Gijón, como el resto de Asturias, ha logrado mantener a raya el coronavirus desde el final del estado de alarma, cuando la actividad económica y social alcanzó unos ritmos de cierta normalidad, aunque muy lejos todavía de los que había antes de la pandemia. Pero este éxito colectivo no significa que la ciudad se haya convertido en una isla ajena a los peligros que entraña el patógeno. Y, menos aún, que tanto vecinos como visitantes se hayan liberado de las conductas básicas que frenan los contagios, fundamentalmente la distancia "de seguridad" y el uso de mascarilla. Unos comportamientos que cumple a rajatabla la mayoría de la población, pero que han experimentado una evidente relajación por parte de algunos sectores y en determinados ambientes, especialmente, entre los jóvenes durante las horas de ocio nocturno. Las escenas de bares de copas muy por encima de su aforo o de aglomeraciones en céntricas calles que cuentan con negocios hosteleros han hecho saltar las alarmas en los últimos días. Los incumplidores son una minoría. Pero lo suficientemente numerosa como para que haya sido preciso incrementar la vigilancia policial, con cierres y multas para determinados locales bien localizados por los agentes.

Sería profundamente injusto demonizar a todo el sector del ocio nocturno gijonés por los crecientes incumplimientos de clientes en barras y terrazas. La mayoría de los empresarios tomaron cartas en el asunto del combate contra el virus desde el primer momento y se ciñen tanto a los horarios como a las restricciones impuestas. Y, además, el sector está ultimando nuevas propuestas para incrementar más aún la seguridad. Pero eso no puede ocultar que también hay bares que se saltan a la torera la normativa sanitaria. Casos de este tipo se han dado sobre todo en el Centro y Cimadevilla, según dicen las autoridades municipales, donde tanto la Policía Local como la Nacional han tenido que intervenir recientemente. La preocupación ha llevado en las últimas horas a la alcaldesa, Ana González, a lanzar un mensaje contundente para frenar los comportamientos peligrosos. Y el presidente autonómico, Adrián Barbón, ha advertido de que no le temblará el pulso ante los desmanes, sin descartar un cierre global.

Las actitudes temerarias también corren a cuenta de muchos clientes, especialmente los más jóvenes, que hacen caso omiso de las recomendaciones sanitarias, como si el coronavirus fuera un problema que no va con ellos y a pesar de que los pubs y discotecas donde se mira para otro lado son ya la causa de decenas de rebrotes en toda España, como el que ha obligado a tomar medidas drásticas, con importantes repercusiones económicas, en la localidad murciana de Totana. A este peligroso cóctel entre diversión y relajación se unirá en las próximas semanas la llegada de cientos de turistas a la ciudad, con el riesgo que conlleva la movilidad. Gijón confía en tener un agosto animado, lejos de los tradicionales actos multitudinarios, pero que le permita levantar cabeza tras un período atroz. Confiemos en que nadie estropee estas expectativas. Sería muy triste que unos pocos hicieran pagar al resto su insensatez.