La familia y los allegados de la fallecida Josefina Dongil han tenido que despedirse de ella con 50 días de retraso. La gijonesa perdió la vida a los 75 años a causa de una infección grave el pasado 15 de abril, cuando las medidas restrictivas por la pandemia de coronavirus habían blindado hospitales y funerarias. A sus hijos se les dio dos opciones: una ceremonia rápida en el propio tanatorio al que solo podrían acudir ellos, o esperar. Ellos, conscientes de que el deseo de su madre era un funeral "en condiciones", optaron por lo segundo y animan a otros gijoneses que también han perdido a seres queridos durante la pandemia a intentar despedirse de los suyos "en esas mismas condiciones" para poder pasar página. "Hasta ahora la muerte de mi madre ha sido irreal, como una película; como que pasó, pero no pasó. Esperamos por ella, pero también por nosotros: no me imagino tener que superar lo sucedido sin compañía", razona Mónica Dongil, hija de la difunta.

Dongil se merecía una despedida "decente" porque llevaba peleando mucho tiempo por su salud y por los suyos. Manifestó los primeros síntomas de artritis y artrosis degenerativas con apenas 36 años, empezó a trabajar con 14, se casó a los 18 y se dedicó a sus tres hijos durante el resto de su vida, especialmente tras su divorcio. En septiembre sufrió una infección por estafilococo que la tuvo días ingresada en Jove. Le habían tenido que hace una incisión bastante amplia, así que tenía que seguir haciéndose curas. El día 8 de abril, su hija fue al centro de salud -no logró contactar con los sanitarios por teléfono- y les explicó que su madre seguía encontrándose mal. Fueron a verla por la tarde, vestidos con equipos de protección, y vieron que la infección había empeorado. Le recetaron antibiótico. Empezaba la Semana Santa. Al día siguiente, Jueves Santo, acabó ingresada en Cabueñes. Falleció, ya sedada, al mediodía del día 15.

En los días de ingreso, su hija solo pudo ir a verla dos veces, ambas parapetada en su equipo de protección, y el resto del tiempo se lo pasó en su casa y pegada al teléfono a la espera de una llamada de actualización del hospital, la única vía de comunicación permitida por protocolo. "Creo que los que hemos perdido a alguien en estos meses lo que más nos ha fastidiado es no poder estar allí. Hasta cuando fui a verla tuve que ir totalmente cubierta y bajo un control rigurosísimo, que es algo comprensible, claro, pero te limita. Es frío", aclara Mónica Dongil.

Su familia, de fuerte fe religiosa, creció en un ambiente en el que las liturgias cristianas están muy arraigadas. "Lo normal siempre fue que cuando se te muere alguien haces un funeral y viene gente para apoyarte, pero nosotros tuvimos que esperar dos meses. Hasta ahora creo que no pude empezar realmente mi duelo; a veces pienso en lo que pasó y casi parece que me lo imaginé", recuerda. Aunque el funeral de esta semana en la parroquia de Begoña de los Carmelitas también fue bastante extraño, porque el protocolo sigues limitando el aforo y obliga a los feligreses a llevar mascarilla y a respetar la distancia de seguridad, sí les ha permitido poder empezar a pasar página. Vigil también agradece la labor de Funeraria Gijonesa, que le propuso este formato de "funeral aplazado" -según la entidad han sido muchos los gijoneses que han preferido esperar como Dongil- y el memorial de LA NUEVA ESPAÑA, en el que figuró su madre: "Son pequeñas cosas que te ayudan a asimilar".