ansiedad

De las compras desaforadas al goteo de clientes. Los estancos, como los supermercados, experimentaron en los días previos a la decreto del estado de alarma una avalancha de compradores. Sin embargo, una vez se confirmó que las expendedurías de tabaco serían unos de los comercios con licencia para abrir las ventas se han desplomado en algunos estancos gijoneses más de un 70 por ciento. "La demanda ha decrecido y estamos expuestos", lamentaron algunos empresarios del sector.

Tania Alonso, regente el estanco de la calle Corrida, lo mantiene abierto como si nada hubiera pasado. Trabaja allí ocho horas como en una jornada normal, aunque sin apenas clientes. "He reducido un 70 por ciento las ventas", afirma la estanquera. Alonso pasa las horas muertas, que son muchas, leyendo el periódico y jugando con el teléfono. Está nerviosa. "Estamos exponiendo nuestra salud para no vender ni un sello", criticó.

Su caso es peliagudo. Como muchas personas que se mantienen al pie del cañón tras un mostrador, tiene a sus padres confinados en casa. "No puedo ir a verlos y estar aquí tanto tiempo hace que le de muchas vueltas a la cabeza. No tiene sentido abrir ocho horas", estima. "También tenemos familias y se está jugando con nuestra salud; estamos abiertos por los impuestos", afirma. Alonso, como el resto de estanqueros, experimentó en los días previos al estado de alarma por la pandemia de coronavirus un pico de ventas. "Se pensó que con tema de la ley antitabaco nos iban a cerrar y la gente vino en masa", analiza.

Isabel González, empleada del estanco de la plazuela San Miguel, por su parte, coincide en que en "los primeros días la gente se aprovisionó bien; no estuvimos desabastecidos, pero se llevaron más cartones que nunca". Mientras lo dice, solo hay dos personas a la cola, que esperan fuera. En este negocio atienden desde una mampara de cristal y solo los empleados pueden estar dentro. El contacto con la calle es mínimo por precaución, pero "seguimos atendiendo, pero ha bajado mucho la actividad".

Seguramente Noe García entiende a la perfección lo que le debe pasar por la cabeza a Isabel González. Aunque no es estanquero, forma parte de la sacrificada población que sigue trabajando durante la cuarentena. Es repartidor y hace cola para comprar tabaco para su madre. Él también es fumador y obró en consecuencia: "cuando empezó todo esto compré mi cartón por si acaso".

Otro ejemplo es el de Nogai Ruiz, que tiene prisa por cerrar a medio día porque su suegro en el hospital. El suyo es un estanco en la calle Uría, donde lleva trabajando en ese lugar solo cinco meses. "Debutar así es complicado, pero qué le vamos a hacer, es lo que hay", se resigna. Ella también comparte la experiencia del resto del colegas de profesión. "Los dos primeros días vendí lo que en una semana, pero ahora vendo la mitad de lo que vendo en un día", repasa. Eso sí, "los pocos que vienen sí se llevan tabaco en abundancia". "Estamos expuestos aunque no tengo miedo, pero soy consciente de a qué me expongo", reflexiona.

Los estancos alejados de la zona centro tienen más facilidad para aglutinar compradores. Pilar Aparicio es la dueña del estanco de Los Fresnos, donde han reducido su horario y abren una hora menos de mañana y otra de tarde. "La población hizo acopio de mercancía y ya no sale tanto", cuenta. Si bien, mantiene una buena clientela activa gracias a los comercios de alimentación que tiene cerca. "Depende de la ubicación, la actividad es mayor o menor; en el centro, donde sobre todo hay tiendas de ropa, es lógico que las ventas se desplomen", confirma.

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