La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un juez tajante en la sala y bromista entre amigos

El magistrado, que llegó a pensar en ser médico, tenía fama de "duro" por su llamativo y categórico tono de voz

Un juez tajante en la sala y bromista entre amigos

Pese a que no le gustaba mucho ser el foco de miradas curiosas, Bernardo Donapetry acababa acaparando siempre una atención magnética. Conocido dentro y fuera de la región como uno de los personajes de más renombre de Gijón, a este magistrado no le temblaba el pulso a la hora de dictar sentencia y hacía dudar, y mucho, a aquellos que tratasen de pillarle en algún error en su discurso. Atrajo muchas de esas miradas no deseadas en el juicio por la "operación Pípol" -considerada antesala del 11M y retransmitida por primera vez para medios de comunicación- y en decenas de otras causas, pero también por un gran sentido del humor que, aunque intentase ocultarlo, salía a veces en pequeñas píldoras en mitad de una vista judicial.

Estudió sus primeros años de escuela en el colegio marianista de El Pilar, en Pola de Lena, y terminó sus años de enseñanza obligatoria en el IES Jovellanos de Gijón después de que a su padre, ingeniero, lo trasladasen por motivos de trabajo. Se licenció en la Universidad de Oviedo en 1975 , tras cinco años de carrera, aunque a veces reconocía que sentía que su verdadera ilusión hubiese sido optar por la medicina. No lo hizo, y su primer destino fue La Roda, en Albacete. Echando de menos la cornisa norte, comenzó a encadenar traslados consecutivos por buena parte del país: pidió otro destino y acabó en Orense y en Lugo, pero en 1983 ya ascendió a magistrado -el trabajo que más ansiaba tener- y con el cargo se le obligó a ir a Baracaldo, en el País Vasco. También pasó por Guadalajara antes de regresar por fin a la región. Dicen los que le conocieron que Donapetry era un juez "de raza", que su saber estar en las salas hacía que su presencia fuese imposible de ignorar. El tono de su voz, muy particular, también ayudó a que pronto su apellido sonase con frecuencia en los corrillos de abogados en los pasillos.

Y también por su categórica forma de expresarse, sus chascarrillos dichos con tanta seriedad que parecían refranes. Fue, según sus allegados, un juez meticuloso dentro de la sala pero, fuera, un ser amable y divertido, aficionado a las bromas ocurrentes. Y dentro y fuera del juzgado, un hombre que, incluso ingeniando chistes improvisados, derrochaba inteligencia a raudales. En su sala había Justicia siempre, pero también cariñosas risas.

Compartir el artículo

stats