"Éramos tan felices y no nos enterábamos de la dimensión de la vida, de la invisible amenazada, de la larga sombra del miedo". Carmen Yáñez, viuda del escritor Luis Sepúlveda, escribió estas líneas, las últimas que le dedicó en vida a su marido, cuando el autor chileno se encontraba todavía hospitalizado tras ser el primer contagiado por coronavirus detectado en Asturias. Falleció el pasado 16 de abril tras más de un mes de lucha en la UCI, y su impacto en Gijón como fundador del Salón del Libro Iberoamericano y como vecino desde hace más de dos décadas ha motivado que la Feria del Libro en la ciudad -inaugurada ayer con sus 43 stands divididos entre la calle Tomás y Valiente y el paseo de Begoña por motivos de seguridad- comenzase con un sentido homenaje a su figura. "Instalarse en Gijón fue como volver a sus raíces", indicó Yáñez. El edil de Cultura, Alberto Ferrao, presente ayer en la cita, afirmó ante una pregunta del público que el Consistorio "estudiará la propuesta" de dedicarle "una calle o una plaza" al escritor. Hoy, la feria continúa con David Trueba, Vicente Luis Mora y Jorge Larrosa.

Al homenaje a Sepúlveda acudieron como ponentes la propia Yáñez, que para evitar llorar fue muy escueta. "Estoy muy emocionada porque aquí, en el Antiguo Instituto, era donde hacíamos el Salón del Libro. Su presencia aquí es incluso más grande", expresó. Pese a lo breve de su intervención, tras leer su poema (citado en parte el inicio de esta pieza), fue recibida con un eterno aplauso y el público en pie.

A otro de los presentes, el escritor Miguel Rojo, amigo cercano del fallecido, también le costó aguantarse las lágrimas mientras se ponía a recordar algunas de las anécdotas que le contaba su compañera en las largas sobremesas que en el domicilio del chileno, cocinero habitual de "asados espléndidos" y propietario "del mejor whisky del hemisferio norte", según Rojo. Recordó aquella vez que un torturado Julio Cortázar llamó a Sepúlveda desde París para quejarse de que se había quedado sin tabaco con todas las tiendas cerradas, y que el chileno le había enviado la fotocopia de uno de sus cigarros por fax para meterse con él. O que siendo Sepúlveda "muy joven, barbudo y melenudo", se ofreció a ser uno de los guardaespaldas del político Salvador Allende, y que éste se quedó asustado cuando vio a toda la comitiva, pura chavalería, con unas "pintas horrendas". Les dio dinero para ir a la barbería y a un sastre, pero la falta de gusto les hizo aparecer de nuevo vestidos de etiqueta, sí, pero con unos trajes multicolores y chillones que horrorizaron aún más al socialista. "Siempre le decía que todas estas cosas las tenía que contar, que tenía que escribir sus memorias, y él decía que sí, que ya las haría, pero no lo hizo. Ahora todo eso se va a perder", lamentó el escritor.

El tercer ponente del homenaje fue el político y escritor Pedro de Silva, que aseguró que el chileno "ayudó a muchos colegas" escritores en apuros -intermediaba, él que era más conocido, para que los menos comerciales lograsen publicar-, algo "infrecuente en esta miserable sociedad literaria". "Gijón lo quiso y él le quiso. El cuerpo propio le quedaba pequeño y que su sentido era expandirse, una especie de desbordamiento, como el genio en la lámpara", expresó.