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PABLO PÉREZ SOLÍS | RESPONSABLE DE LA ESTRATEGIA DE ATENCIÓN PRIMARIA DE ASTURIAS Y COORDINADOR DE LOS EQUIPOS DE RASTREADORES

El doctor melómano que dejó la consulta para rastrear el bicho

De carácter tranquilo pero irónico, es un defensor a ultranza de los centros de salud y de la labor comunitaria

El doctor melómano que dejó la consulta para rastrear el bicho

Se sacó el MIR con muy buena nota, así que cuando Pablo Pérez Solís (Gijón, 1973) escogió seguir por la rama de Familia fue recibido entre aplausos. Esta especialidad, que a veces parece el "patito feo" del sector médico, es su principal campo de batalla, pero desde hace casi un año abandonó temporalmente su consulta en el centro de salud de Laviada para dirigir la llamada Estrategia para un Nuevo Enfoque de la Atención Primaria. A los pocos meses una pandemia mundial le hizo redirigir esfuerzos y, desde entonces, es uno de los coordinadores de los equipos de rastreadores que dan caza a los contactos estrechos de positivos. Melómano, bromista y tranquilo, Solís lleva desde marzo, manteniendo conscientemente un perfil más bien bajo, ocupando una labor de dirección que, en cuanto pueda, dejará con gusto para volver a su centro de salud, su verdadero hábitat natural.

Al gijonés, según explican sus allegados, le gusta mucho la guitarra eléctrica, aunque toca la acústica, y hace ya más de una década formó, junto a los también médicos José Garzón y Guillermo García Velasco, una especie de banda ficcional, de broma. Llegaron a dar varios conciertos en directo -fue especialmente emotivo uno que le dedicaron a su compañera Laura Vega, que por entonces estaba enferma- bajo la premisa, errónea, de que tocan estupendamente. Dieron un pase también en el antiguo Bar Cantábrico, el chigre fetiche de Solís y de otros sanitarios como Rafael Cofiño, actual director de Salud Pública. Allí este último participaba en sesiones de "fútbol de poetas" -Cofiño tiene buena mano con los versos- con otros compañeros plumillas. Las normas eran simples: cada uno salía a recitar y el resto votaba si el poema era gol o no gol. Era bastante difícil marcar porque para que el punto contase tenía que haber unanimidad de votos a favor, y eso pasaba más bien poco. Todo muy "rock and roll". En el Cantábrico, de hecho, durante aquella actuación de la banda de Solís se acabó la cerveza, pero desde el entorno del médico aclaran que, "aunque suene muy bien decirlo así", la existencias se agotaron más porque el numeroso grupo de amigos no entraba en los planes del dueño del local, que tenía a medias la nevera, que por la cantidad de botellines vaciados.

Estando aún en el instituto, a Solís el humor "chorra" que refieren sus allegados ya parecía venirle de fábrica. Su centro, el IES Calderón de la Barca, tenía una videocámara para que los alumnos hiciesen trabajos de clase, pero el médico y su hermano, que es pediatra en el San Agustín de Avilés, aprovechaban el aparato para hacer otro tipo de tareas. Se grababan haciendo parodias de documentales, videoclips y hasta versiones de clásicos del heavy metal utilizando, porque el presupuesto era por entonces más limitado, una guitarra española y una pandereta, que son dos de los instrumentos menos "metal" del mercado. Y antes, de niños en el colegio Los Campos -en su época se llamaba el Simancas-, los dos futuros médicos se grababan también locutando programas de radio utilizando una radiocasete que tenían en casa. Imitaban el estilo de "Gomaespuma".

Ahora, los dos hermanos, junto a un amigo de la infancia de ambos, mantienen otra tradición que se lleva repitiendo más de 25 años: la caña de rigor cada vez que uno cumple años. El único regalo que se acepta en estas reuniones es un CD de serie media, algo que en el nuevo mundo del Spotify y iTunes resulta cada vez más difícil de encontrar. Solís, de hecho, se ha pasado más bien al vinilo hace ya años, y tiene una colección bastante nutrida.

La vocación sanitaria de ambos no parece heredada. Tienen un primo que es enfermero y un tío que es fisioterapeuta, pero poco más. Como mucho su padre, que fue auxiliar de clínica en la antigua residencia de El Carmen, pudo haberles marcado sin querer el camino. Solís, en realidad, dudó hasta el último momento qué carrera hacer (estuvo a punto de seguir la trayectoria de su tío), unas dudas que han envejecido bastante más. Todo su entorno asegura que la música y la medicina familiar son sus dos -casi obsesivas- pasiones y que aunque está inmerso en su cargo actual su futuro, irremediablemente, está en el centro de salud de Laviada, a donde espera regresar cuando el mundo vuelva, si vuelve, a ser algo más normal.

En lo personal, sobre este médico gijonés su entorno opina que tiene una "ironía inocente". Es complejo de explicar. Tiene un tono afable y casi siempre tranquilo, pero su sentido del humor se cuela con frecuencia y parece que está haciendo bromas sin siempre pretenderlo.

Sucede cuando recuerda a sus allegados que conoció a Rafael Cofiño en el Albergue Covadonga y matiza -como si fuese necesario y tras hacer una larga pausa de suspense- que por entonces ambos eran voluntarios y no usuarios. O cuando relata el viaje que hicieron ambos a París -los dos eran veinteañeros, andaban con problemas de desamores y su armario era bastante menos elegante que el de ahora- y explica que la Policía los detuvo al bajar del autobús porque creían que podrían llevar droga encima. También hace una pausa demasiado larga antes de aclarar que no la llevaban. O cuando cuenta anécdotas de su voluntariado en El Salvador, donde estuvo como médico de apoyo al acabar la carrera, y explica con un rostro inexpresivo que el truco era dormir en hamacas para evitar picaduras de escorpiones en la cama. Y que para matarlos, lo mejor es darles un zapatazo, como a las cucarachas.

Ese viaje fue un gran punto de inflexión en su vida, porque el por entonces veinteañero gijonés descubrió cómo se sobrevive en países desolados y mal conectados cuando tu doctor más cercano está a varias horas de tu casa. Descubrió la violencia y el fuego cruzado, pero también un libro: "Donde no hay doctor". Es obra de David Werner, que relata en ella su experiencia como voluntario en el oeste de México, y Solís todavía tiene a buen recaudo su copia en casa. También le marcaron un par de viajes a Argentina, de la que se trajo a Gijón un nuevo paladar que demanda dulces de leche y alfajores. Es un enamorado de Buenos Aires.

La melomanía incluye un amplio listado de aristas que van desde Jackson Browne y Quique González hasta el jazz, el rock americano -gusto compartido con su hermano- y Calamaro. Es de los que identifican tras el cuarto acorde qué canción está sonando, quién la canta y a qué disco pertenece. Si es necesario, baila. Y dice su entorno que tiene "una vena algo payasa" que aflora a veces, cuando le da por grabarse a sí mismo haciendo parodias de recetas de cocina o imitaciones de gente conocida. Puso ambas cosas -el baile y el payaseo- en práctica durante el confinamiento, cuando las sesiones vermú desde los balcones le dejaban dar rienda suelta a reírse de uno mismo.

Participó en el encierro de empleados en el Colegio de Médicos en 2008, harto de las condiciones precarias de los médicos eventuales, y sigue criticando abiertamente las partes de la atención primaria que se podrían y deberían mejorar. Una lucha por empoderar la atención primaria que sigue plenamente vigente.

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