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La mirada "Lloca" de los niños

Un grupo de menores se cita en el Nicanor Piñole para conocer la obra de Muriedas a través de manualidades con pinceles, arena y arcilla: "Lo más guay es su pelo suelto"

Un instante de la actividad en el Museo Nicanor Piñole. MARCOS LEÓN

Una maleta, arena, arcilla, un pincel, agua, un bolígrafo de tinta líquida y un plástico. Y mucha imaginación, esa que solo los niños saben tener. Esos fueron los ingredientes que ayer se conjugaron en el Museo Nicanor Piñole para que los más pequeños de la casa pudieran reinterpretar, a su siempre interesante manera, con esa mirada tan limpia y curiosa, una de las esculturas más imponentes de la ciudad, "La madre del emigrante", la gran obra de Ramón Muriedas Mazorra (Villacarriedo, 1938-Santander, 2004) que el viernes cumplió cincuenta años desde su llegada a la ciudad.

El imaginario infantil representó ayer a "La Lloca" del Rinconín como una mujer sufridora, desgarrada por la marcha de un hijo que no sabría si volvería a ver. "Está muy triste, porque su hijo se fue muy lejos", asegura convencido Roberto Sánchez, de 7 años, que remarca que la protagonista de la escultura "se está despidiendo".

Con las manos -y la camiseta, y los pantalones- llenas de arcilla, Manel Rodríguez, de 6 años, asegura que "tiene pena porque su hijo no la avisó de que había llegado", enfatizando que si él alguna vez emigrara le mandaría algún tipo de mensaje a su madre. Algo así como "llegué, no te preocupes por mí, estaré bien". El niño explica envalentonado que fue "dos o tres veces a verla" y que lo que más le sorprende, sin duda, es su tamaño. "Son 3 metros para los adultos, pero a mí me parecen 42, cuando voy a verla estoy todo el rato mirándola, para arriba y para abajo", apunta. En el fondo, tiene claro que entiende su tristeza. "Yo también estaría así si se fuera mi hermano", que está frente a él. Se llama Iyán, tiene tres años más, y ninguna duda de que el hijo de "La muyerona" "se fue en barco, porque la estatua está mirando al mar".

Una teoría que entronca con la de Luis Soto, también de 7 años, que asegura sin ningún asomo de incertidumbre que "su hijo se fue América", remarcando igualmente que "fue un viaje difícil, porque solo podían comer salazón y, con suerte, caracoles". El pequeño presume de vivir "al lado" de la escultura, en La Providencia, así que baja a verla a menudo. Lo que más le impresiona es "la mano" de la escultura, de largos y afilados dedos. "Es lo más guay. Y el pelo, suelto", remarca poniéndose en su situación. "Si yo estaba triste cuando mi prima no pudo venir desde Berlín a mi cumpleaños, por el coronavirus, imagínate ella", reflexiona, en referencia a "La madre del emigrante".

"¿Sigue viva?", inquiere interesada Carla Monfort, de 6 años, que conoce de primera mano la emigración. "Mi padre nació en Madrid y se vino a vivir a Asturias", explica mientras representa la escultura con arcilla. Un ejemplo de que el arte no entiende de edades, sino de emociones. Y la obra que presidel Rinconín las despierta en grandes y pequeños.

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