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La obra que cambió el arte urbano gijonés

Creadores y críticos destacan la relevancia de "La madre del emigrante" por la expresividad, modernidad y escala que Muriedas dio a su pieza

"La madre del emigrante", con un ramo de margaritas, en una imagen reciente. ÁNGEL GONZÁLEZ

Pasa el tiempo y algunas obras de arte añaden capas semánticas. Es como si el árbol de sus significaciones no se agotara. Son creaciones fértiles que siguen acompañándonos por su capacidad de movilizar nuestro arsenal intelectual, estético, sentimental. Potentes signos que suscitan admiración o placer porque nos emocionan. Es el caso de "La madre del emigrante", a la que el pueblo gijonés ha dado otros nombres más en su infatigable capacidad para rebautizar su entorno: "La lloca'l Rinconín" y "La muyerona". Palabras asturianas para la escultura de Ramón Muriedas (Villacarriedo, 1938- Santander, 2014).

Esta monumental escultura de más de cuatro metros de altura, hecha en bronce, cumplirá cincuenta años el próximo 18 de septiembre. Está considerada como la primera obra artística pública gijonesa de lenguaje moderno. Y pese a las reticencias iniciales de muchos -indígenas y forasteros-, pocos dudan hoy del valor (de los valores) de esta pieza. A "La madre del emigrante", "La lloca" o "La muyerona", como más les guste, se la quiere. Es símbolo, icono, lo que ustedes estimen. Pero ha permitido además, tal y como ha señalado Elsa Presa de la Vega en un muy documentado estudio, "dotar de significado a un lugar concreto de la ciudad y convertirse en un hito".

Ha devenido en un "clásico" de la más que interesante escultórica pública gijonesa, donde se pueden ver obras de Chillida, Rubio Camín o Fernando Alba, entre otros. Francisco Fresno es uno de esos autores con pieza notable. Suya es "Hacia la luz" (rebautizada en esta ocasión, como es costumbre en este cantón milenario, como "El rallador" o "La peineta de Martirio"), el gran bifaz de veintidós metros de altura que ocupa la intersección de Justo del Castillo y Albert Einstein, en el paso de Ronda. "Al principio, esculturas como la de Muriedas resultan extrañas a la gente por su lenguaje formal, pero acaban por entrañarlas", afirma.

Fresno, creador solvente en distintas disciplinas, conoce bien las complicadas vicisitudes por las que ha pasado "La madre del emigrante" en ese medio siglo de historia: "Es una obra con cicatrices, que llegó incluso a sufrir atentados vandálicos con explosivo". Y está convencido de que resultó, en su día, "una pieza muy moderna para Gijón". Seguidor primero de las lecciones escultóricas de Henri Moore, Muriedas se fue aproximando después a los lenguajes de Giacometti. Es decir, al escultor español, que llegó a triunfar en la escena internacional después de una dura infancia y vida de trabajo, le interesaba la figura humana. "La madre del emigrante" es un ejemplo. Y, a juicio de muchos estudiosos y críticos, quizás su mejor obra.

La escultura se hizo, después de un lento proceso, por el concurso del Instituto Nacional de Inmigración, el Ayuntamiento gijonés y la entonces Diputación asturiana. Fue concebida como un símbolo. Al principio se iba a instalar en el Cerro de Santa Catalina, que era aún propiedad militar. Acabó en el paseo marítimo. Muriedas explicó su obra como la representación de una madre afligida que parece intentar alcanzar el mar por el que se aleja su hijo emigrante". El tiempo y quienes se paran a ver esta figura doliente frente al Cantábrico le han añadido, como decíamos, más significaciones. Ofrece sin duda una teoría del sufrimiento. "La gente la ha ido integrando; creo que el carácter expresionista de la obra ha ayudado a que se le tenga afecto", indica Fresno. En su opinión, es una escultura de escala muy bien integrada en un emplazamiento que es "muy bueno".

"La madre del emigrante" ha sufrido actos vandálicos y el embate de los temporales oceánicos. El bronce, tan susceptible de oxidación, ha obligado a periódicas limpiezas. Y llegó a estar arrumbada en un almacén municipal, hasta su reposición en 1980. Habla otro escultor, Guillermo Basagoiti, responsable del Museo Evaristo Valle: "Es una pieza importante, con una escala muy buena, y, además, Muriedas siempre me interesó mucho". Y agrega: "Lo conocí en Madrid y, después de la exposición que hizo en el Museo Barjola, le monté otra en el Museo Antón, en Candás".

Basagoiti recuerda que para el emplazamiento de "La madre del emigrante" se llegó a barajar, en su tiempo, uno de esos "obeliscos" que Rubio Camín colocaría luego en otros lugares de Gijón. "Es cierto que la de Muriedas fue la primera escultura de tipo moderno, con envergadura, que se hizo para un lugar público de la ciudad; Muriedas es un escultor considerable, una gran persona, y esta obra ha envejecido muy bien, tiene sin duda interés".

Esta pieza que revolucionó el arte urbano gijonés (en el sentido de que permitió abrir los espacios públicos a obras con lenguajes artísticos que rompían la escultórica convencional) tuvo problemas desde su misma fundición, según recuerda Basagoiti. "Hubo que reconstruir las piernas". Y está convencido de que es la creación "más importante de Muriedas". "Manejaba muy bien la escala, tanto en tamaños grandes como en otros de menores dimensiones", indica.

La crítica y comisaria Natalia Alonso Arduengo confiesa que le gustan más esculturas como "Elogio del horizonte", de Chillida, o "Sombras de luz" (también "Les chapones" o "Les chapes", según los inveterados cambios de nombre tan del gusto gijonés), de Fernando Alba. Aun así, afirma que a "La madre del emigrante" le tiene cariño: "La verdad es que soy de otro palo en cuanto a gustos artísticos, pero me gusta el enclave en el que está situada porque soy de las que creen que caminar es revolucionario, así que paseo mucho hasta su emplazamiento".

En estos días de cuarentena por la COVID-19, Natalia Alonso Arduengo echa de menos sus caminatas litorales y la "sensación de respirar el Cantábrico". "'La madre del emigrante' es lo que es y hay que tener en cuenta el contexto en el que nació, aunque admito que también me remueve y que es un hito". Para la crítica y comisaria, una de las vertientes loables que tiene esta obra de Muriedas es que "transmite bien". Y pese a sus "peros" iniciales acaba por señalar: "Le tengo mucho cariño".

Un sentimiento que también comparte Pablo Armesto, uno de los artistas asturianos actuales de mayor proyección internacional. Sus piezas tridimensionales con luces led y otros materiales estrictamente contemporáneos, con resultados de rara singularidad, han sido elogiadas por crítica, coleccionistas y aficionados. "'La madre del emigrante' es un símbolo de la ciudad, desde luego, pero a mí me llega de manera especial porque yo nací en la emigración, en Suiza, donde mis padres estaban trabajando".

Así que Pablo Armesto mantiene una relación vital, marcada por las "circunstancias" biográficas, con la icónica pieza de Muriedas. Coincide con otros artistas en que, frente a la desmesura de muchas esculturas que se yerguen en espacios públicos, "La madre del emigrante" está "muy bien integrada y escalada".

El artista es abierto en su declaración de amor a esta pieza seminal: "La verdad es que me encanta y le tengo mucho cariño; hay otra cuestión: es que te obliga casi a dar ese paseo al lado del mar para verla". Una escultura que evoca incluso, en su expresivo duelo, una pieza maestra de la pintura (en realidad es una serie de cuatro cuadros, de finales del siglo XIX) como es "El grito" ("Skrik", en noruego), de Edvard Munch.

"La escultura tiene, en efecto, algo de esa obra de Munch y ha envejecido muy bien; y no hay que olvidar, por otra parte, que fue la primera del parque escultórico gijonés", dice Pablo Armesto. Lleva razón: por ella empezó todo.

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