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El exiliado que eligió esta orilla del Cantábrico para idear sus novelas de amor

La Corporación premia al autor chileno, fallecido el pasado 16 de abril a causa del covid-19, por su identificación con la ciudad, en la que creó el Salón del Libro Iberoamericano

Luis Sepúlveda.

Luis Sepúlveda, que tantas fronteras fatigó y que llegó incluso a enrolarse en un ballenero como los personajes de las novelas de aventuras que tanto le gustaban, fue uno de los más conspicuos representantes de esa generación hiperactiva que reunió los adoquines de Mayo de 1968 y no dejó de soñar o de hacer revoluciones y poemas. Caminó por medio mundo y navegó por varios mares -una vida azarosa que contó a su manera desdoblándose en el personaje de Juan Belmonte, tan cercano a Salvador Allende que guardaba las espaldas presidenciales-, pero en 1997, a esa edad en la que muchos hombres necesitan un lugar al que acogerse, eligió Gijón para calzar las zapatillas de andar por casa. Junto a su mujer, la poeta Carmen Yáñez, hizo de la villa su hogar. Añadió a su sangre de mestizo universal, de descendiente de mapuches y europeos, la voluntad de ser un "playu" más. Una elección que mantuvo, siendo Lucho para sus muchos amigos, hasta su fallecimiento el pasado 16 de abril.

La decisión municipal adoptada ayer por la que se nombra a Luis Sepúlveda hijo adoptivo de Gijón estaba anunciada. Y por boca de la alcaldesa, Ana González, el día mismo en que se supo de la muerte del escritor. Sus lazos de fidelidad a la ciudad que eligió para ordenar su biblioteca y seguir contando cosas -fabulador de raza- son de los que no se desanudan con facilidad. Fue el primer asturiano al que detectaron el covid-19, a su regreso de un congreso literario en Portugal. Y aguantó en la UCI del Hospital Universitario Central de Asturias durante 48 días, como un guerrillero dispuesto a pelear cara a cara con la muerte.

En realidad, Luis Sepúlveda, nacido chileno en 1940, en Ovalle, era un gijonés más al que los asturianos reconocieron su talento en 1988. Entonces, se le dio el premio "Tigre Juan" a su narración más popular, "Un viejo que leía novelas de amor". Traducida a varios idiomas y con unos cuantos cientos miles de lectores, esa obra que prolongaba de alguna manera el "boom" de los autores hispanoamericanos convirtió a su autor en una referencia literaria internacional. El expresidiario de las cárceles del asesino Pinochet, el combatiente con los sandinistas, el exiliado por la América del llanto y la Europa de los refugiados, el ecologista que sabía mirar nuestros males en los vencimientos de los grandes hielos, lograba así abrirse paso hasta los manuales canonizadores y, lo que es más importante, hasta el corazón de quienes saben agradecer el talento de los buenos contadores de historias.

Luis Sepúlveda eligió Gijón para hacerse viejo (una querencia que sólo pudo frustrar el último coronavirus) y seguir con sus novelas alimentadas de amor y desafío. Ese flechazo con la villa rojiblanca y el Cantábrico comenzó con sus primeras participaciones en la "Semana negra". Un hechizo que nunca quiso deshacer, ni siquiera cuando asomaba el colmillo feroz de sus detractores, que también tuvo. Fue diana de muchos dardos que iban dirigidos, hay que ser claros, a su protector y amigo Vicente Álvarez Areces. El fallecido alcalde y presidente le animó a poner en marcha el Salón del Libro Iberoamericano, un proyecto ambicioso que no acabó de cuajar aún no sabemos por qué. Novelista, poeta, cuentista, cronista, cineasta... El último hijo adoptivo de Gijón fue un ilustre embajador de la ciudad que quiso amar.

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